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El último habitante de Quipisca: "el hombre nace y muere solo"

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José Álvarez tiene 65 años. Hace quince que vive en el pueblo de Quipisca, aunque él prefiere llamarlo caserío, ya que son unas cuantas casas las que conforman dicha localidad. Hoy es el último habitante estable del lugar, ya que de vez en cuando van personas a visitarlo, pero son pasajeros.

Su única compañía es Toby, un perro quiltro de ocho años de edad, quien lo sigue a todos lados.

"A los otros habitantes de la ciudad les duele que yo diga que soy el último residente de Quipisca porque ellos no están estables", cuenta.

Este quipisqueño relata que actualmente la gente del pueblo está repartida. Son cerca de doce personas divididas en tres familias. Sobre la historia, este caserío sería un asentamiento de la colonia española, lo que, según José, se nota en la construcción de su iglesia, la iglesia de San Isidro.

Su labor en Quipisca es la de cuidador. Vigila y mantiene los distintos criaderos de conejos y corderos, así como de las cosechas de membrillos, granadas e higos. Todo eso está a su cargo, pero no son parte de su propiedad. El proyecto pertenece a la familia Bacián.

Guillermo, Pascual, Wilfredo y Arnaldo Bacián, han sido, con el pasar de los años, los jefes de José, dueños de los animales y plantas que cuida. Primero bajo la fundación Norte Verde de la minera Cerro Colorado y ahora bajo la Fundación Chile.

Hace pocos meses, este hombre nacido el 14 de enero de 1950, fue declarado hijo ilustre de la comuna de Pozo Almonte.

rumbos

Entender la residencia de este "quipisqueño" puede resultar complicado para quienes están acostumbrados a la vida agitada de la ciudad. Si eso es así, más complicado será saber que José Álvarez llegó desde Chaitén, al otro extreno del país.

A los 18 años salió rumbo a La Serena. Ahí comenzaron los cambios radicales. En esa ciudad de la región de Coquimbo, hizo el servicio militar, "la milicia", como lo llama él.

"A los que eran del norte se los llevaron a comer hielo al sur y a nosotros a comer polvo", dice José.

A los veinte terminó y se fue más al norte, a Arica, donde vivió un tiempo con sus hermanas y su madre. De ahí llegó a Iquique a trabajar en una pesquera.

Si bien vive hace 15 años en Quipisca, hace 24 que llegó a la región. Así, el salto temporal se adelanta hasta sus 36 años, cuando viajó a Parca y conoció a una mujer local, la parqueña Rosita Rojas Mamani, quien actualmente vive en Iquique.

Por esos días también conoció a Guillermo Bacián, quien lo llevó hasta Quipisca a trabajar.

Lo primero que hizo fue ayudar en la construcción de la sede social de la localidad, destinada a recibir a los feligreses de la fiesta de San Isidro realizada durante el mes de mayo.

También cambió los canales modernizando su material al PVC.

En cuanto a su casa en la quebrada, José cuenta que la construyó principalmente de caña. Todo lo levantó el solo. "Solo, solo", se apresura en decir.

la RUTINA

Vivir lejos de la llamada "civilización" debiera ser complejo, pero no para este último residente.

José se levanta temprano. A las 7:30 de la mañana ya está en pie para comenzar a trabajar la tierra. Parte por darle comida a los animales, ochenta conejos, doce corderos, gallinas, pavos y patos, los que se venden en Mamiña o en la misma Quipisca cuando hay fiesta.

Luego sigue limpiando los canales, regando las plantas y cosechando lo "poco que queda" de membrillo, como lo reconoce el mismo José.

A eso de las 13:30 almuerza. Su dieta es en base a granos, porotos, lentejas y garbanzos, aunque también aprovecha las cebollas que se dan especialmente en tierras quipisqueñas.

De vez en cuando le llega pollo o carne congelada, la que consume el mismo día ya que los refrigeradores que tiene no funcionan, y los utiliza como muebles.

"Los refrigeradores son tipo mueble porque durante un tiempo hubo muchos ratones. En cuanto a la carne, cuando traen, la echo a un Coleman y ahí se mantiene", cuenta.

Durante la tarde sigue trabajando la tierra, y a eso de las 22:30, cuando llega la noche, se acuesta, pero antes ve una película en la televisión, porque, al contrario de lo que se podría pensar, tiene tele y DVD.

En cuanto a los servicios básicos, José asegura que cuenta con un motor propio para generar energía y que el agua la saca desde la misma quebrada.

Respecto a los riesgos, los terremotos y las bajadas de agua son las peores amenazas. La última vez que bajó el río, se perdió toda la cosecha de membrillos.

Es tal el aislamiento, que un bus, conducido por Lorenzo Mamani, hace recorridos dos veces a la semana, de miércoles a jueves y de sábado a domingo.

su último viaje

José no tiene problema en convivir con las personas, aunque si cuenta de algunas malas actitudes que le molestan en algunos visitantes.

"Se acuerdan cuando hay membrillo y cuando hay granada, pero no se acuerdan del perro que las regó. A veces uno se saca la mugre trabajando", dice molesto. Esto, porque muchas veces llegan personas que sólo buscan provecho personal, según lo explica José.

"Yo nací para esto, vivir solo. La soledad nunca me ha afectado", dice este quipisqueño, quien asocia la soledad a la libertad. "Uno nace solo y así muere", añade.

"Siempre las causas imposibles las he sacado solo. A mi no me complica nada mientras tenga vida y salud. Pero eso va cambiando cuando uno está enfermo, ahí uno empieza a morirse lentamente", cuenta José, quien además tampoco tiene hijos ni pareja. "A nadie la falta Dios", dice riendo.

"Tenemos cerebro y conciencia", explica el hombre, que asegura haberse criado entre la naturaleza.

José reconoce que esta forma de vida también lo ha llevado a valorar el ámbito más espiritual de las cosas. Es por eso que tampoco se siente amarrado a seguir viviendo en Quipisca.

"No quiero morir aquí, tengo que volver a mi tierra. para morir con mis abuelos", dice José, quien espera viajar a Chaitén a más tardar el próximo año, cuando cumpla 66.

"La ciudad no es lo mío. Nací en el campo y eso me gusta a mí, la ciudad no. Para visitarla un día, dos días, ahí si, pero no para radicarme. A veces voy a la ciudad sólo a comprarme ropa o a traer algo nuevo para el hogar", reconoce.

La última vez que viajó a una ciudad fue hace cuatro meses, cuando llegó a Iquique a operarse una hernia a la ingle. Consultado sobre que siente al ingresar a un lugar lleno de personas, edificios, autos, José sólo responde con una palabra: "aburrimiento" . J