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Burbujas

Zofri repleta

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Una de sus jornadas peak tuvo ayer la Zona Franca. Fueron miles los visitantes en el mall que arrasaron con las compras. Algunos incluso llevaban una lista con nombres para no olvidar el regalo para algún familiar o amigo.


Sopa paraguaya

Furor causó ayer la sopa paraguaya durante la muestra realizada por una delegación de dicho país sobre los atractivos guaraníes. Lo raro es que la "sopa" era más parecida a un pastel de papas, se servía en cubos y era a base de maíz. La servían y se acababa de inmediato.


Mala fecha

No sacan cuentas alegres los participantes del Festival de Colonias Extranjeras. La actividad es una de las más masivas que se realizan tradicionalmente en el verano, pero el cambio de fecha parece haberles afectado e incluso ayer varios puestos estaban cerrados durante el día.

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Música de la muerte

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Releyendo Hijo del Salitre de Volodia Teitelboim se aprecia la música que habita en esas páginas escritas en el año 1952. La novela tiene una sonoridad sutil y espantosa a la vez. La del sábado aquel, resuena hasta la actualidad. La voz de la metralla, a pesar del bullicio de ahora, luego de 109 años, aún se puede escuchar.

La novela está llena de música. Ya sea del boliviano Chacames que toca la quena, el bombo o los platillos, en preparación para la fiesta de La Tirana. O bien la de la mujer que con un arpa canta con "voz quebrada" un esquinazo. Un pampino de La Noria con un violín en sus manos busca a sus compañeros de oficina. El chino Chiang que emite sonidos guturales al hablar. O bien de los militares que desfilan y cantan la marcha Erika en los días anteriores a la matanza. El autor se toma una licencia, la canción es de los años 30.

Volodia reconstruye con genialidad la sonoridad de la pampa. Los calamorros sobre la chusca, el viento que mece los estandartes de la filarmónica o del club deportivo. El sonido de la camanchaca que abriga a hombres y mujeres. La llegada del tren repleto de pampinos que llenan de nuevos pasos y voces a la ciudad. Y que decir de la pesada locomotora que se abre paso entre el desierto. Nombra Volodia Teitelboim oficinas: La Gloria, Pan de Azúcar, San Enrique, Tente en el Aire. La novela tiene una lógica del peregrinaje. Los miles de obreros que salen de cada oficina y se juntan y forman un sólo cuerpo. La marcha por la pampa en búsqueda del mar. En Cavancha una orquesta interpreta La Polca de los perros.

La música fúnebre se instaló ese sábado por la tarde. Concluye el autor: "Miró a Recabarren, a Ruiz, a Jerónimo, a los músicos y vio que todos ellos eran la canción, corriente profunda, soterrada, napas del Tamarugal que un día dejan de estar ocultas y estallan en el sencillo corazón del pueblo que avanza por las pampas".

"La novela está llena de música. Ya sea del boliviano Chacames que toca la quena, el bombo o los platillos, en preparación para la fiesta de La Tirana".

Bernardo Guerrero Jiménez, sociólogo."

Editorial

Que no muera la tradición

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Bocinazos, música a alto volumen y mucha, pero mucha alegría son la tónica durante las dos últimas semanas del mes de diciembre en la región de Tarapacá.

Ha sido así desde los años 50 y especialmente en la década del 80 cuando llega a uno de sus momentos de mayor gloria, en que prácticamente en cada empresa, junta de vecinos o población en general contaban con uno. Se trata de los populares carros de Navidad.

Sorpresa en la cara de los turistas ante el paso de uno de estos creativos vehículos e incluso más de alguno impresionado al recibir una lluvia de caramelos que no esperaba ante el paso de las caravanas.

Se trata de una de las tradiciones populares más arraigadas en Tarapacá y que distingue a la zona como una de las que vive con mayor intensidad este feliz periodo del año.

Los carros navideños representan el esfuerzo y la alegría propia del pueblo iquiqueño y una de las expresiones más difundidas y que con mayor rapidez traspasa las generaciones.

Una de las características interesantes de este verdadero fenómeno social es que los carros navideños no se han visto perjudicados o disminuidos ante el paso del tiempo. Ello porque han sabido, creativamente sus cultores, aprovechar los avances tecnológicos y las mejoras en materia de películas y animación infantil.

El cartón, madera y pintura de antaño han dado paso además a las luces led y disfraces alusivos a verdaderos fenómenos como cintas de Disney, Pixar y Dreamworks, con personajes corpóreos que son capaces de sumar singulares detalles a cada uno de los carros, en una verdadera fiesta navideña rodante que recorre las comunas de punta a punta.

Lo único que no ha cambiado es que siempre el centro de la puesta en escena de cada móvil es la presencia del Viejito Pascuero, el que no solo es ayudado por duendes, sino que también suma a su staff de entretención a personajes como Pikachu, Gokú, Elsa o tantos otros que han sido éxito en las salas de cine.

Una tradición local que incluso ya comenzó a ser imitada en otras regiones, fruto del ingenio nortino que ojalá continúe mientras siga pintando sonrisas en las caras ilusionadas de los niños.

"Distingue a la zona como una de las que vive con mayor intensidad este feliz periodo del año".