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Mi abuelo

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Mi abuelo tuvo tres hijas que bautizó de un modo poco ortodoxo. Ninguna tuvo segundo nombre. Años más tarde, sabríamos el porqué. Su ateísmo y anticlericalismo, las lecturas de Recabarren y del "Despertar de los Trabajadores", lo llevaron a renegar de la religión. Sus hijas se acostumbraron a esos nombres, y jamás se cansaron de dar explicaciones. Y para que se entienda que la vida tiene sus cosas, dos de ellas son ahora Testigos de Jehová.

A comienzos del siglo XX cuando la pampa se empezó a poblar, desde Ovalle llegó su padre buscando suerte en estas tierras que algo tienen que invitan a quedarse. Trabajó en el puerto como cargador y luego aburrido de la rutina, tomó el tren y se fue a la pampa. Allí ofició de lo que viniera. Se hizo proletario, sin saber que significa esa palabra. En cualquier oficina conoció a su mujer con la que se casó, sin consejos ni del cura ni del oficial del registro civil. Ninguno de estos dos personajes se veían por esos parajes. Mi abuelo bajó a Iquique a los diez años. En un pequeño rancho en el barrio El Colorado, casi de allegado de una familia amiga de sus padres, aprendió a leer y a escribir, pero sobre todo, aprendió a ganarse la vida.

El Colorado en ese entonces era un barrio duro. Pescadores, ferroviarios y comerciantes lo habitaban. Allí se enteró que en una de esas casas, se imprimía el diario "El Despertar de los Trabajadores". Su vecino, don Esmeraldo cuando el vino se le subía a la cabeza le hablaba de don Reca, y de cómo se salvó en la matanza de la escuela Santa María. Don Esmeraldo, era un viejo alto y moreno. Olía a mar y a pólvora.

Una noche cualquiera y bajo la luz de una vela, don Esmeraldo le pasó a mi abuelo, envuelta en papel de periódico, un libro. Léelo le dijo. Y le remarcó la siguiente frase, y cuídalo. Guardó el libro bajo el viejo colchón. Noche a noche, se devoraba sus páginas. Le resultó un libro conocido. "Tarapacá" se llamaba la novela.