La discusión tras el anuncio de la Presidenta Michelle Bachelet, sobre la gratuidad en la educación al 60% de la población más vulnerable del país, generó el movimiento de grupos, que a través de sujetos de influencia a nivel nacional, buscan establecer discursos oficiales, distorsionados de la realidad y que fijan como ejemplo de sus críticas a una universidad extrema, estatal y muy distinta a sus formas de vida, como es la Universidad Arturo Prat.
El descrédito que especialistas, aparentemente informados sobre Educación, establecen a universidades estatales, me llevan a ejercer ciertas semejanzas que tienen las relaciones entre Chile con sus países vecinos en el norte. Esto porque históricamente nuestro Estado, a través de sus formas de influencia masiva, ha generado discursos oficiales, basándose en elementos legales y soberanos, más que informarse de la densidad en integración y reciprocidad que sostiene este espacio transfronterizo cargado de identidad y tradiciones.
Toda esta elaboración de discursos generados a través de las influencias políticas, sociales y religiosas, dañan gravemente la visión que tienen los Estados entre sí y como sus habitantes confluyen en espacios transfronterizos, con características diferenciadoras con respecto al resto de Chile. Hoy la simple exclusión de aportes estatales a instituciones de educación superior privadas con fines de lucro y en algunos casos confesionales, generan la elaboración de discursos, que quedan como oficiales, basados en el desconocimiento sobre el trabajo titánico, que a diario debe realizar una universidad pública, con uno de los Aportes Fiscales Directos más bajos del CRUCH y un Aporte Fiscal Indirecto, casi inexistente.
Quizás el contar con una matrícula de estudiantes, que mayoritariamente provienen de los tres primeros quintiles y que más del 80% cuentan con alguna beca o beneficio social, tengan una repercusión en nuestros resultados académicos, pero ese es el desafío, como Universidad Pública.
Desafortunadamente, quienes tienen el acceso a los grupos que toman decisiones, omiten la realidad, quizás por un desconocimiento histórico, estableciendo estereotipos que no dimensionan todas las variables que significa hacer educación pública en una zona extrema y con investigación aplicada a un contexto regional.