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Don Juan, el hombre que vive oculto entre las quebradas

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Ala salida oriente de la Villa el Salto, en el sector alto de Antofagasta, un letrero oxidado da una advertencia a quienes deseen seguir su ruta por las vías aluviales: hay que pedir autorización para ingresar más allá. En la práctica, ese letrero no tiene ninguna autoridad. Todos los días, autos y camionetas cargaditos hasta el tope con basura y escombros se meten a la mala para dejar ahí su mugre, como si las piscinas que contuvieron el paso del agua por las quebradas fuesen un basural.

Ruta arriba, mientras los colchones y neumáticos abandonados se quedan ahí esperando a que alguien o algo los venga a recoger, un techo se asoma tímidamente entre las quebradas. El auto es incapaz de llegar hasta allá para satisfacer la curiosidad. Tras caminar unos pasos, el techo se convierte en una casucha. Una casucha que al parecer está abandonada, rodeada de sillones y madera que logra romper con la monotonía del desierto.

Sentado en un mueble, Juan Glenn logra advertir la presencia de extraños. Amable, pero un poco desconfiado, extiende la mano para saludar. Dice que tiene treinta años, que nació el 2 de enero de 1985, pero su cara refleja al menos sesenta. "Yo vendo ripio", responde cuando le consultan qué hace en la mitad de la nada.

Todos los días desde hace cinco años, el hombre baja a trabajar y luego regresa en la mitad de la noche, sumergiéndose literalmente en las sombras. "Estoy tranquilo", dice.

QUIERO QUEDARME ACÁ

Dentro de la casucha de Juan -que comparte con otro amigo que en estos momentos está trabajando- hay ropa, sábanas y frazadas colgadas, que se mojaron tras las lluvias del 25 de marzo. De por sí, esta es una quebradilla que desemboca a las piscinas aluviales, por lo que igual corrió agua por acá. Las huellas de barro, tierra y roca esparcida lo evidencia.

Para poder dormir, Juan cubre el único mueble que puede caber acá con una frazada, y se recuesta a pensar. Tiene tres bidones para el consumo del agua, y las necesidades básicas que tenemos como seres humanos, sencillamente se hacen "por ahí".

-Mire, no sé pues, cuando empiece la venta de ripio. Yo llevo años sin trabajar.

El hombre de la quebrada se retracta de lo que nos contó al principio. No es que él baje a trabajar, sino que comparte con sus amigos en un trabajo. Siempre se dedicó a la venta de ripio, pero por ahora hace algunas lucas de vez en cuando, nada estable.

-No, no tengo.

-Algunas veces no más.

-No, prefiero quedarme aquí no más.

Juan estira la mano para despedirse de nuestra presencia. Sólo pide que le dejen agüita de vez en cuando, y con eso va a quedarse tranquilo. Nuevamente, como ha sido durante toda la conversación, Juan queda en silencio y sólo se escucha el chiflido del viento colarse por las rocas. Es la única compañía del solitario habitante de esta quebrada, y con eso le basta. J