Los Miranda Medina y sus 91 años de historia en El Morro
Los integrantes de una las familias más antiguas de este barrio cuentan cómo crecieron frente a la playa Bellavista y cómo era y sigue siendo la relación entre los vecinos quienes no se conocen por sus nombres sino por sus apodos.
Nora del Carmen Medina Cabrera tiene 91 años, dio vida a 10 hijos, y entre nietos, bisnietos y tataranietos suma más de 123 descendientes. Nacida y criada en El Morro, recuerda con exactitud dónde quedaba cada empresa que se instaló por muchos años en su barrio, como la Compañía de Alumbrado y Gas.
Así como los lugares del barrio, también recuerda dónde vivió cada familia antigua, cuáles eran sus apellidos y cómo era la rutina cuando iba a su colegio: la Escuela N° 12 (actual sede de la Seremi de Educación).
Junto a su hermana menor, las mañanas comenzaban en las aguas del Océano Pacífico con un baño matutino. Rutina que heredó de su papá y que la acompañó por muchos años de su vida.
"Nos levantábamos temprano e íbamos a la playa un rato, regresábamos y nos enjuagábamos el agua salada. Después tomábamos desayuno y nos alistábamos para ir a estudiar", evoca Nora quien aclara que toda su vida la han llamado "Carmencita" o la esposa del "indio huiro", apodo de su esposo Oscar Miranda.
El conventillo
Carmencita nació en el conventillo El Barril que estaba ubicado en Pedro Lagos y, según explica, su niñez se podía ver a través de los patios que atravesaban casas enteras, juegos en común y una vida más tranquila.
"Este conventillo tenía dos grandes puertas: una entrada por Pedro Lagos y una salida por donde vivía 'El calafate', en la calle Wilson. Ahí crecí y salí casada. Me quedé en El Morro y soy morrina neta", dice con orgullo esta vecina quien es un personaje de la memoria colectiva de su barrio.
"Mi infancia fue tranquila. Me criaron bien, me alimentaron de forma sana. Yo aprendí a bailar ahora de vieja en el club de los abuelos", relata con humor.
Su vida transcurrió entre las calles Wilson, Covadonga, Isaza y Zegers viejo. Con 18 años y una vida entera en adelante, inició otra etapa en la cual los esfuerzos por criar a sus 10 hijos se reflejaron en las horas dedicadas a planchar y lavar ropa ajena y así, lograr más ingresos para la economía doméstica.
"Mi marido era pescador pero había que trabajar igual, aunque las cosas eran más baratas. Yo compraba con poco y aún guardo algunos billetes antiguos", expresa.
Sus manos pequeñas guardan las señales de cómo empujaron cada idea de su esposo e hijos. Sus ojos están hundidos y guardan los recuerdos de ver tantos atardeceres en playa Bellavista y su cabello, largo y liso, asoma las canas que alguno de sus 123 descendientes le han hecho salir por las travesuras.
"Yo no uso champú porque no me gusta. Me lavo el cabello con jabón, después aplico brillantina y así me lo cuido. Antes lo usaba más largo pero ya no tanto", manifiesta.
Para Carmencita las costumbres se hacen más fuertes cuando se trata de actualizarse pues, según ella, no prefiere ni la lavadora ni la máquina de coser.
"No aprendí a coser a máquina, todo lo hago a mano y tampoco me gusta la lavadora. Mi ropa está bien blanquita porque la lavo a mano", refiere.
Así, sus recuerdos se van mezclando con un estilo de vida que ahora comparte junto a sus hijos. Durante la entrevista se asoman cuatro de ellos, quienes entre bromas y cuidados, le dicen que sólo tiene 15 años pero sí muchas historias por contar.
Allí aparece una de sus hijas, Adriana del Carmen Miranda, a quienes todos conocen como Carmen porque nunca la han llamado Adriana.
Para ella, vivir en El Morro significó disfrutar de uno de los sectores a donde antiguamente concurrían más personas para disfrutar de la playa Bellavista la cual tenía duchas, camarines y guardarropa.
Así lo recuerda Carmen quien cuenta que lo mejor de esta playa era cuando varaban grandes cardúmenes de pejerreyes y podían darse un banquete con estos productos del mar.
Al lado del cité
Roberto es otro de los hijos, el menor, de la familia Miranda. Mientras su mamá y su hermana conversan, él se encarga de buscar las fotos antiguas en donde pueden verse años de carnavales morrinos, cambios de fachadas de casas y personajes que ya no están, pero que siguen en su memoria.
"Hubo un tiempo en el que vivíamos siempre al lado de un cité. Esto nunca fue problema porque era tan tranquilo. Nosotros nos íbamos al sector de los bancos a cachurear y nos traíamos los comprobantes de depósito bancario", relata.
El cuadro era el siguiente: dos puertas, una que era la entrada del cité y, la otra, era la entrada a la casa de los Miranda. Frente a esta última, Roberto junto a sus hermanos y amigos instalaban una mesa y jugaban a entregar cheques de mentira hasta altas horas de la noche.
"La verdad es que no teníamos nada de qué preocuparnos. Vivimos en dos oportunidades en casas distintas, pero justo quedaban al lado de un cité aquí en el barrio", comenta Roberto y finaliza diciendo que para ellos, como morrinos, la vida seguirá siendo un carnaval cada verano frente al mar.