Rápidos y furiosos
A los provincianos se nos catalogaba de lentos y parsimoniosos. Juguetones con el tiempo a pesar de lucir relojes en el brazo, en la plaza, y en las casas. Pero eran decorativos. Las agujas del reloj no siempre se correspondían con nuestras urgencias.
Hicimos nuestra la sentencia africana respecto a los europeos: "Usted tienen los relojes, nosotros el tiempo". Pero ese ritmo calmo es cosa del pasado. Ahora andamos rápidos y a veces furiosos, pero no por ello, somos más efectivos. La globalización, bendita y maldita a la vez, nos alteró junto al neoliberalismo, nuestra concepción del tiempo. Los ejecutivos, herencia de los Chicago Boys, instalaron en nuestro imaginario la idea de la eficacia, como patrón de conducta. Trabajamos más, pero no somos más productivos, estamos más endeudados y por lo mismo, menos libres.
Byung-Chul Han, dice que nuestra sociedad es la del cansancio, producto de las exigencias por el alto rendimiento. Una sociedad que construye indicadores para todo, incluso para medir la felicidad (una imposibilidad por cierto). Los individuos se agotan y con ello se producen enfermedades tales como la falta de concentración, la evasión y la sensación de que deben estar siempre hiper-conectados.
El paisaje urbano está lleno de farmacias y de gimnasios, el cara y sello de nuestra vida cotidiana. De los segundos vemos hombres y mujeres, presos de las exigencias por el rendimiento que se disfraza de buena salud. Hombres y mujeres, en estado de éxtasis vomitan sonidos y transpiran al ritmo de un gurú, que grita en pos de la comunión con no se quien. La farmacia y el gimnasio ofrece paliativos para individuos fatigados por la exigencia de una buena figura o por conciliar el sueño. Ambos son lugares de anonimatos. La higiene y la buena salud son sus comunes denominadores aunque no se cumplan.
Los jubilados son el extremo opuesto. Luchan por su calidad de vida aunque la muerte esté cercana. Habitan lo que queda de las plazas y conversan sobre un pasado que les dio casi todo. A los fatigados, aparte de la farmacia y del gimnasio, le queda el carrete del fin de semana que al son de la música electrónica, cierra el triángulo de una sociedad que ha hecho de las metas su propia meta.