Secciones

Los migrantes profesionales que buscan la felicidad laboral

Cubanos, haitianos y venezolanos con estudios superiores han emigrado a la región principalmente por motivos económicos. Aquí la historia de personas que no han podido ejercer en sus áreas por las vallas que instala el país.
E-mail Compartir

Carlos Luz Aguilera

En la casa de Óscar Vidal Márquez, de 26 años, sus padres en cuatro ocasiones fueron amarrados y encañonados con armas de fuego por delincuentes.

Ya titulado en ingeniería en minas, Vidal se alejó de la delincuencia desatada en su país y emigró a Iquique desde el estado de Bolívar, Venezuela. Llegó a la ciudad a las 4 de la madrugada del 22 de junio de 2016. Estuvo en la calle por varias horas, sin donde ir, hasta que arrendó una pieza en el pasaje Esfuerzo.

Escapó, además, porque en su país no se proyectaba como ingeniero. "Yo me había graduado en abril de 2016 y quería irme a un lugar donde pudiera ejercer. Entonces pensé en Chile (…) En Venezuela también hay campo laboral en la minería, pero en la mayoría de los casos los jefes no tienen estudios y los sueldos son muy bajos".

Como ejemplo, el bolivarense relata lo que hoy vive su hermana: "Ella trabaja en una empresa siderúrgica, que transforma el hierro en acero, donde es gerente pero gana un sueldo que no le alcanza ni para comprarse unos zapatos".

Yamilé Valdés Carrero, de 43 años, médico cubano con especialidad en medicina general integral, también tomó la decisión de irse de Venezuela, porque no estaba ganando el dinero suficiente y ejerciendo de buena manera su profesión. "Es imposible vivir, a tal extremo que el pueblo tiene hambre y no hay medicina, y como médico tenía que ingeniármela y recurría incluso a la medicina alternativa, a las hierbas, porque no hay medicamentos".

Antes de venirse a Chile, Valdés recibía un sueldo de 100 mil bolívares. "Con 30 mil me alcanzaba para un cartón de 30 huevos".

Sin otra opción, llegó a la región el 7 de octubre de 2016 en calidad de refugiada con su hija de 10 años y una amiga cubana quien también es médico. Ingresaron por el Complejo Fronterizo de Colchane.

Según un estudio publicado en 2017 por la Asociación de Municipalidades de Chile (Amuch), que considera datos de los extranjeros con permanencia definitiva en Chile entre 2005 y 2015, el 24,4% posee títulos universitarios y el 13,1% se tituló de una carrera técnica. Solo el 2,5% no registra estudios.

Sin embargo, un número importante de los titulados que llegan al país no pueden trabajar de profesional por distintos requisitos que deben cumplir. Esto los obliga a buscar empleo en oficios desconocidos. Valdés cuida a una mujer de 77 años. Vidal es garzón en un restaurante.

"No hay un reconocimiento de sus títulos, y para esto deben existir convenios internacionales. Además, los trámites son bien engorrosos, entonces, al final no hay muchos incentivos para los profesionales. En general, el gobierno no reconoce los títulos, y si los llegara a convalidar, el proceso es súper lento y casi siempre tienen que hacer cursos. A veces, los trámites son caros. Estos son las dificultades que encuentran, y la gente viene apremiada a trabajar", dice Marcela Tapia, doctora en Estudios de América Latina Contemporánea y directora ejecutiva del Instituto de Estudios Internacionales de la Unap.

Buscando la felicidad

Vidal explica que para trabajar de ingeniero en una empresa estatal debe convalidar su título en Santiago y rendir algunas pruebas. "Y si quiero ingresar a una empresa privada, este debe estar apostillado por el Convenio de La Haya. Sin embargo, aquí a los ingenieros en mina les piden bastante experiencia. De otro modo es difícil".

Lo más cerca que estuvo de su anhelo de ingresar a la minería local fue cuando trabajó de obrero en una faena de Cerro Colorado durante dos meses.

Su primer empleo fue en un Car Wash limpiando autos. Duró dos días y el dinero que ganó le alcanzó para comprar comida para una semana. De ahí realizó labores en distintos restaurantes. El año pasado trabajó en ocho locales. "Como eres inmigrante, la mayoría piensa que puedes hacer lo mismo por menos dinero, y como yo no soy así me he cambiado bastante". Hoy es garzón de un restaurante en Amunátegui. Gana un sueldo base de $278 mil, pero con las propinas obtiene en un mes unos $600 mil.

