Este 09 de julio próximo, día de la Bandera Nacional, -en memoria a los 77 chacabucanos que, entre 9 y 10 de julio del año 1882, murieron en la sierra peruana- cientos de jóvenes, oficiales, clases, cadetes, dragoneantes y soldados; hombres y mujeres que visten uniforme -de tierra, mar o aire- de Arica a la Antártica Chilena, jurarán este viernes, ante el Estandarte de Combate de su Unidad.
La mayoría de esos jóvenes uniformados llegarán muy lejos en sus respectivas instituciones, otros se equivocarán o cometerán errores sabiendo que, si rompen con su sagrado juramento de valentía, honradez y de entrega de la propia vida, deberán abandonar las filas de su respectiva institución, prevaleciendo siempre el fin último y superior: La Patria.
Sublime juramento que les exige un mayor compromiso con la sociedad a la cual se deben y pertenecen. Ellos saben que sus faltas y delitos, además de la deshonra profesional, se pagan con el puesto o la cárcel, sin el derecho a ejercer nuevamente el mismo oficio.
Sin embargo, quienes juran por la bandera también lo harán por Dios. Por eso, junto con las capacidades personales y profesionales de las nuevas generaciones, se encomendarán a la ayuda divina. De la misma forma como lo hiciera O'Higgins y miles de soldados, ante la Virgen del Carmen, cuya fiesta nacional celebramos este 16 de julio.
Sugiero, al igual que esos jóvenes soldados, no olvidarnos de nuestros sagrados compromisos y menos de nuestras raíces cristianas, para seguir construyendo una nación libre, soberana, respetuosa y en paz. Una república que nació en Maipú, donde a partir de una batalla, hoy un templo se levanta sobre la sangre de los patriotas caídos. Un lugar donde el año 2018, recordaremos los 200 años de la batalla que selló la independencia de Chile y marcó el inicio de nuestra historia cívica. Una oportunidad y un lugar ideal para organizar, eso que tanta falta nos hace: un gran reencuentro nacional.
Christian Slater Escanilla