El Chapo quería escribir su propia historia y filmar su película. Y en ese afán, parece que entregó, sin querer, pistas para ser detenido. Más allá de ese desliz, el Chapo, como cualquier otro de la especie humana, quería trascendencia. Se había cansado del retrato que la prensa había construido enfatizando su condición de traficante y no aceptaba la figura del escritor fantasma. No le bastaba. Tampoco los corridos compuestos en su honor.
Rubén Blades había inmortalizado en su "Pedro Navaja" al matón del barrio, y Sabina en "Que demasiao", narró la historia de un ladrón urbano "hijo de la derrota y del alcohol". Pero el Chapo era el Chapo. Amasó una fortuna que le permitió acceder a todos aquellos bienes que nunca se imaginó. De ahí entonces que una película que narrara su vida en cinemascope era la medida para su agitada vida.
Siempre las historias las habían contado los que tenían el monopolio de la palabra. En este caso el poder colonial que contaba desde su tarima, el sufrimiento de los esclavos, de los indígenas y de las mujeres. Los Otros carecían, al parecer de voz y de sentimientos. Los buenos construían a los malos, a través del cine y la literatura. Hasta que aparecieron los sin voz con sus propias voces. Spike Lee contaba la historia de los afrodescendientes en Estados Unidos, y así.
Hay una atracción, casi fatal por personajes como el Chapo. Versiones postmodernas de Robín Hood y del macho latinoamericano, que nunca olvidan la pobreza en que nacieron, pero que a su vez, se rebelan contra ella, de la mejor manera posible: viviendo de un modo estrafalario. Siempre me ha llamado la atención la ostentación de la que hacen alarde. Sus mensajes a Kate del Castillo, puro Becquer. Lo suyo era para un largometraje, por lo menos a tres firmas: Leone, Peckinpah y Tarantino.
La fuga del Chapo, a través de un túnel construido con máxima tecnología, es en cierto modo, el lugar común del modo, tal vez, el único que hay para fugarse. Querer contar su historia, a través de una película, lo condenó a una nueva estancia en una cárcel. Pero seguro que ya estará maquineando una forma de dejar en ridículo al poder. Como dice el narco corrido: "le quedó chica la jaula".
"Más allá de ese desliz, el Chapo, como cualquier otro de la especie humana, quería trascendencia".
Bernardo Guerrero Jiménez, sociólogo.