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En la dimensión de los muñecos: se pende de un hilo

Transmitir sensaciones y felicidad en el oficio del titiritero no es tarea fácil. Un artesano de marionetas descendiente de La Quintrala da vida a sus fantasías a través de personajes.
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Guillermo Ávila N. - La Estrella de Valparaíso

Cantan. Danzan. Se mueven de manera plástica. ¡Hasta parecen emitir sentimientos!

Si el escritor británico Aldous Huxley los hubiese visto, quizás habría ideado un Mundo feliz II. Si John Cusack en 'Cómo ser John Malcovick' los hubiese visto, tal vez no montaba películas raras con marionetas. Si aquellos Thunderbirds tevitos sesenteros los hubiesen visto, se habrían agradecido mejores mímicas.

En este juego de titiriteros, Luis Torres Valdivia es el amo. Un dios de carne y hueso capaz de tirar del hilo y evocar en un instante un mundo de infancia. Por cada pieza labrada al oficio del detalle adulto, logra parir una vibrante artesanía única que genera fantasía. Y una obra final casi humana, de pies a cabeza, que no dejan insensible a nadie.

Luis tiene un don que lo hace especial: en sus manos está la capacidad de darle vida a muñecos. Sus propios muñecos que traen al imaginario a aquellos famosos personajes que trascendieron fronteras en el espectáculo, artes y deporte.

Allí están coquetos el gorrión francés al canto llamado Edith Piaf, la mexicana Chavela Vargas, el poeta Neruda, hasta el propio Elvis. Mini divos, a la imagen y semejanza de sus estrellas.

Porque, de alguna forma, eso es Luis, nacido hace treinta y tantos años -como prefiere decir- en Zapallar, un showman de los muñecos. Todo en Luis es de dulce y agraz. Y lo vive de manera intensa. Desde pequeño fue "el muñeco" controlado por el jala y afloja del crudo bullying: nunca encajó con sus compañeros en el colegio. Su historia personal fue fuerte en época de régimen, colegio de monjas españolas. Por si fuera poco, él no gustaba de jugar a la pelota.

Sin embargo, cada moneda tiene un reverso. Supo de una infancia feliz por el lado familiar. "Fui el concho de la familia de padres muy mayores".

Como un nostálgico juglar reconvertido al siglo XXI, podría tener sobre sus hombros una doble misión autoimpuesta: sacarle una sonrisa (o fuerte emoción) a los demás, y a la vez lograr espantar a demonios internos.

¡La Quintrala!

Y así lo reflejó durante la pre adolescencia, dejando atrás aquel bombardeado refugio en Zapallar, donde también lo apañaba su amiga Bárbara. Ya sea arriba de los cerros o en las copas de los árboles, allí leían y actuaban, como dos cómplices. Sabía que iba a ser actor.

Tal vez por ello creó su otra extensión natural: los muñecos, como les llama de forma cariñosa. Y todo por una amiga titiritera que además era cuenta-cuentos.

De paso, forja su apodo artístico que parece revelar algo: Ludo. Ese jugueteo lo vuelca a la escritura. Más adelante como fuente de inspiración para montar aquellas historias personales en pequeños formatos para teatro y colegios de Valparaíso, Zapallar y Quillota.

Ese proceso de años pronto será condensado a través de un libro de cuentos infantiles: 'La historia del Ludovico'. Allí narra los mitos y leyendas antiguas basadas en el miedo (apuestas contra el diablo, en onda picaresca) y que su abuelo le infundiera de cabro chico.

Porque Luis carga un legado difícil de llevar. Que va de sangre: en su árbol genealógico está el apellido Lisperguer. "Mi mamá es descendiente de La Quintrala (Catalina de Los Ríos y Lisperguer, la azotadora de sirvientes... en El Ingenio, cerca de la Ligua). Pero mi madre lo cambió a Esperguer". Con los años, y por herencia, al fallecer el abuelo Genaro, su madre -dice Luis- volvió al Lisperguer.

Hoy el publicista y actor de la PUCV y el Duoc está enfocado en múltiples roles. Después de abandonar las comodidades del sistema al ser profesor por 13 años en Papudo en el Colegio Antonio Zanoletti, un establecimiento precario con aulas que se llovían y donde Luis impartió el respeto por el prójimo, da un vuelco a su zona de confort.

Necesitaba abrirse ruta. Con una mochila, fue en busca de su destino. Y con ella, sus muñecos. Hizo talleres en Copiapó y Valdivia.

Muñecos por siempre

Los personajes que recrean a sus muñecos los elige a través de los sueños. Pone como ejemplo a Edith Piaf, el gorrión de Paris. De eso, cuando tenía nueve años. "La voz de ella me produjo algo. Mi mamá se llamaba Edith. Hubo una conexión".

Precisamente el desgarro con que canta una joven chilena que hoy triunfa en México, la multi instrumentista Mon Laferte, le produjo lo mismo que Edith Piaf. "Estuve en su concierto en Teatro Cariola, tres meses atrás, junto al manipulador de muñecos, el actor Freddy Van Dort (se conocieron hace 9 años en la compañía La Marraqueta). Luis retoma: "Encima, Mon Laferte sale a escena con una música de fondo de Piaf y se lanza con el tema Amor Completo".

Eso lo impulsó a una decisión radical: irse el próximo año a México. La originalidad en Luis Torres no tiene límites. Desea presentar montajes en festivales. Espectáculos en micro formatos que revivan pasajes de Pablo Neruda arriba de las tablas con el poema 'Solo pido silencio'. También la historia de Frida Kahlo, 'Frida cala hasta los huesos': el momento en que la artista plasma su pintura raíces… la época en que Diego Rivera, su gran amor, la engaña con su hermana y ella cae en depresión. "Una locura por amor en que Frida juega con la muerte. Y allí se le aparece la cantante Chavela Vargas, otro muñeco mío", agrega Torres a los balazos.

Cada show en escena dura 10 minutos. "Sé que con ellos me puede ir bien en México", anhela con toda la fe, mientras 'Ludo' tira un palo, como agujas sobre un monito de vudú: "Ojalá que los municipios ayuden a la gente del espectáculo". Un arte que, a su juicio, requiere más que la manipulación de dos personas. Un apoyo. "Todo es autogestión. Cuesta, y mucho en Chile".