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Las distintas generaciones que buscan revivir una localidad

En Mocha viven pocas familias. En la comunidad, ubicada en la quebrada de Tarapacá, luchan contra el estigma de transformarse en un pueblo abandonado. Mientras añoran el pasado, también buscan opciones para un mayor desarrollo.
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Mauricio Torres Paredes

Entre Huaviña y Laonzana en la quebrada de Tarapacá, se ubica Mocha, un pueblo en el que no existen abarroterías ni telefonía y menos internet, y la energía eléctrica depende de un generador comunitario. Ahí viven actualmente entre cuatro y cinco familias aunque "de cierta forma todos tenemos lazos familiares", dicen los residentes del poblado.

Una de esas familias es la de Alfredo Zamora Zamora, quien lleva 85 años viviendo en el pueblo, nacido y criado en Mocha. Solo un año lo pasó fuera, cuando tenía 36 y se fue a trabajar a Arica para cultivar choclos en las parcelas, pero debió volver porque no le gustó.

"Allá era otra vida, no teníamos casa y vivíamos con un familiar. Todos sabemos que un tiempo no más se puede vivir con la familia porque después no es igual", recuerda.

Aunque rememora un colorido pasado de su pueblo, Zamora Zamora ve el presente y el futuro con buenos ojos.

"Cuando yo era niño se sufría mucho, vivíamos de los perales y teníamos mercadería para el año. Se sembraba el maíz, el choclo, el trigo, y se criaban corderos, chanchos, conejos. Ahora cambió. Ahora hay vehículo", dice. "Ahora vivimos un poco mejor, porque teníamos esta casa que era de adobe, de caña. Pero con mi hijo y trabajando, se pudo arreglar", agrega el hombre.

La juventud vuelve

En la comunidad manejan una radio y a través de ella tienen contacto dos veces a la semana con la Municipalidad de Huara. En cuanto al transporte, un furgón con capacidad de entre 16 a 20 personas llega a Mocha y otros pueblos dos veces a la semana. El viernes sale a las 7 de la mañana desde Huaviña a Iquique, volviendo al pueblo a las 4 de la tarde. Los martes, en tanto, también baja a la capital regional a las siete de la mañana desde Huaviña, aunque regresa el miércoles a las 4 de la tarde.

El valor del pasaje es de 5 mil pesos ida y vuelta y se toma en el terminal Agropecuario de Iquique. Otros llegan en vehículos particulares, aunque de una u otra forma deben cruzar por una zigzagueante pendiente para llegar a Mocha.

Los minerales de cobre permitieron que se construyera una carretera al pueblo, reconoce Alfredo Zamora, quien a los doce años de edad comenzó a trabajar el mineral. Antes de eso era como todo muchacho joven, asegura.

"Como todo niño, a veces uno hacía maldades en las chacras, matando pajaritos con una flecha, quemando los montes", rememora. No pasó lo mismo con las generaciones que vendrían después. Tras pasar por la escuela del pueblo, los jóvenes se fueron a un internado en el poblado de Tarapacá y de ahí les surgió la posibilidad de cambiar sus vidas e irse a Iquique, cuenta Alfredo Zamora.

Pero las cosas han cambiado. En Tarapacá, Alfredo se casó porque había una oficina del Registro Civil, la que luego se trasladó hasta Huara.

"Ahora mucha gente piensa venirse para acá. Todos los domingos, los sábados, algunos vienen a ver sus casas y piensan en revivir el pueblo, sobre todo las chacras. Ahora con los canales se puede regar", dice sobre el futuro. Mientras tanto, su señora, unos años más joven, se encarga de los cultivos de zanahoria, gracias a personas más jóvenes que contrata. De ahí comercian.

Alfredo Zamora Argote tiene 23 años y es nieto de Zamora Zamora. Actualmente vive en Iquique y estudia medicina en Cochabamba, Bolivia. Ahora está de vacaciones y las pasa en el pueblo de su abuelo.

