En su libro de poesías y prosas llamado "Chile fértil provincia…", Andrés Sabella, el poeta del Norte Grande, le dedicó un bello párrafo a Iquique que dice lo siguiente: "Por la medianoche cruzo la plaza de Iquique. El reloj desvela a las estrellas. Me detengo. ¿Por qué? Algo me obliga a levantar los ojos hasta el cielo y, allá, borrosamente, veo una barca que atraviesa las alturas, hundiéndose en el agua misteriosa de las sombras, como aquella otra que enrojeció de eternidad la boca de las olas".
Por los cronistas sabemos que también el capitán Prat -previo a su sacrificio del 21 de mayo de 1879- cruzó el reloj de la plaza de Iquique y, si suponemos que miró los punteros para saber la hora, obligadamente se detuvo y observó el mismo cielo que vio Andrés, pero ciento diez años antes. Ambos partieron desde Iquique a la eternidad atravesando las alturas y cruzando la boca de las olas: Prat capitaneando la blanca corbeta Esmeralda y Sabella una barca imaginaria.
Sabella admiró la arenga de Prat porque la inició preguntando: ¿almorzó la gente?, demostrando su sensibilidad por esos hombres que debían enfrentar las horas más cruciales de sus vidas. Andrés, por su parte, había soñado transformar las blancas nubes del cielo iquiqueño en camisas para los niños pobres, quizás también en cotonas para los obreros del salitre.
Puede ser un buen momento esta semana para que cada iquiqueño o iquiqueña -una de estas noches- se detenga frente al reloj de madera diseñado por Eduardo de Lapeyrouse y construido en 1878, para mirar el cielo, divisar las estrellas, y reflexionar brevemente sobre los 140 años transcurridos desde ese 21 de mayo de 1879. Nada fue lo mismo para el puerto de Iquique. No solo cambiarían los nombres de sus calles, de sus cerros, de sus héroes, también giró hacia el sur la dirección de la mirada. Desde entonces fue Santiago fue el nuevo centro.
Como dijo Sabella, el habitante del desierto de Atacama será un hombre (y mujer) de cuatro rumbos, pensando en quienes llegaban por el norte desde Perú, por el este desde Bolivia y Argentina, por el oeste desde los puertos de ultramar, y por sur desde Chile. Todos, amalgamados, serán los nuevos iquiqueños y tarapaqueños. Embarcados con un mismo propósito de futuro en una nave imaginaria, para algunos se trata de la corbeta Esmeralda con toda su simbología patria y, para otros, una poética y modesta barca sabelliana que también atraviesa las alturas y se hunde en el agua del misterio.
"Ambos partieron desde Iquique a la eternidad atravesando las alturas y cruzando la boca de las olas".
Sergio González Miranda,, Premio Nacional de Historia 2014"