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El comercio del viejo Iquique salitrero que todavía se resiste a morir

Los últimos de aquellos recintos que en aquella época eran un boom para los pampinos, hoy luchan por seguir abiertos. No es solo un afán comercial, sino que la búsqueda de sus dueños va por mantener viva la historia.
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Francisca Cebella Iriarte

Durante la Guerra del Pacífico Chile ocupó Tarapacá desde 27 de noviembre de 1879. La riqueza salitrera estuvo en el centro de este conflicto armado y produjo un movimiento inusitado de la economía, que ayudó a modernizar la infraestructura, así como la aparición de recursos que fomentaron poco a poco el florecimiento del comercio.

Ya casi 20 años antes había llegado la familia Sacco a la zona, según cuenta Domingo Sacco Solari, un historiador italiano descendiente de Génova que reside en Chile, luego de que su familia de comerciantes se trasladara en 1860 cuando comenzaban recién las conversaciones sobre la explotación de oro blanco y salitre, y un Iquique que permanecía como territorio peruano.

El primer local de estos genoveses se estableció en un mercado de la calle Vivar con Tarapacá, frente a la Plaza Condell. "Pero las ventas no sólo eran acá (Iquique) si no que también en las salitreras, los días de pago subían porque se vendía mucho, allá estaba la plata", relató Domingo. Fue así que sus antepasados en la búsqueda de vender estos productos básicos para los pampinos, lograron establecerse como firma Sacco en 1875.

El negocio familiar siguió en manos de su abuelo que llevaba su mismo nombre, "luego vino mi padre Esteban hasta 1981, y hoy está mi hermano Ítalo, quien es el continuador", precisó.

Permanecían con productos como la ropa de cachemira que se vendía como pan caliente entre los obreros de las salitreras, pero como Esteban siempre destacó por su talento para los deportes, alrededor de 1920 "se dedicó a traer artículos deportivos que nadie comercializaba, llegaban por importación artículos, por ejemplo, para atletismo y fútbol".

De la consolidación de la marca prácticamente han transcurrido 142 años de historia, una herencia que no sólo ha sido monetaria para esta familia, sino también para un casco viejo que aún sigue latente en la primera región, aunque de ese Iquique del comercio salitrero solo quedan algunos bastiones que hoy se niegan a morir.

"Si fuera estrictamente económico para nosotros hubiese sido más negocio liquidar y arrendarlo, pero primero está la tradición, un negocio tan antiguo de nuestros abuelos, padres y mis hermanos que toda la vida han trabajado para él, es su mundo", sostuvo.

El fin del salitre y la llegada paulatina de nuevos productos y cadenas comerciales han provocado que lentamente muchos locales comerciales históricos del centro de Iquique vayan desapareciendo, hasta que casi es posible contar con los dedos de la mano a los comerciantes que pudieron hacer renombre en esa época de oro blanco.

Esto no es extraño para los Sacco, pues el gran local que estaba ubicado en la esquina de Thompson con Vivar, decidieron desde hace doce años arrendarlo a una farmacia, y paralelamente ellos siguen trabajando la tradicional firma que se encuentra ubicada en Vivar 683, justo abajo del hogar de Domingo, viviendo de sus artículos deportivos que aún siguen siendo cotizados entre la comunidad.

Es así que tiendas de ropa y electrodomésticos, fueron reemplazados en su mayoría por farmacias, negocios de venta de celulares y del retail en general. Atrás quedaron los libros donde los clientes tenían una "cuenta", que pagaban en cuotas anotadas en papel, para dar paso a tarjetas de crédito o de multitiendas.

Un negocio surtido

Otro de los locales que va quedando desde el auge de la época salitrera es la tienda "Bazar Obrero" en calle Tarapacá con Barros Arana que, a pesar de las adversidades que han transcurrido desde hace cien años, lleva consigo un importante legado que comienza desde el significado de su nombre.

Una historia que inicia obviamente con su propietario Miguel Urbano Urbano, un español de Málaga, en la soleada y musical Andalucía, en el sur de dicho país. Él fundó el local en 1916, en el mismo lugar donde está ubicado en la actualidad, esa esquina ha permanecido quieta desde entonces.

Entre los artículos que se comercializaban destacaban los productos textiles para hombre, mujer y niño, además de calzado, frazadas y un sinfín de mercadería surtida para sus clientes que eran preferentemente los pampinos.

Bajo el mando de Urbano este local afrontó tiempos difíciles económicamente, tan sólo pasaron tres años desde su inauguración para que viniera la primera crisis salitrera (1919), la cual se produjo seguidamente del término de la Primera Guerra Mundial, "un gran acontecimiento universal donde ya no se necesitaba tanto salitre para los explosivos, entonces vino una baja considerable", contó Mario Zolezzi, el historiador que junto a sus hermanos creció en el Bazar Obrero, ya que su padre tomó el mando hace más de ochenta años.