"A mí siempre me ha gustado, desde chico que he venido de vacaciones, me gusta porque es tranquilo", cuenta el joven, quien ha pensado en establecerse de forma permanente en Mocha, "aunque no por ahora", aclara, sino cuando esté "más viejito", dice el joven Alfredo, quien espera especializarse en el área médica.

Fiestas que atraen

Alguna vez Mocha tuvo un colegio, aunque según sus vecinos, el último niño que estudió en la escuela lo hizo hace casi 20 años. Ahora el recinto educativo permanece vacío.

En 2004, la empresa Codelco les instaló una plaza de juegos, pero no fue el único recuerdo. La cuprífera también dejó huella con un camino de exploración minera. Se dice que debajo del pueblo hay un importante depósito de cobre. De todos modos, aunque no se ha explotado, los lugareños ya estarían viendo los perjuicios de la minería, asegurando que las tradicionales "peras de Mocha" no se están dando en el pueblo. Apuntan a Cerro Colorado.

De todos modos, durante la fiesta patronal que se celebra el 13 de junio a San Antonio, el pueblo parece revivir con gente de todas las edades.

Las hermanas Jachura, nacidas en el pueblo, recuerdan que ese mismo día Mocha celebraba cuando en 2005 sufrieron un terremoto, el que los mantuvo cerca de cuatro días aislados.

Juana Jachura, de 65 años, cuenta que estuvieron hasta los diez en el poblado, cuando se mudaron a Antofagasta para seguir estudiando.

"Mi papá partió a Antofagasta sin saber hacer más que cosas de agricultura. Estando allá fuimos comerciantes, hasta ahora", relata Juana. Eso fue el año 1963, recuerda. En Antofagasta, su padre tenía un hermano.

"La vida en el pueblo era muy bonita, había mucha gente, niños. La escuela funcionaba pero uno llegaba hasta cierta edad de estudio, entonces mi papá dijo, 'yo quiero que mis hijos estudien', vendió sus animales y se fue a Antofagasta", recuerda.

Ellos fueron de los primeros en emigrar a Antofagasta, Iquique, Santiago, Arica. Después a Alto Hospicio cuando se formó. Pero volvían a las fiestas patronales y de la Candelaria, Todos los Santos, la Cruz de Mayo, y ahí el papá las llevaba de regreso al pueblo.

"Así fue toda nuestra vida, hasta que formamos a nuestras familias allá. Gracias a Dios que a nuestros maridos les gustó acá entonces empezamos a traerlos a ellos. Luego a nuestros hijos de niños, chiquititos jugaban. Las vacaciones de verano e invierno eran acá. Ahora ellos están grandes y muchos se han casado y a la vez traen a sus señoras e hijos. Los nietos también vienen", reconoce Juana.

Su hermana, María Cristina Jachura, de 56 años, también espera volver el pueblo de a poco. "Para el próximo año espero venirme porque tengo a mis niños grandes, ya están casados. Quiero pasar la vejez acá. La idea es hacer turismo, dedicarnos a vender cosas, comida, para que la gente venga a pasar un fin de semana. Hay harto para mostrar", expresa.

"Mis hijos también están con la idea de venir, quizás no a vivir, pero sí a pasar las vacaciones, de hecho vienen, en los veranos, cuando hay fiestas. Tratamos de arrancarnos porque viene mucha gente", explica la mujer.

Sin embargo, el desafío para Mocha no solo está en el futuro, sino también en mantener y recuperar su identidad. En el pueblo incluso no recuerdan el origen de su nombre. Algunos creen que está en una especie de planta.

"No sé si somos aymara o quechua, pero estamos orgullosos de ser de este sector", dice Juana.

"Desde chico que he venido. Me gusta porque es tranquilo

Alfredo Zamora, mochino.

"Empezamos a traer a nuestros maridos y luego a nuestros hijos

Juana Jachura, mochina.

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