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Un estudio realizado por la Universidad estadounidense de Duke explicó porqué se nos confunden los nombres de quienes nos rodean. Según este trabajo, basado en cinco encuestas a más de 1.700 participantes y publicado en la revista Memory and Cognition, cuando nos enredamos no es al azar, lo hacemos siguiendo ciertos patrones: confundimos los nombres de las personas que están en la misma categoría relacional. Por ejemplo, llamamos a un amigo con el nombre de otro amigo y a un familiar con el nombre de otro familiar.
Y puede suceder en situaciones vergonzosas también, como confundir al papá con el jefe. Esto, porque a ambos los situamos en un plano superior.
También puede suceder que, cuando nos molestamos con alguien, insistamos en usar el nombre de esa otra persona con la que discutimos a menudo.
Hay casos en los que se puede llamar a un familiar con el nombre de la mascota, pero sólo si la mascota es un perro. La autora del estudio, Samantha Deffler, explica que esto podría deberse a que los perros responden más a menudo a sus nombres que los gatos, por lo que estos nombres se usan con más frecuencia y "están más integrados en nuestras concepciones sobre nuestra familia".
Las similitudes fonéticas también pueden ayudar a la confusión, como en el caso de nombres que comienzan con la misma letra (Jaime y Javier, o Noemí y Noelia) o que comparten sonidos (Clara y Sara).
En cambio, las similitudes físicas no tienen ninguna influencia. Por ejemplo, los padres a menudo se confunden con los nombres de sus hijos, aunque no se parezcan e incluso aunque sean niño y niña.