El jueves se realizó en Pica la ceremonia anual de entrega del aporte del 15% de los ingresos de Zofri S.A. a las 11 comunas de las regiones de Arica-Parinacota y Tarapacá. Luego de 40 años, este monto que se distribuye a las comunas, es el más alto en toda la historia de la empresa.

La suma que alcanzamos este año excede los $4.259 millones de pesos. Una cifra que impresiona y permite entender rápidamente el sentido de la zona franca. Estamos hablando de dinero, pero no podemos ignorar que este aporte representa la posibilidad de mejorar la calidad de vida de las personas de manera concreta. Significa el acceso a infraestructura social que adquieren gran importancia para los habitantes de nuestras comunas de zonas extremas.

Así es la historia de ZOFRI. La combinación de ubicación geográfica, esfuerzo, creatividad y emprendimiento, que explican cómo, lo que hace 40 años, era un desierto pegado al mar, hoy lo vemos convertido en un corazón que no deja de latir y que distribuye vitalidad en todo el cuerpo social de las regiones de Arica-Parinacota y de Tarapacá.

Esa combinación comenzó a generar un valor que el legislador previó que debía ser compartido. Me atrevo a asegurar que no hay organización en Chile que -con independencia de su tamaño o actividad- no hable de responsabilidad social, de las comunidades. ZOFRI ha sido innovadora en este aspecto, marcando un camino para el costado social de la gestión empresarial.

Quiero destacar el camino a través del cual hemos llegado a él. Este último año debimos sortear algunos movimientos de la tierra que hicieron que el corazón del norte latiera más fuerte. Ha sido otra prueba de que los actores del sistema, en especial los usuarios/inversionistas, siguen teniendo sangre de pioneros y la ponen en juego en estas situaciones límite. Queremos seguir trabajando codo a codo junto a nuestros usuarios para hacer de Zofri una plataforma que siga sosteniendo los avances conseguidos y que nos permita proyectarnos.

Apesar que la memoria chilena suele ser frágil, nadie puede desconocer que el cataclismo que afectó a Chile el 27 de febrero de 2010 marca un punto de inflexión en la historia nacional, en varios sentidos.

Pese a que se recordaron los cinco años de aquel triste episodio, no hubo grandes actos, ni eventos, ni homenajes, pero sí estuvo la sobriedad del análisis y el recuerdo que llegó desde distintos sectores.

El terremoto y posterior tsunami de aquella madrugada que se llevó la vida de cientos de personas, debe ser visto en la dimensión y escala de lo que objetivamente es: una catástrofe transversal que no puede alimentar ópticas políticas, como bandera de lucha que busque beneficios o impute perjuicios.

Lamentablemente, aunque el discurso por lo general ha apuntado hacia dicho ideal, la discusión en torno al trabajo de determinadas administraciones frente a las catástrofes ha sido siempre un tema en el que más han figurado la discusión y el reproche, que la revisión profunda para corregir y tomar medidas concretas y aplicables a futuro.

Cinco años han pasado desde el cataclismo que es reconocido como el quinto mayor terremoto del que tiene registro la humanidad. Y siendo así, tampoco se puede desconocer lo que ha hecho el país para levantarse. La reconstrucción ha sido asumida ya como un desafío de Estado, como también las lecciones que dejó la catástrofe.

Chile trabaja en una nueva institucionalidad de prevención y emergencia, y se ha preocupado de atender los puntos críticos que dejó en evidencia la emergencia de 2010. Un tema de especial importancia es la cultura que se ha desarrollado en el país en torno a este tipo de fenómenos, que son más frecuentes de lo que se cree o espera.

Hoy, se reconoce que el dolor humano es más grave que el dolor material. Gran parte de los efectos del terremoto y del tsunami se han recuperado. Solo queda esperar que el país haya aprendido una lección que lamentablemente, algún día volverá a ser puesta a prueba.