Momentos duros tuvo que pasar este local luego de una seguidilla de crisis que venían de forma periódica, ya que "nunca hubo un auge corridito, había auge, bonanza, tiempos de crisis, recuperación y así un vaivén, una situación surtidita para todos los gustos", exclamó Zolezzi.

Dramas y calamidades que siguieron, pero fue en 1931 que apareció un factor aún más detonante, la publicidad, algo que Mario Zolezzi también señala como parte de los grandes cambios que motivaron el declive de los tradicionales negocios. "En vista de la situación comercial en plena decadencia, las tiendas más conocidas comenzaron hacer propaganda en la prensa escrita con ofertas, liquidaciones, regalos y era un verdadero enfrentamiento", sostuvo.

En 1937 el propietario Urbano fallece y por la inexistencia de algún heredero primogénito, su esposa ordena la liquidación del local, el cual fue dispuesto a Remigia Quevedo de nacionalidad peruana que junto a su hijo alemán se hicieron cargo de Bazar Obrero, por lo tanto fue allí cuando la firma Zolezzi tomó el mando del local.

Una experiencia de ochenta años es lo que esta familia ha vivido entre frazadas, calcetines y alpargatas que siguen siendo comercializadas en este recinto que aún es decorado por reliquias de antaño, partiendo por su caja registradora.

"Siempre hemos tenido gratitud y un muy bien recuerdo de los pampinos que bajaban a la tienda en los dos períodos (Urbano y Zolezzi), fueron muy buenos compradores", agregó el historiador, quien recordó las conversaciones que ha mantenido con clientes las cuales han sido de añoranza y emotividad, ya que según afirmó, "este cuadrado tiene una fuerza interior depositada en estas cuatro paredes entre tiempos de bonanza y crisis".

Esta tradición familiar que hoy la constituyen los hermanos Zolezzi (Mario, Nicolás y Silvia) es un legado "ya tenemos una historia de cien años, más que suficiente para nosotros, el día que nosotros ya no estemos, prácticamente se estaría cerrando la historia del comercio del Iquique salitrero, por lo emblemático que ha sido siempre el Bazar Obrero.

Entre botones y lanas

En plena calle Vivar, una de las botonerías y paqueterías de antaño que está en Iquique es la Casa Lala, una tienda que ha permanecido por más de sesenta años en la numeración 954, una de las primeras que allí habita.

"Era una tienda familiar de la señora Emiliana, ella era la dueña quien venía desde una salitrera en Pozo Almonte", contó Gladys Herrera, su emblemática vendedora de hace ocho años.

Un negocio que partió luego de la iniciativa emprendedora de la modista que luego de su fallecimiento pasó a manos de sus sobrinos, y luego a su hijo, quien actualmente vive en Santiago, pero que trasladó un pedacito de Casa Lala hasta el sector oriente de la capital, ya que instaló allí una nueva paquetería con el mismo nombre.

El recinto de este negocio familiar sigue siendo de la familia de Lala, pero Gladys hizo hincapié en el "era", ya que hace sólo seis meses esta tradicional botonería pasó a ser una propiedad peruana, "pero siguen con el nombre para mantener el legado, ya que así la gente la ha conocido toda la vida", agregó.

La Casa Lala ha sobrevivido gracias a los artículos que aún siguen siendo demandados por los habitantes de la ciudad, ya que como contó su vendedora, la gente los sigue prefiriendo a pesar de su cambio de dueño.

Un local que no se ha visto mermado por la gran competencia que tiene a su alrededor, sus productos de paquetería y ahora librería son cotizados en, por ejemplo, esta época donde comprar hilos, agujas, botones y los brillos de las lentejuelas son necesarios para decorar los numerosos trajes que desfilan para esta época que se aproxima, la celebración de La Tirana.

A juicio de Gladys, su clientela no se ha ido gracias al servicio que esta casa le entrega a cada uno de sus compradores, "a todos les damos su tiempo, y por los precios también porque siempre les hacemos una atención y los precios son convenientes", comentó.

Ese ha sido el secreto del éxito de Casa Lala, una tienda la cual resiste ante las grandes empresas por priorizar la calidad de atención, la acogida que esta tiene con sus clientes y que también ha inmortalizado este oficio de diseñar, confeccionar y arreglar prendas, lo que va más allá de adquirir otra prenda en serie de bajo costo en el retail.

Prácticamente, de los locales que vieron reflejado en sus cajas registradoras el auge del salitre, poco queda y es que si no es por ser en general los dueños de los terrenos e inmuebles, sumado a las ganas de seguir abriendo sus puertas, sería difícil encontrarlos. Es parte de la historia de Iquique, donde algunos comerciantes se niegan a dejarla morir.

"Para nosotros hubiese sido más negocio liquidar y arrendarlo

Domingo Sacco Solari."