Iquique 2016
Esta ciudad se nos escapa de las manos, huye a través de nuestra indiferencia. Se nos convierte en ajena, inhóspita y a veces, salvaje. Cada día una casa menos. Cada día una inmensa grúa devora buena parte de nuestras referencias más preciadas. Todo es ex. "Allí estaba" dicen apenados los cartógrafos de la memoria, los historiadores de la nostalgia, los apóstoles de la memoria.
Iquique era una ciudad abrigada por el pino oregón y por su gente sin prisa. Otoños que no eran tales, inviernos formales, primaveras y veranos casi eternos. Relojes que nunca daban la hora a la hora. Ciudad de personajes que sin pudor declaraban invisibles las fronteras entre la cordura y la locura. Calles donde cabían todos y todas, al menos eso creíamos.
Habrá que acostumbrarse a ver cómo cada día que pasa la ciudad ya no nos pertenece. Habrá que contarle a nuestros nietos que la cerámica derrotó al pino oregón, el mercado al patrimonio, el automóvil al peatón, el mall a la plaza, el economista al arquitecto, el burócrata al artista, las grandes tiendas al Bazar Obrero, el pasto sintético a las polvorientas canchas, la desidia al teatro Municipal. Los colegios particulares a los públicos.
Esta ciudad es otra, que duda cabe. Pero aún es posible escuchar el latido sincopado del barrio. Las claves del barrio que se expresan en los sobrenombres, en sus calles cuyos aires de familiaridad nos resuenan como la campana de la escuela llamándonos a clase. La tradición oral que cada vez que cuenta la misma historia la agranda hasta el punto tal que no siempre, es la misma historia. El juego de la memoria que no está inscrita en los libros ni en las actas. Allá están las sedes sociales de las mancomunales, de los clubes deportivos, de los bailes religiosos, que como viejos roperos, almacenan la épica de hombres y de mujeres que cultivaron el arte de la conversación en la esquina, en la plaza, o bien en la vieja banca en el frontis de la casa/esquina.
Esta ciudad duele como muela del juicio. Duele como duele la ausencia.
"Habrá que contarle a nuestros nietos que la cerámica derrotó al pino oregón, el mercado al patrimonio, el automóvil al peatón...
Bernardo Guerrero Jiménez, sociólogo"