Chismes y envidia
Hace un tiempo atrás el Santo Padre Francisco, en la homilía de la Misa que cada día celebra en el Vaticano, hizo una reflexión llamando a que los cristianos debemos cerrar las puertas a los celos, las envidias y los chismes que dividen y destruyen, familias, comunidades, amistades. La reflexión del Papa partía de la primera lectura del día que habla de la victoria de los israelitas sobre los filisteos gracias a la valentía del joven David. La alegría de la victoria se transforma enseguida en la tristeza y en los celos del rey Saúl ante las mujeres que alaban a David por haber matado a Goliat. Entonces «esa gran victoria, afirma Papa Francisco, comienza a convertirse en derrota en el corazón del rey» en el que se insinúa, como sucede a Caín, «el gusano de los celos y de la envidia». Y como Caín con Abel, el rey decide asesinar a David. «Así funcionan los celos en nuestros corazones, observa el Papa, es una inquietud mala, que no tolera que un hermano o una hermana tenga cualquier cosa que yo no tengo».
En el corazón de una persona golpeada por los celos y la envidia, destaca de nuevo el Papa, suceden «dos cosas clarísimas». La primera cosa es la amargura: «La persona envidiosa, la persona celosa es una persona amarga: no sabe cantar, no sabe alabar, no sabe lo que es la alegría, siempre se fija "en lo que tiene aquel que yo no tengo". Estos son los sembradores de amargura, y el segundo comportamiento, que lleva a los celos y la envidia, son los chismes. Porque este no tolera que el otro tenga algo, la solución es humillarlo, para que yo esté un poco más alto. Y el instrumento son los chismes. Busca siempre y te darás cuenta de que detrás de un chisme están los celos y la envidia.
Ante esta enseñanza, procuremos que la semilla de la envidia no sea sembrada entre nosotros, en medio de nuestros barrios o ambientes de trabajo y familiares. Es una gracia grande, la de no caer en la tristeza, en el resentimiento, en los celos y la envidia, es una virtud enorme saber alegrarme por el bien del otro, porque algo le resultó, porque fue capaz de realizar algo bueno, es muy loable cuando sabemos reconocer y alegrarnos por el bien hecho, independiente si quien lo haga es de los míos o no, de los que piensan como yo o no; alegrarnos por lo bueno de las personas, indica nobleza y grandeza de alma. ¡Cuánto de esto necesitamos en nuestras relaciones!.
"Procuremos que la semilla de la envidia no sea sembrada entre nosotros".
Guillermo Vera, obispo de la Diócesis de Iquique.