Dr. Kirberg
La década de los 80 en Iquique sin la figura del Dr. Kirberg, no se puede entender. Arturo su nombre de pila. Le puso la nota de humor y de ironía a esta ciudad que no la tenía. Siempre nos regaló una sonrisa y uno que otro consejo para vivir mejor.
Las noches del Wagón, sin Arturo, no eran tales o bien le faltaban algo. Chiche de mis tías viejas que a su edad, se enamoraron todas juntas, y a la vez, las cuatro, de este médico de apellido impronunciable. Las noches de Iquique sobre todo las de luna llena, ya no son las mismas sin el "Zorro Plateado" como bien lo bautizara el otro imprescindible: Pato Advis.
Sobre su figura se tejieron leyendas, todas ciertas y correctas. Las fiestas del hospital sin su presencia, su alegría y sus desbordes, no eran tales. Dice que una vez se negó a cantar el himno nacional, en plena dictadura, y que le dieron las penas del infierno. Más no se amilanó. Quiso renunciar y lustrar zapatos en el centro de la ciudad. La cordura le llegó a quienes dirigían ese establecimiento de salud de entonces. Se instaló en Iquique en los años 80, y no nos piensa dejar. Los sábados recorre la feria de la plaza Arica como peregrino en busca de la lámpara de Aladino.
Compartimos salsas y vallenatos y eterna discusiones sobre el mundo andino, la identidad local y el lugar que las fiestas deben ocupar en nuestras vidas. Los 80 en Iquique, un grupo de médicos jóvenes, nos enseñaron que era posible la organización y el desacato. En su sede del pasaje Alessandri, pronunciamos la palabra democracia casi en susurro. Se hizo especialista cuando habían menos que ahora en la ciudad. Y desoyó los cantos de sirenas de Santiago que lo invitaban a regresar. Arturo quemó las naves, y se hizo iquiqueño dejando simiente.
Arturo Kirberg, siempre llevó el paso cambiando y el correcto y con ello nos enseñó a ver el mundo desde la otra cornisa. Su calidad como médico no tiene discusiones. Y su ética como médico del sistema público, menos. Al lado de un buen hombre siempre hay una gran mujer, y se llama Raquel.