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La calculadora política

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Eran más/menos 5 millones de potenciales votantes, mayoritariamente jóvenes con dieciocho años cumplidos, que no se inscribían en los registros electorales, y no vulneraban ninguna ley. Aquéllos que si lo estábamos, si no concurríamos a las urnas, corríamos el riesgo de ser multados. Así, ante "manso guarismo", la boca se le hacía agua a nuestra clase política, especialmente a la "otrora" Concertación, la que para granjearse la simpatía y adhesión de los jóvenes propició la inscripción automática y el voto voluntario, fijándose como gran "desafío" encantar a los reacios y llamarlos a participar en la elección de sus representantes populares. También habló y habla todavía sobre el voto de los chilenos en el extranjero.

No fuimos pocos los que desde el estado llano, a través de cartas a los medios, dijimos que tanto la inscripción, como el voto, debían ser "obligatorios", alegando que así como a la numerosa familia de la mandante señora Juanita le gustaba, "como derecho", recibir subsidios, bonos, becas de estudio u otros beneficios sociales, su "deber" mínimo era "sacrificar" un par de horas de ese día de elecciones, para ir a sufragar. Se desechó la "descabellada" idea, y nació -con "fast track" en el TC- la brillante ley N° 20.568, publicada el 31 de enero de 2012.

El gran revés se dio con la inesperada "abstención" en las elecciones parlamentarias y presidencial de 2013, pero alarmantemente en la segunda vuelta de esta última, en enero de 2014, dándose que la señora doña Michelle resultó electa con el 62% del 42% de los que fueron a votar, es decir, fue elegida Presidenta "bis" con el 26% del universo electoral, triunfo ni aplastante ni arrollador. Entre las lamentaciones habidas, estuvo y está hasta el día de hoy, la del ex Presidente Ricardo Lagos: "Me di cuenta (de) que fue un gran error. Me parece fundamental que el voto sea obligatorio", y nos habla de derechos y deberes .

Jorge Saavedra Moena

"La Mano de Dios"

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Muchos medios de comunicación están comparando la mano de Maradona con la mano Bravo. El sapito Sergio Livingstone habría dicho: "error morrocotudo", y habría tenido mucha razón. Las dos acciones son totalmente incomparables. Mientras la mano de Claudio Bravo fue producto de una gran acción netamente deportiva, la de Diego Maradona fue una acción viciada y con la cual se demostró la falta de ética profesional de "nuestros hermanos argentinos" que son capaces de recurrir a cualquier artimaña o trampa para lograr lo que desean. Ese campeonato mundial (México 86) sí que fue realmente una vergüenza deportiva y moralmente no deberían mencionarlo como una gran hazaña. Además, para los creyentes, es una irreverencia hacer creer que Dios es hincha de un equipo, por mucho que el Papa lo sea.

Jorge Valenzuela Araya