Todavía hoy hay quienes se atreven, con razón o sin ella, a llamar a esta ciudad tierra de campeones. Seguramente, antes que yo, hubo iquiqueños que pudieron decirlo con propiedad y orgullo, y no como ahora, con algo parecido al pudor, como si se tratara de una secreta y lejana letanía.
Sin lugar a dudas, mi tío, Marcial Coca Rocha, fue uno de esos privilegiados iquiqueños. Lo recuerdo hoy pues ha dejado este mundo hace algunos días. Y recordarlo es establecer un vínculo cercano y familiar con el mundo del deporte.
Reservado y austero hasta el paroxismo, el único "lujo" que se permitió fue una suscripción a la televisión de cable para ver lo que él denominada "partidas". Y no sólo de fútbol. Aunque solía sentarse frente al televisor a ver jugar a Deportes Iquique, rumiando y rabiando, mi tío no sólo disfrutaba viendo partidos de fútbol: básquetbol, boxeo, tenis, vóleibol y béisbol, también estaban en su menú deportivo. En este último deporte destacó particularmente.
Fue campeón de Chile en los años 1957 (año de mi nacimiento, además, coincidencia que no me sirvió para heredar ningún dote deportivo) y en 1961. Jugaba de pitcher. Él mismo, recordando esos años triunfales, solía decir que aunque no tenía "un gran brazo" tenía facilidad para lanzar curvas.
En realidad, mi tío en cuestión de deportes siempre fue muy crítico y franco. Durante mi infancia solía acompañarme a mis justas deportivas de pantalón corto. No tardó en decirme, luego de verme jugar fútbol e intentando encestar algunos dobles, que me dedicara pronto a los estudios, pues en los deportes no tenía ninguna habilidad.
Hasta los últimos de sus días me sorprendió con sus análisis deportivos, despachando en apenas un par de sentencias breves y sencillas la explicación a algún resultado de un partido de fútbol. Supongo que ese ojo crítico le ayudó a ganar la Polla Gol en la década del '80, cuando acertar a los resultados deportivos era un ejercicio más romántico que hoy y estos se esperaban con ansias el fin de semana, sentado junto a un aparato de radio.
Tengo, ahora mismo entre mis manos, una fotografía color sepia, de varias décadas atrás, tal vez 1957 o 1961. En la imagen se ve a mi tío lanzando una pelota de béisbol, perfectamente vestido con remera, zapatillas y gorra, sobre un diamante cuya ubicación ignoro. Mientras lanza, la rodilla flectada, el brazo cubriendo la mitad de su rostro, alcanza a apreciarse el bosquejo de una sonrisa. La sonrisa de quien disfruta practicar un juego. La mirada de un niño cuando se le pide distraerse haciendo lo que más le gusta. Esa es la imagen que quiero preservar de mi tío, sonriente, feliz.
No sé si en el cielo juegan béisbol. Si es así, estoy seguro que ahora mismo, mientras nosotros seguimos ocupándonos en faenas mundanas y triviales, mi tío está jugando su deporte favorito. Quién sabe delante de cuál o cuáles privilegiados espectadores.
René Araya Coca, rector laico
colegio Don Bosco Iquique