¿Por qué estamos dispuestos a realizar una dura peregrinación al pueblo de La Tirana, sea como caminante, pasajero, conductor, promesero, bailarín...? Tarapaqueños, residentes o forasteros, no tiene importancia, lo relevante es que son miles los que están dispuestos a compartir un espacio reducido, en pleno desierto, con escasos servicios, penetrante frío y calor sofocante. ¿Por qué?
¿No habría sido esperable que fenómenos como la fiesta de la Tirana fueran desapareciendo con la secularización de la sociedad, la modernidad, el individualismo, las tecnologías? Más aún, cuando en el país la iglesia católica atraviesa uno de sus momentos más difíciles de su historia, producto de una crisis moral profunda. Y, sin embargo, el acicate por asistir a la Tirana crece cada año. ¿Por qué?
Resulta evidente que no es solo una motivación religiosa. En la Tirana estamos frente a una tradición, quizás la más sólida de todas las que se conservan en Tarapacá (y en todo el Norte Grande), porque es la más antigua. ¿Hasta dónde se hunden sus raíces históricas? El geógrafo Francisco Riso Patrón nos dice en 1903 que: "en el último tercio del siglo XVIII, los elaboradores de nitrato se cobijaban en los espesos bosques de la Tirana como alquimistas perseguidos, para cocer el caliche clandestinamente y extraer de él esa preciosa sustancia que aplicaban a la fabricación de la pólvora, en oposición al rey de España que la tenía monopolizada…". Allí, en ese bosque de tamarugos surgió el pueblo de la Tirana, donde los mineros de la plata tenían sus buitrones, la mano de obra indígena y africana, y también sus creencias católicas. No es extraño que en ese lugar surgiera la leyenda de la virgen del Carmen. Después, en siglo XIX, tomarían la posta los mineros del salitre, empresarios y obreros fueron fundadores de cofradías, algunas con rasgos culturales andinos como los llameros, otras con rasgos culturales chilenos como el baile chino. El templo de calamina quedó como testimonio de la época del nitrato, también los chunchos, los morenos, los pieles rojas, entre otras organizaciones de danzantes inspiradas en el biógrafo.
El siglo XX caracterizado por las grandes crisis económicas, los tarapaqueños vieron en la Tirana su refugio espiritual y la esperanza de días mejores. La década de 1950 trajo la máscara de Oruro, originando las primeras diabladas. La Zofri las llenó de luces. Y los trajes de lentejuelas. Mientras los peregrinos caminantes tomaban la ruta de la cuesta del Toro, haciendo una posta en Humberstone, donde esperaban de madrugada los boys scouts para ofrecer una taza de café. Eran miles los que llegaban desde Arica hasta Coquimbo.
"El acicate por asistir a La Tirana crece cada año".
Sergio González M. Premio Nacional de Historia"