Los precios de los combustibles dejaron de ser un dolor de cabeza para los conductores, para convertirse en una fuente de sucesivas alegrías. Las trece bajas consecutivas registradas en las últimas semanas, hicieron olvidar las discusiones sobre el Sipco o el Mepco, que se tomaron la agenda pública cuando se trató de variaciones en los valores de las bencinas.

Con una baja acumulada de alrededor de un 50% respecto a sus últimos máximos a nivel global, Chile sabe muy bien de los efectos que tiene el comportamiento de los precios del petróleo en su vida diaria. Uno de los más importantes, pero generalmente el menos perceptible, es el que se relaciona con la inflación. Hace sólo unos días, el ministro de Hacienda Alberto Arenas, reconoció que el descenso en los precios de los combustibles en el país, debido principalmente a la baja en la cotización del barril de petróleo en los mercados internacionales, tendría un efecto positivo en la baja de la inflación.

Sin embargo, hay otros efectos que comúnmente la población espera que se den, como por ejemplo, la baja en la tarifa de la locomoción colectiva, algo que es prácticamente una utopía. Los gremios afirman que el contrapeso lo establece el alza en el dólar, que encarece otros insumos para este rubro.

Lo que sí se hace necesario es que, dado este contexto, la locomoción colectiva cumpla muy bien su tarea y que las fiscalizaciones lo constaten. Porque con un precio de los combustibles más bajo, el uso del automóvil particular se facilita y con ello, la congestión, la contaminación y la baja de la calidad de vida de la población.

Son situaciones hipotéticas que se pueden dar en el marco de un escenario real, que es la caída en el precio de los combustibles. Lo que sí es cierto es que difícilmente se darán aquellos efectos soñados que marcarían una "vuelta atrás" de todo lo que en algún momento se unió a las carestías, producto de las consecutivas alzas en los precios de las bencinas y el petróleo. Y eso, la comunidad parece entenderlo bien y simplemente opta por resignarse.

Aún queda grasa al fondo de los estanques, la poderosa maquinaria que trituró la vida del animal hoy es una ruina tapizada en excremento de palomas. El óxido y un eco oscuro deambulan al interior de las bodegas.

La desidia que se apoderó del lugar encrespa los sentidos. Ya no hay filo en el metal, su resplandor lo cegó el abandono; ya no hay lozanía en su existencia, la intemperie corroe su historia.

Las olas golpean el tobogán caído, la gran plataforma de descuartizamiento se ha disecado. De las poleas de arrastre sólo queda un caparazón corroído con un escrito indescifrable. Por el costado la carretera testifica la antigua agonía, algunos bañistas visitan indiferentes su periferia, mientras un guardia, con desgano, custodia los despojos municipales.

La ex ballenera es ahora un galpón de inservibles, a nadie se le ocurrió otra cosa por hacer. El ex estadio y lo que otrora fue el hotel Chucumata parecen estar amparados por el mismo destino.

No obstante la ruina de la ex ballenera aún resiste el vaivén de la negligencia y las malas decisiones; ha estado a punto de caer sin que nadie note que su estructura está dispuesta para que se construya algo más sensato que el delirio de un delfinario u otra torre de monótona arquitectura que subyuga el paisaje. Iquique tiene mucha carencia de algo que allí mismo podría crearse.

Dejemos en paz a los animales, allí ya mataron bastantes. Dejemos en paz el legado que devoran los privados, ya han hecho mucho daño. La ex ballenera como tantos otros ex que ha dejado en descuido el progreso de Iquique debe ser protegida. La triste fachada que nos despide o da la bienvenida por el borde costero debe ser restaurada, en ella existe una riqueza histórica que indefensa contempla la amenaza.