La vida del hombre de los autitos de Plaza Prat
No fue fácil encontrar a don José. Pasado el mediodía acababa de finalizar un desfile, habitual como todo domingo en la plaza Prat, pero Don José no estaba en su lugar. Sí estaban los caballitos, autos y bicicletas que arrienda en un sector ya identificado por los ciudadanos, en la plaza. Señal de que pronto volvería por el lugar.
"Anda por ahí, no sé dónde, pero ya debe estar por llegar", dice su señora, que lo acompaña con un carrito donde vende dulces y bebidas. No hay rastro de don José por el momento, hasta las 13 horas, cuando aparece montado en una bicicleta dando vueltas por la plaza.
La misión de José Agustín Guajardo, de 62 años, es encontrar los autitos perdidos o "corretear" a los más atrevidos que se desvían de la ruta autorizada para los paseos. En un momento de descanso y tras seguirlo por Baquedano y Aníbal Pinto, don José pide que lo acompañemos hasta su lugar para conversar.
"Llevo más de treinta años en esto, fui el primero que se instaló en la plaza", parte diciendo, montado en su bicicleta y sin dejar de avanzar de regreso a la plaza por Aníbal Pinto. "Ya, la espero allá", dice antes de empezar a pedalear más rápido para recibir un autito que va llegando. Es un papá con su pequeño hijo.
Al llegar a su lugar de trabajo, don José deja la bicicleta a un lado y no despega la vista de los autos, caballitos y bicicletas que desfilan a un costado del Teatro Municipal.
Antes de comenzar a hablar, su esposa interviene para recordar que son 32 años los que lleva instalado en la plaza entregando su servicio y que tal cantidad de años le ha permitido visualizar los cambios de la ciudad, específicamente en el lugar en que se desempeña.
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"Comencé a trabajar aquí cuando la plaza era preciosa, linda. Los bancos no existían", dice don José con algún grado de nostalgia, pues hace 32 años atrás la visión que tenía de la plaza era muy distinta a la actual.
"Antes habían gansos, la pileta tenía peces. Después las generaciones empezaron a cambiar la plaza, a renovarla, desaparecieron los árboles, pero está bonita igual, la gente cuida las áreas verdes", comenta don José, a la vez que continúa mirando sus autitos, estacionados a su derecha.
De pocas palabras, pero muy sinceras, don José se emociona con facilidad, sobre todo cuando le hablan de su familia y de sus dos hijos, hoy lejos de él. Y es que el negocio que ha formado y mantenido por 32 años, lo ha ayudado de alguna manera a sobreponerse ante la partida de sus regalones.
Don José vive con su señora, mientras sus dos hijos se forman profesionalmente fuera de la ciudad. Su hijo menor, de 19 años, estudia Ingeniería en la capital y la lejanía le afecta a don José, quien al momento de recordarlo no pudo evitar emocionarse.
"Mis hijos ya están grandes, ellos ya se fueron", comenta con emoción. Su hija también es parte de estos sentimientos, pues trabaja en Copiapó y no pasó buenos momentos en el aluvión que arrasó con todo en las regiones de Antofagasta y Atacama.
Las jornadas son largas para don José que a las siete de la mañana ya está instalado en la plaza, extendiendo su estadía hasta las 21 horas.
"Paso todo el día aquí, hasta la hora de almuerzo, porque encargo comida y almuerzo aquí", dice.
Pese a que le va bien en el arriendo de los autitos, no es mucha la ganancia que queda para don José y su familia.
"Esto da para comer, pagar las deudas y mantener los autitos, porque hay que pagar arriendo y permiso", menciona don José, justo cuando se acerca un pequeño a pedir uno de los autitos más antiguos que posee y, además, los que más prefieren los niños.
tradicion
"Estos autitos son de los años 60, ya no hay en Iquique y en ninguna parte", advierte don José, acerca de los autos más antiguos, agregando valor a la tradición iquiqueña, que reconoce esperar que no desaparezca con el tiempo.
"El domingo es cuando vendemos más, los otros días alcanza para el pan no más, como se dice. Esto me alcanza para comer y sobrevivir", cuenta con sinceridad, respecto a los balances y comparaciones que hace en sus días de trabajo.
Hace una hora y media finalizó el desfile dominical que tuvo presencia de, entre otros, el liceo Atenea. Tras la pasada de los alumnos, muchos de ellos pequeños, pasaron a arrendar bicicletas para dar una vuelta en los alrededores de la plaza, el reloj y la pérgola, pero no muy lejos de los ojos de don José. No quiere que se lleven sus ya regalones autos. Un tesoro para don José.
Los 32 años de don José en la plaza le han dado la satisfacción de comprobar su éxito en el lugar, pues hoy arrienda autos y bicicletas a los hijos de aquellos pequeños niños que antes le arrendaban. "Vienen padres con sus hijos, porque ellos cuando niños también venían con sus papás". Eso lo llena a don José y asegura que va a continuar "hasta que me muera". J