Semana Santa
La Semana Santa de los años sesenta tenía un tono gris. El otoño ya se apoderaba de las calles de Iquique. Subir el cerro no era lo nuestro en esos días. En otros, sí. Había que traer brillantina y buscar algún tesoro que aún sigue ahí.
La música selecta se adueñaba del dial y las tres radios AM se sumaban a la pena casi universal del sacrificio de Cristo. El pescado se adueñaba de la cocina. A los comerciantes, no solo los movía el lucro, sino que también la fe. Al caer la tarde, fieles en procesión rezaban y cantaban a media voz. La ciudad se llenaba de susurros. La pelota y la bicicleta se guardaban en el patio. Iquique olía a harina de pescado, a jazmín, a velas encendidas. En viernes santo, el sol caía más temprano.
Hace unos años asistimos a Semana Santa en Macaya. En ese lindo pueblo, aún late el sentimiento que alguna vez se adueñó de Iquique: lo solemne, la culpa, la esperanza invadían el imaginario religioso.
El domingo, Jorge Rojas, en la calle Juan Martínez, organizador de la Quema de Judas, convocaba a la población a hacerse parte del ajusticiamiento de Judas. Desde los años 90 se ha tratado de revivir, esta tradición proveniente de España.
Quemaban las monedas de la traición cuando el pelele ardía junto al júbilo del pueblo. La traición no se perdona fácilmente. La canción "Judas" de Quelentaro, le ofrece la posibilidad de que se redima, siempre y cuando traicione los "vende patrias". Judas aún está vigente. La televisión sigue programando "Ben Hur" y "El manto sagrado".
En este Iquique sin plano regulador de ninguna especie, la Semana Santa lejos está de condensar los sentimientos que hace un par de décadas atrás, realizaba. El silencio de los viernes santos parece ser cosa del pasado. La estridencia ahora ocupa su lugar. En los ochenta, se inventó la tradición de subir el cerro Esmeralda. Peregrinar es parte de nuestra identidad. No es vano, es la palabra que más se pronuncia en la vida cotidiana, aunque a decir verdad, se reemplaza por "ir a La Tirana" o bien por bailar.
"En este Iquique sin plano regulador de ninguna especie, la Semana Santa lejos está de condensar los sentimientos que hace un par de décadas atrás, realizaba".
Bernardo Guerrero Jiménez,, sociólogo."