Los colectiveros de Iquique, ya lo sabemos, son tipos especiales. Y hay de todo. Pero hay uno que rompe todas las reglas. Una persona amable que se llama Sergio. Sonríe y saluda cuando se le aborda. Y por lo general te lleva donde uno le pide. Auto bien cuidado y limpio. En otras palabras un chofer especial, casi en estado de extinción.
Pero lo que más llama la atención son los más de quince o veinte letreros, pequeños y escritos a mano, que tiene pegados en la zona del volante y alrededores. Si usted el día que se sube está de cumpleaños, su pasaje será gratis. Si es de la tercera edad, rebaja considerable. Si es estudiante y se sacó un siete, lo mismo. Escucha las canciones de la nueva ola, y además canta el "Yo soy modesto" de Juan Carlos. Abruma, a veces, tanta cordialidad en un ambiente por lo general, agreste, ruidoso y con risas grabadas de radio-emisoras donde el mal gusto tiene alto volumen y alta sintonía.
La veintena de escritos que tapizan ese colectivo son una invitación a sentirse como en casa. El auto de don Sergio es la prueba palpable que las excepciones existen por más que la regla sea abrumadoramente real. No sólo pregunta dónde se dirige uno, sino que inquiere sobre algunos de los requisitos que adornan su tapizado objeto de trabajo. Me tocó abordarlo. No cumplí ningún requisito, pero me tocó ver como llevó gratis a una pasajera que le canceló con $5.000. Tipos como don Sergio, hay que premiar y sobre todo imitar.
Don Sergio es la rareza en una ciudad que se mueve por la ley de la selva, en la que da la impresión, cada vez más fehaciente, que el Estado no existe. Iquique necesita en todos los ámbitos personas como don Sergio. Para el día de mi cumpleaños espero abordarlo, mostrarle el carné y ahorrarme el pasaje. Y no porque no pueda pagarlo, sino para comprobar en carne propia la bondad de un colectivero que entiende que su pega, es un servicio público. Con personajes como este, el transporte público puede ser un bien turístico.
"Don Sergio es la rareza en una ciudad que se mueve por la ley de la selva, en la que da la impresión, cada vez más fehaciente, que el Estado no existe".
Bernardo Guerrero Jiménez, sociólogo.