La región de Tarapacá, y en general Chile, es una zona sísmica. La historia de nuestro país, desde la Colonia hasta nuestros días está marcada por la ocurrencia de terremotos de gran magnitud.
En el caso de Tarapacá, hay dos movimientos telúricos que hasta hoy han servido de base para los estudios geológicos. Estos corresponden al terremoto y maremoto de 1868 y el ocurrido en 1877, que afectaron a Arica e Iquique.
Tal como afirmara el geógrafo Marcelo Lagos en el marco de un seminario sobre sismología, Tarapacá es en estos momentos, tras los efectos del terremoto del pasado 1 de abril, un terreno fértil en la investigación respecto al comportamiento de las placas tectónicas y un laboratorio in situ que despierta el interés de expertos nacionales e internacionales, ante lo que ellos consideran la posibilidad de nuevos fenómenos que podrían afectar a la zona norte.
Es por eso que expertos alemanes y de la Universidad de Chile instalarán 31 sismógrafos submarinos que permitirán conocer el comportamiento de la placa de Nazca y de la plaza Continental.
Es bueno y necesario que los grupos científicos recopilen la mayor cantidad de información, pues a través de ello se podrán adoptar políticas relacionadas, por ejemplo, con la prevención ante futuros fenómenos naturales, potenciar las normas de edificación y ahondar en una materia que es de alto interés para la comunidad, sobre todo considerando las recientes experiencias sísmicas que han enfrentado los chilenos.
Es importante que así como los científicos trabajan para identificar las zonas que podrían ser afectadas por un gran sismo, las autoridades refuercen las medidas de prevención y el concepto de autocuidado familiar a través de campañas informativas y simulacros, sean estos generales o sectorizados.
Iquique es hoy una de las ciudades más preparadas para una catástrofe. No obstante, hay que tener conciencia que debemos convivir con estos fenómenos de la naturaleza por siempre.