El amor de Juan y Gloria que creció entre los cerros, el mar y el huiro de Punta Colorada
Juan y Ana, son una pareja de recolectores de algas de la zona norte de Pisagua. Estas dos personas que provienen de dos lugares distintos del país, se conocieron de manera muy particular y comparten su vida en un lugar apartado de los lujos y con una falta de conectividad que los mantiene lejos del ajetreo propio de una ciudad.
Juan es un hombre alegre. Llegó hace varios años desde Talcahuano y arribó a Iquique trabajando como marino mercante, donde se desempeñó por un largo periodo. Luego de un tiempo y por distintas causas que él asume como "vicios", perdió el trabajo y entonces se dedicó a limpiar vehículos.
Según comenta, "lo único que hacía era tomar y pitear. La droga me dejó sin trabajo, me puse a limpiar autos ahí en la calle Serrano, tomábamos todo el día", confiesa.
Luego de un tiempo, cual ángel de la guarda, una mujer que conoció le ofreció trabajo en el huiro, donde le dijo palabras que finalmente cambiaron su vida. Podía ganar dinero y por la soledad del lugar podría dejar las drogas y el alcohol de lado. Lo pensó y tomó la oferta.
SOLEDAD
Juan al llegar al sitio encontró un lugar vacío, en pleno desierto, donde vivía solo y donde no había más gente y la soledad le ayudó a salir de una realidad que lo estaba consumiendo lentamente.
Luego de cerca de 11 años viviendo en la zona con otros trabajadores, en un sector aislado donde solo se puede llegar por mar, una amiga que también trabaja en el huiro le comentó que le presentaría una amiga que provenía desde la ciudad de Vallenar. La idea a Juan le entusiasmó y dijo "canchero", que estaría encantado de conocer a esta mujer, agregando que no era "lacho" (ambos ríen).
Ana llegó al lugar y halló un paraje desértico, rodeado de cerros que de golpe enfrentaban al mar. Todo eso vio Ana, pero también observó por primera vez a Juan. Ambos afirman que el amor llegó a primera vista.
La mujer decidió quedarse a vivir alejada del mundo, el que desde entonces pasó a ser Juan, su amor y su trabajo, ayudándose ambos en extraer y recolectar el huiro.
"Yo tenía mi familia formada y mis hijos criados y educados, así que no tengo a quien darle cuentas. Además tengo una pensión que me dejó mi padre así que vivimos con lo que ganamos acá más mi pensión", explicó Ana.
"Esta vida no es sacrificada, aquí es una vida muy bonita, es muy tranquilo, no hay delincuencia, es caro vivir aquí, pero muy tranquilo", agrega Ana pensando en su pasar en Pisagua.
Ana explica que viven tranquilos, que en su trabajo la recolección de huiro sacan en promedio una tonelada diaria "lo que nos asegura al mes tener un sueldo de 700 mil pesos entre los dos, más mi pensión vivimos bien, además que aquí no necesitamos muchas comodidades, lo único malo que es caro porque tenemos que encargar todo que nos traigan en bote entonces sale caro".
Agregó también que esperan que no hagan camino ni carretera hasta el lugar, ya que aunque es difícil el trasladarse, de esta manera tampoco llega gente extraña al sector.
"Yo sufro cuando tengo que ir a Iquique, tengo que ir a Pisagua en bote, luego ir del pueblo hasta la carretera y desde ese lugar esperar un bus que me lleve a Iquique y cuando llego a la ciudad me vuelve loca el ruido y me quiero puro venir cuando estoy en Iquique", comento Ana Gloria, que hace hincapié, que Gloria no es su segundo nombre sino que su apellido.
Esta pareja de trabajadores, explica que ellos se meten al mar temprano por la madrugada para poder recoger una gran cantidad de huiro, y hacen paquetes para venderlos.
"Nosotros hacemos los paquetes y la señora que es como nuestra empleadora lo seca y lo muele y luego lo traslada por mar hasta Iquique, donde hace entrega al comprador que lo exporta a China", aclara.
USOS
Explica Juan que el huiro lo compran para distintos usos, "el huiro palo sirve para hacer yates y cosas así como fibra, además plástico, en cambio el otro huiro que sacamos sirve para hacer champú y otros productos de estos que se llaman cosméticos".
Ambos concuerdan que a pesar de lo inhóspito del lugar desconocido, tienen las comodidades necesaria para sobrevivir. "Luz que nos la entrega la señora que nos compra el huiro y además ella mantiene un negocio aquí donde podemos comprar cualquier cosa que nos falte, además nos trae en los botes agua potable para cocinar".
La pareja concuerda que el lugar, a pesar de lo aislado y desconectado donde decidieron vivir, les permite un pasar tranquilo, tienen su casa, televisión satelital que les permite saber qué pasa en el resto del país y según Ana, "agradece eso, cuando ve la televisión, ve el nivel de delincuencia que se vive en el país y ella tranquila en un sector denominado Punta Colorada, edén que muy poca gente conoce, no aparece ni en los mapas.
La última pregunta fue cuánto tiempo quieren vivir allí. La respuesta es sencilla, no tienen la intención de abandonar la caleta y esperan vivir por siempre su felicidad en la orilla de Punta Colorada. J