En sus tiempos libres, hace dos meses, se dedica a su emprendimiento. "Estoy comprando y vendiendo cosas por internet. Importo productos a Chile, como televisores, computadores, tablets, principalmente tecnología. Estoy pensando en traer relojes y accesorios. En un mes estoy ganando entre $400 y $500 mil".

Valdés, en cambio, su único trabajo ha sido el de cuidar a una anciana que tiene una complicación en su pierna izquierda, por lo que se apoya en un andador para moverse por su hogar. De 9 a las 17 horas la caribeña la cuida. Gana el sueldo mínimo, alrededor de $276 mil. "Me siento millonaria", dice.

El tiempo libre lo dedica a su hija, quien está en cuarto básico en el Liceo Bicentenario Santa María, y a estudiar ya que este año rendirá el Examen Único Nacional de Conocimientos de Medicina (Eunacom). Prueba obligatoria para los extranjeros que quieran trabajar en el sector público, y de aprobarlo su cartón automáticamente se revalidaría.

Hoy dice estar bien, pero lo pasó mal en sus primeros meses en la región por las dificultades de encontrar trabajo. "Me sentía mal, porque donde iba me rechazaban por no tener documentos. Mientras esperaba por una cédula de identidad ¿cómo conseguía trabajo? Como refugiada la ayuda económica no llega. La verdad, todo fue oscuro".

Hoy vive en una pieza con su hija, cerca del colegio. Allí la menor la espera en las tardes, y hay noches en que optan por salir a pasear sin el miedo de resultar gravemente atacadas por delincuentes. "En Venezuela no podíamos salir después de las seis de la tarde". Antes de emigrar a Chile fueron asaltadas en su casa.

Lejos de los hijos

En 2015 Jolie Faustin, de 39 años, llegó a Chile desde la comuna de Jacmel, Haití, por problemas económicos. Un año y seis meses después, su esposo, Emmanuele Pierre, de 41 años, viajó por lo mismo a Tarapacá, el 14 de septiembre de 2016.

Como no tenía un empleo y debía responder por sus cinco hijos, que hoy tienen 18, 16, 14, 11 y 7 años, Pierre llegó a Iquique a probar suerte en un lugar totalmente desconocido.

Los menores, en tanto, se quedaron con una tía. "Nos comunicamos todos los días por el chat de WhatsApp y el Messenger de Facebook, para que sepan que no los hemos abandonado y estamos trabajando lejos por ellos, para su futuro".

Aún así, los más pequeños sienten la ausencia de sus padres y de algún modo se lo expresan a Pierre y a Faustin. "Nos quieren presente para recibir su cariño", dice la madre.

"Pololos"

Pierre se tituló en contabilidad y administración de empresas en la República Dominicana. En Iquique, sin embargo, ha realizado labores en la construcción. "Es complejo conseguir (la validación de los títulos) en parte porque debería regresar a Haití para comenzar el trámite, y para ello debo gastar en los pasajes".

Hoy, en tanto, realiza "pitutos o pololos", así los llama, luego de pavimentar calles durante seis meses. Faustin, por su parte, quien cuenta con estudios de hotelería, trabaja de mucama en un hotel del centro. Cuando llegó a la zona empezó lavando platos en el sector de Victoria.

En la pieza que arriendan en el sector sur de la ciudad, Pierre atesora figuras de metal que él ha creado y espera venderlas. "Estoy moviéndome para presentarlas en algún hotel u otro sitio".

Una de sus piezas, por mientras, se está exhibiendo en algún rincón del hotel Gran Cavancha. "La dejé por si alguien se interesa".

Ambos, sentados en el paseo de Cavancha cuando el día ya termina, dicen que no pierden la esperanza de estabilizarse económicamente y reencontrarse con sus hijos. "Cristo nos ama", dice Pierre con una sonrisa que destaca en su rostro. A su lado, su esposa también sonríe.

"Nos comunicamos para que sepan que no los hemos abandonado"

Emmanuel Pierre, haitiano"