Días para pensar qué nos pasa
La incomprensible muerte de dos jóvenes el pasado jueves en Valparaíso puede contarse entre los momentos más tristes del último tiempo. ¿Será un síntoma del Chile actual? ¿Será sólo un instante oscuro? Difícil saberlo.
Estos decesos son dolorosos para la sociedad. La muerte de estudiantes, la de aquellos niños que no acceden a un trasplante; la del carabinero que sacrifica su vida ante delincuentes; o aquellos que caen por errores de terceros.
La muerte es algo natural, es parte de la vida, pero verlas acabarse de formas absurdas, evitables, es lo que provoca un sentido de vacío e incomprensión.
No le hace bien al país una situación de este tipo. Chile tiene un presente poco feliz. El estado de ánimo se ha deteriorado, por asuntos políticos, por malos rendimientos económicos, por desastres naturales y nuestra creciente y sabida desconfianza en todo.
A ratos, quizás por lo anterior, Chile parece un país desconocido, en especial por su extrema violencia física y verbal.
Y en eso podríamos sostener que el crimen de los dos muchachos es algo más serio que un hecho puntual.
Pensemos en las llamadas "detenciones ciudadanas", tan alabadas por muchos.
¿Puede justificarse esa violencia? ¿O pueden justificarse muchos comentarios que avalan a quien mató a los estudiantes? ¿O a quienes agreden o intentan matar policías lanzándoles bombas molotov o incluso disparándoles?
En Chile parece larvarse una violencia que aún sigue escondida, que es más profunda de lo que parece y que podríamos distinguir entre datos que inquietan. Nos contamos entre los países con más agresiones en contra de mujeres y niños. Esto no puede ser casual.
¿Sufriremos un momento de crisis ética y moral, donde el extremo individualismo se expresa a cualquier precio?
El problema es que este tipo de hechos violento- delictuales no se solucionan con más represión; tampoco la enfermedad que parece alojada en algunos compatriotas.
Hay que escarbar en ello, hay que buscar qué está pasando.
La historia de Iquique es también la historia de la pérdida de sus recintos deportivos. Y no sólo eso, sino que también de la centralidad que tenían en la ciudad. La Casa del Deportista, por ejemplo, ubicada en Tarapacá con Vívar, nos señalaba la importancia que poseía el deporte para los iquiqueños. Su construcción no fue tarea nada fácil (nada ha sido fácil para este puerto). Casi demoró dos décadas en construirse. Llevó el nombre de un gran dirigente que casi nadie recuerda: Guillermo Valenzuela Koster. El boxeo, el básquetbol, el voleyball, las mañanas criollas, entre otras actividades concentraba a una población que encontró desde comienzos del siglo XX, en el deporte, un puente de integración social. Fue vendida a una tienda y una nueva fue construida en el sector sur.
A fines de los años 50 se demolió la cancha del Manuel Castro Ramos ubicada en lo que hoy es el edificio Atalaya en el parque que alguna vez se llamó Balmaceda. El año 43, en el nacional de básquetbol que Iquique había ganado el año 41 y 42, en Talca y Linares, se vivió la tragedia que don Pampa relata como si fuera el holocausto de La Esmeralda. Valparaíso con dos iquiqueños en cancha vence por un punto de diferencia. No pudimos ser tricampeones. Sobre sus ruinas se construyó un parque llamado del salitre y luego el Délfico, una belleza de cine al aire libre. En los 80, corre la misma suerte de la Casa del Deportista. Ambos recintos de espacios públicos se convierten en espacios privados. Desapareció la cancha del Iquitados, la del puerto, la del Telecomunicaciones, del Dolores por sólo nombrar las más afamadas. De norte a sur, la cartografía deportiva era generosa. Sin esos lugares nuestra fama de tierra de campeones, no habría prosperado.
La cancha de la San Carlos con el palo poste incluido, albergó al fútbol del barrio, a los encuentros entre solteros y casados. Entonces el deporte, lo repito, tenía una majestuosa presencia. Sus estadios, canchas y gimnasios demostraban que la ciudad no se podía entender sin éstos. En el 1930, nos ponemos los pantalones largos, y se inaugura el estadio de Cavancha. Como lo tenemos hoy, habla mal, muy mal de nosotros.