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Los más de 20 años de Gladys como lustrabotas

Trabaja junto a su esposo, él de mañana y ella de tarde, en la calle Tarapacá. Dice que sus clientes les confiesan sus problemas y ellos tratan de aconsejarlo.
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Karina Sánchez

El oficio de lustrabotas era muy popular en el mundo. A principios del siglo XX, cuando salió al mercado el betún, se popularizó porque lo usaban los soldados para abrillantar sus botas antes de irse a la guerra. Pero hoy, un siglo más tarde, va en decadencia y son pocas las personas que aún reviven la tradición.

Una de ellas es Gladys Ramos, pampina de 73 años, quien hace dos décadas decidió trabajar junto a su esposo Hugo Carvajal en la calle Tarapacá, entre Obispo Labbé y Eleuterio Ramírez.

Esta pareja lleva 40 años conviviendo, viajan desde Alto Hospicio, de lunes a viernes. Hugo abre su puesto a las 9:30 de la mañana y se va a las 13:30. A esa hora llega Gladys y se queda atendiendo a los clientes hasta las 17 horas.

Gladys y Hugo, además, venden cordones para zapatillas y zapatos y betún de diferentes colores.

Poca ganancia

Un letrero dice: "Se lustran zapatos a $600". Aunque es poco lo que ganan, Gladys asegura que ama su oficio y que no entiende por qué los jóvenes ya no se quieren dedicar a este oficio, el que ha perdido presencia no solo en Iquique.

La pampina añade que en verano es más difícil conseguir clientes, porque todos usan chalas, zapatillas o sandalias.

Ella, sin embargo, espera con paciencia que llegue el invierno, porque es la temporada alta para su negocio, debido a que se utilizan botas y zapatos cerrados.

Trayectoria

Antes de ser lustrabotas, Gladys era vendedora. Cuando la tienda cerró, ella decidió ser comerciante ambulante y finalmente se dedicó a su trabajo actual.

"Este oficio es mal visto por los jóvenes y por eso no quieren aprender", repite con cierta decepción.

"Los pocos que quedamos somos de edad avanzada y llegará un momento en que dejaremos de existir", confiesa Gladys, quien, a pesar de su negativa proyección de su oficio, sonríe, conversa, no se queja de ninguna dolencia, es amiga de todos los vendedores ambulantes de la zona y se encomienda a Dios.

"Es un trabajo lindo. Mis clientes me respetan y yo los respeto también", afirma.

Pero Gladys no se limita a lustrar zapatos, ella también escucha los problemas de sus clientes y los aconseja.

"A veces las personas se ahogan en los problemas y cuando conversan se dan cuenta de que todo tiene solución, entonces se van tranquilos y agradecidos", dice, a la vez que sonríe y pide que le tomen unas fotos "bien bonitas", porque guardará la publicación para el recuerdo.

Para sus conocidos, Ramos quedará en sus recuerdos por su sencillez, su amabilidad, sus consejos y su carácter alegre.

"Soy conocida entre los ambulantes, unos me dicen tía y otros mami", confiesa.

Gladys ayuda a los comerciantes de la zona, en sus ratos libres, porque también le gustan las ventas y dice ser buena en eso.

"Yo le pido a Dios piedad y misericordia, que me permita ser luz para la gente y que quite las piedras del camino", comenta y se despide, porque ya es hora de cerrar el puesto de mil historias.

"Los pocos que quedamos somos de edad avanzada y llegará un momento en que dejaremos de existir"

Gladys Ramos,, lustrabotas."