Cuando se piensa en fútbol lo primero que se viene a la mente es una actividad de esparcimiento, agradable y que sirve para disfrutar con toda la familia.

Si bien en el caso del fútbol profesional se trata más bien de un espectáculo, también son miles los que llegan todos los fines de semana a los estadios a disfrutarlo.

Estamos ad portas de un nuevo clásico entre San Marcos de Arica y Deportes Iquique y afloran los fantasmas de encuentros anteriores donde se confundió la pasión por el equipo con la violencia.

El fútbol es un deporte de contacto, sin embargo en muchas ocasiones la violencia no se da en la cancha, sino en las graderías. Deportes Iquique ya ha cumplido sanciones por estos hechos, la última de dos encuentros sin público y no debe ser la ocasión para que el club pague en lo deportivo o económico lo que algunos realizan fuera de la cancha.

Además de la violencia o desmanes que se puedan generar, también pena la sanción por los insultos racistas a Emilio Rentería, luego del lamentable episodio vivido el pasado 22 de noviembre en el estadio Carlos Dittborn que afectó al jugador venezolano del club de El Morro.

Si bien es posible que esto se repita y la hinchada caiga de nuevo en conductas antifutbolísticas, el encuentro será una oportunidad para que el iquiqueño demuestre su apertura y la capacidad para convivir entre una diversidad de nacionalidades.

Iquique es una de las ciudades más cosmopolitas del país, donde la zona franca hace que convivan comerciantes de distintos países e incluso con creencias distintas y que han encontrado en la Tierra de Campeones un lugar donde se sienten a gusto.

El partido debe jugarse y disfrutarse con pasión dentro y fuera de la cancha, con discusiones por las jugadas polémicas con tristeza para quien pierda y alegría para el que gane, pero sin que esa pasión se transforme en violencia física o verbal hacia el adversario.

El mundo apunta hacia la globalización y el pensamiento hacia la aceptación de la diversidad, esperemos que el encuentro deportivo de este domingo sea un ejemplo de todo eso.

Mientras estudiantes de nuestra universidad presentan hoy en la XIX Bienal de Arquitectura y Urbanismo en Valparaíso, dos proyectos enmarcados en el rescate y puesta en valor del espacio desértico que marca nuestra geografía, teorizo sobre la vital importancia que tiene la juventud como motor de cambios culturales.

Debemos ser honestos, ya que si no hubiese sido por aquellos "pingüinos" durante el 2006 y posteriormente por las marchas estudiantiles, hoy estaríamos discutiendo reformas cosméticas a la educación y quizás también a la forma como Chile, a través de la recaudación de sus tributos, distribuye los recursos.

El escritor francés Marcel Proust, quien en parte de sus obras, enfatizaba en la presencia de la añoranza de juventud, establecía que el verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevos caminos, sino en tener nuevos ojos.

Este proceso no es acotado solo a nuestro país, ya que como sostiene el politólogo Moisés Naim, en su obra "El Fin del Poder", fenómenos sociales como la Primavera Árabe, fueron impulsadas por personas con salud, preparadas, pero sin trabajos y con un alto grado de frustración.

Y de eso hay mucho en Chile. Jóvenes que buscan repensar el país, repoblar lo despoblado y ejercer sus derechos sociales, impulsan cambios y le otorgan nuevos ojos al conocimiento, al tener la capacidad de sintetizar la teoría con la práctica, a través de sus propuestas.

Quizás el descrédito institucional de la política, permita incrementar la capacidad de cuestionamiento, salir del letargo y renovar a través de la denominaba "bancada estudiantil" de ideas a nuestro país, retomando así el sendero, donde el valor de la juventud era una categoría invaluable para generar cambios sociales y nivelar la distribución de un Estado.

El panorama político no es alentador, pero quizás la llegada de nuevas ideas, permita dar el primer paso de un desarrollo armónico entre el crecimiento y la institucionalidad, a través de una Reforma Educacional.