Luto
A los quince años, cuando comenzó a trabajar, supongo que aparentaba doce, porque a los ochenta mi madre parecía una señora de setenta. Y por ese aspecto, creo, su jefe, el dueño de la librería que aún existe, frente a la Plaza de la Victoria, en Valparaíso, la mandó especialmente a que atendiera a la viuda que ingresaba al establecimiento.
En ese tiempo ellas vestían de negro, con velo y sombrero.
Causó un discreto murmullo en la librería la señora enlutada quien pidió a mi madre muestras de tarjetas de condolencia (llevaban cinta o bordes negros).
Eligió una y cuando fue a pagar, el dueño indicó a la vendedora, con un gesto, que no aceptara: se trataba de una gentileza de la casa.
Mientras mi madre acompañaba a la viuda hasta la puerta de cristal, ella le explicó:
-Va muy lejos esta tarjeta, es para la señora Grau, en Perú. Cada año, en octubre, la saludo como lo hace cada mes de mayo conmigo.
Acarició suavemente los cabellos de la niña y salió.
Así fue como mi madre vio a doña Carmela Carvajal, viuda de Prat.
Marce Hugo Contreras M.