Los Ramírez se doblan pero nada los quiebra
La historia de Luis y Enedina comenzó hace unos 35 años en el terminal pesquero.
En ese entonces, Enedina trabajaba en una distribuidora de mariscos. Quiso el destino que se fijara en un apuesto y trabajador muchacho. Pero no fue la única. Las aguas del amor suelen ser tormentosas, y varias jovencitas también rondaban a Luis. Tantas, que la vendedora se resignó.
Muy tímida para acercarse, Enedina se limitaba, como en las clásicas películas románticas, a observar desde lejos, pasando inadvertida para todos. Menos para el padre de Luis, quien le comentó a su hijo sobre la chiquilla que lo miraba en el patio de la caleta.
El tiempo pasó, entre botes, pescados y la brisa salada. Un buen día, Enedina olvidó sus cigarrillos. Una amiga, a gritos, le preguntó a Luis si tenía alguno que convidarle a su compañera. El joven le entregó de los suyos. Al ver la escena, otras pretendientes quisieron llamar su atención de la misma forma.
Con el corazón henchido de felicidad, Enedina se dio cuenta de que Luis no compartió sus cigarros con nadie más. La historia se había sellado.
'En ese tiempo no estaba tan demacrado', dice Luis pausadamente, en el mismo lugar donde se conocieron.
Años después, Luis y su ahora esposa, Enedina, forman un clan muy unido, los Ramírez-Ramírez.
'Tenemos los mismos apellidos. El Lucho es 6 años menor que yo. Cuando ya estábamos embalados, le pregunté cuántos años tenía. Me dijo 19 y yo no me lo creía, porque yo tenía 25. Pero siempre me he visto más joven', cuenta Enedina. Mientras él es reservado y de pocas palabras, su mujer es expresiva.
Con esfuerzo y cariño, criaron a sus 4 hijos. Luis, Miguel, Jazmine y Andrés llegaron para agrandar el clan de los Ramírez.
Hoy, entre martilleos, el sonido de las olas y los alegres gritos de los hombres de mar, Miguel ayuda a su padre a construir un bote de 6 metros de eslora.
'Desde que tengo 11 años que mi papá me trae para acá. Yo reclamaba, porque era demasiado temprano y no quería venir. Hoy el puro 'jefe' llega acá a esa hora. Yo llego como a las 8 y media', cuenta el segundo hijo de los Ramírez.
Junto a su hermano mayor, Tomás, aprendieron el arte de doblar las tablas para construir las embarcaciones, a martillar y todos los secretos para construir el bote que servirá de sustento para alguna familia del puerto.
'Mi hermana ya no tuvo que venir. Se salvó por ser mujer. Y mi hermano Andrés no sabe ni martillar', dice riéndose Miguel.
Luis comenzó a aprender todo sobre los botes con su papá, quien a su vez conoció el oficio por el suyo. 'Yo tenía 6 años cuando empecé a venir. Me gustaba acarrear los palos y martillar. De tanto mirar fui aprendiendo, porque mi papa explicaba poco. Yo tenía que verlo', recuerda Luis.
A los 14 años se convirtió en ayudante y comenzó a recibir un sueldo. Pero recién a los 20 pudo construir una embarcación solo. 'Empecé a trabajar joven, porque no me gustaba estudiar. Escribir me da sueño', cuenta Luis.
'Pero es muy habiloso. Yo siempre he dicho que si él hubiera estudiado, sería ingeniero aeronáutico. Es muy bueno para las matemáticas, puede saber cómo tiene que cortar las tablas con mirarlas. Nosotros nos admiramos mucho', cuenta Enedina, sin poder contenerse.
'Yo siempre le digo que escriba cómo hace su pega, para que si alguno de los nietos quiere seguirla, sepa cómo hacerlo. El Lucho es el mejor en lo que hace', asegura su señora, confiada. Confiesa que siempre le gustó el ingenio y la habilidad de Luis.
Él, mientras tanto, permanece en silencio, junto a un bote en pleno proceso de construcción.
Para ello, y acompañado de Luis, toman un largo madero, de unos 6 metros. Tardan varias horas en 'cocer' la madera, dentro de un tubo de gran tamaño. Miguel, presto, toma el madero y lo lleva hasta el bote, que aún no tiene nombre. Con rapidez, padre e hijo afirman la madera, doblándola para que tome la forma de la embarcación, y atornillándola para que se quede fija.
Pero la madera no es lo único que se dobla sin quebrarse. Los Ramírez parecen hechos del mismo material, porque los embates de la vida, si bien los han hecho pasar penurias, no han hundido a esta familia.
Luis tuvo cáncer, problemas a la cintura, cálculos y pasó casi dos años postrado. Fue una época negra en la casa de los Ramírez.
'Cuando el Luis cayó enfermo, tuvimos que vender al 'Don Andrés', el bote de la familia. Yo había pedido un préstamo para construirlo y cuando lo vendimos, sentimos que se iban nuestros sueños. Pero la salud del Luchito es más importante', expresa con voz firme Enedina.
Hombre de puerto, Luis estuvo un tiempo en una silla de ruedas. Pero ni con eso lo alejaron de sus botes. Aprendió a caminar apoyado en dos bastones y luego en uno. 'Pero con harto esfuerzo y cuidados lo sacamos adelante. En el puerto había mucha gente que pedía por él, porque el día que no esté va a costar que lo puedan reemplazar', dice con orgullo su mujer.
'Con harto esfuerzo mandamos a nuestros hijos a la universidad, pero me gustaría que alguno siguiera los pasos de su papá. Lo bueno es que a su nieto, que tiene 2 añitos, le gusta andar martillando y jugando con la madera', explica Enedina.
Luis, con la tranquilidad característica de los hombres que han visto muchas cosas y que tienen la filosofía de hacer mucho y decir poco, resume todo en una simple frase.
'Me gusta estar aquí', dice, volviendo al trabajo que le dio, incluso una familia. J