Secciones

La sonrisa amable de las garzonas del mercado

E-mail Compartir

Es cerca de mediodía en el Mercado Centenario y una veintena de garzonas que trabajan en el lugar se afanan en preparar las mesas y sazonar el pebre, no dejando ningún detalle de lado para atraer a los cada vez más esquivos clientes.

"¿Va almorzar?", es la pregunta amable con que estas jóvenes meseras tratan de captar clientes, en lo que constituye una fuerte disputa por los comensales. Todas coinciden en que la receta para lograr su objetivo es ser en extremo atentas y en el caso de los clientes varones, deben ser coquetas.

ENAMORADOS

"Lo que más hay acá es harto lacho", expresa Caroline Castañeda del restorán "Lalito", lo que desata la risa del resto, la mayoría de ellas extranjeras y que no pasan de los 30 años.

Con esto queda claro que aquí sobran las anécdotas, intentando persuadir a los clientes con que la cazuela está más rica o el pescado más fresco, en tiempos que no son nada fáciles.

"Este año ha estado malo, entre nosotras tenemos que pelearla", sentencia Liliana Maldonado de 25 años, quien manifiesta que esta situación se arrastra desde el año pasado, lo cual impacta directamente en sus bolsillos al depender en parte de las propinas.

Mientras dice esto, la interrumpe Caroline: "ha estado demasiado bajo, si a veces nos estamos mirando las caras".

Todas concuerdan en que las propinas son cada vez más escasas, ya que muy pocos se toman la molestia de dejar algo de dinero para agradecer el servicio entregado, con lo cual los 8 mil pesos que les cancelan a diario, solo cubren sus necesidades básicas.

"Dos mil pesos sale la pieza (diario), hay que pagar locomoción, gastos personales, al final solo alcanza para mantenerse uno", remarca Liliana, quien no duda en pedir que suban los sueldos. "Son los mismos del año pasado", se queja la joven madre.

Pese a esto, Caroline afirma que es una ocupación que hace con gusto. "La pasamos bien, no es un trabajo pesado", sentencia.

Sus rutinas comienzan entre las 7 y las 9 de la mañana, dependiendo del local, donde se ocupan de atender las mesas, ya que a esa hora, ya hay gente tomando desayuno en el mercado. Luego continúan haciendo el pebre y limpiando las mesas.

Cerca del mediodía viene la tarea más compleja, que es tomar clientela y atenderla lo mejor posible, con tal de lograr alguna propina, ya que a diferencia de otros locales aquí no se solicita el 10% en la boleta.

Finalmente, colaboran en la limpieza de los locales, para retirarse cerca de las 18 horas.

VAGABUNDOS

Hay días que les toca más difícil, ya que deben lidiar con vendedores ambulantes y vagabundos que merodean por el sector, algunos de los cuales se tornan violentos ante la negativa de los clientes.

"Lo que afecta es cuando pasan a pedir plata. Hay algunos que llegan y sacan la comida de los platos o se enojan porque no les dan, tiran el pebre, hay algunos bien agresivos", explica Caroline.

Los fines de semana son los mejores días del mercado, ya que las familias se dan un tiempo para salir y dejar de lado la obligación de cocinar y llegan algunos turistas buscando los sabores de Iquique.

Pese a esto, la constante son los galanes. "Algunos se hacen los lindos y no queda otra que sonreír", dice Asunta Guaji, una peruana que se apura en aclarar que es casada y que de seguro debe atraerlos con su lunar tipo Marilyn Monroe.

Tan frescos salen algunos, que hasta piden los números de teléfono, pero conocedoras del comportamiento de los varones, recurren a la vieja artimaña de dar otras numeraciones, para salir rápido del embrollo.

"Aquí todos son solteros", añade entre risas Leonor Sucso, quien solo lleva un mes trabajando, el cual pese a todo le ha servido para sacar a relucir su personalidad. "Yo era bien tímida y tuve que sacar personalidad para atraer clientes", afirma la morena de ojos azules del restorán "Lalito", mientras le pregunta a los que pasan por el lugar si quieren almorzar.

AMISTAD

Tanto tiempo juntas les ha permito formar profundos lazos de amistad, que se van forjando día a día. "A veces salimos a carretear, aunque a veces también peleamos, pero por cuestiones de trabajo porque una se mete por delante o le quita un cliente", aclara Caroline, quien se autodefine como una de las más antiguas del mercado, ya que lleva tres años trabajando, al igual que Liliana.

Pese a los vaivenes de la economía tienen clientes fieles, a los cuales ni siquiera hay que darles la carta, ya que saben perfectamente que van a comer.

"Hay gente que viene todos los días, uno los conoce, acá viene todo tipo de gente", precisa otra chica que no da su nombre.

Ya son las 13 horas y muchos hacen un alto para almorzar, con lo cual cada una parte a hacer lo suyo, detallando de memoria el menú y las bebidas con que cuenta el local.

Siempre con la sonrisa y la amabilidad propia de este tipo de espacios, donde converge el jubilado, las señoras con guagua, el oficinista que acude apurado a disfrutar de la cocina de cocina de casa. J