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El mechoneo solidario

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Sin duda que la tradición de realizar diferentes rituales para marcar un cambio de rol social, debe ser tan antigua como nuestra civilización. Según los entendidos, fueron los primeros y primitivos guerreros de los que heredamos la tradición de un ritual que pone a prueba la templanza, resistencia y fortaleza del combatiente, lo cual se traspasó a los ejércitos de cada país y tomó forma en diferentes rituales en nuestra historia moderna.

Los nuevos guerreros deben soportar duras y exigentes pruebas físicas para demostrar que son merecedores de pertenecer a un selecto grupo y conformar la elite. Los rituales iniciativos del tipo mencionado aún se mantienen en instituciones armadas, deportivas, sectas e incluso en universidades.

Ontgroening

El espacio no me lo permite, pero podríamos llenar muchas páginas con las desagradables anécdotas de esta tradición que se extendió por todo el mundo y se mantuvo por todo el segundo milenio. Sin embargo, desde hace ya varios años se escuchan cada vez más y más voces en contra de la desagradable iniciación a la vida universitaria, cada vez más anacrónica. ¿Es que no estamos en condiciones ya de inventar otros rituales mas acordes a nuestra evolución? Si nuestros jóvenes rechazan el abuso y la desigualdad, ¿por qué no se indignan con el deprimente mechoneo? Descubre el mechoneo del tercer milenio, el mechoneo solidario.

Dependencia y fragilidad tecnológica

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Era 1999 y muchos vaticinaban un blackout tecnológico. Fue grande la expectación y se proyectaba un caos en los sistemas computacionales a causa del cambio de siglo y de milenio; muchos expertos se arriesgaron con pronósticos pero finalmente no sucedió nada.

Tras ello, las confianza en las redes fue cada vez mayor y muchos aseguraron que las tecnologías eran casi infalibles. El blackout tecnológico finalmente llegó, y cuatro regiones del país quedaron incomunicadas.

Lo que es peor, no fue como producto de un atentado o por la acción orquestada de terceros, sino que por efecto de la naturaleza.

Es preocupante que en pleno siglo XXI, un país que aspira a ser desarrollado quede incomunicado por efecto del desborde de un río o un aluvión.

A la catástrofe sufrida en Copiapó y en menor medida en Antofagasta, se suma el apagón tecnológico que afectó a todo el Norte Grande, situación que hace más compleja la situación al enfrentar las emergencias.

No solo son las pérdidas en transacciones bancarias, los vuelos que no aterrizan, ni despegan, sino que toda la incertidumbre que se genera en un sistema globalizado que depende cada día más de la tecnología.

Para algunos iquiqueños el miércoles fue un día perdido, mientras que otros agradecieron que las personas dejaran de mirar los teléfonos celulares, volviendo a comunicarse cara a cara. Sin embargo, a medida que pasaban las horas todos comenzaron a sentirse preocupados, no podían hablar con sus familias, nadie sabía nada.

Los medios de comunicación informaban la catástrofe en Copiapó pero poco se decía del desastre silencioso que afectaba a las regiones más al Norte, lo que generó en muchos una angustiosa espera.

Es lamentable que el país deba sufrir de catástrofes para poder reaccionar y mejorar sus sistemas.

Pese a ello, existe la oportunidad de revisar y mejorar, de modo que ante una nueva emergencia, como país estemos mejor preparados para estas eventualidades y evitemos la incertidumbre, tal como ocurrió con el 27-F.