En este último tiempo la Iglesia en Chile, y en ella la figura de obispos y sacerdotes hemos estado en primera plana de las noticias y no precisamente por cosas buenas. Con todo lo doloroso que vivimos podemos decir. ¡Qué bueno que a la Iglesia se le exija, y con razón, más que al resto de la sociedad!, no podría ser de otro modo, si ella está llamada a ser luz en medio de los pueblos.
De la Iglesia decimos que es santa porque su cabeza, Cristo Jesús es Santo y porque en ella el Señor ha dejado todos los medios para la santificación de las personas, pero en su interior lleva a pecadores que somos nosotros.
Los que nos decimos miembros de la Iglesia, estamos llamados a ser luz y sal de la tierra, es decir, a iluminar y dar sabor a Cristo a una humanidad que no pocas veces camina en tinieblas y se vuelve cada vez más insípida.
A lo largo de toda su historia, la Iglesia ha enfrentado momentos difíciles, motivados muchas veces por la infidelidad de algunos de sus miembros, pero siempre ha triunfado la fidelidad de Dios y la generosidad de tantos creyentes, hombres y mujeres, laicos y consagrados, que desde el aparente anonimato de sus vidas han contribuido a su renovación y florecimiento. Los tiempos de crisis han sido los momentos del aparecer de grandes santos y renovadores.
Conocido es aquel episodio, cuando un grande de este mundo, embebido de su orgullo y poder dice en un momento a un cardenal: "Eminencia, yo destruiré a la Iglesia; a lo que el cardenal responde: Excelencia, ni nosotros lo hemos podido hacer".
Los delitos y pecados cometidos por algunos miembros de la Iglesia, sin duda oscurecen su misión. Razón tienen muchos creyentes para estar desconcertados. Algunos encontrarán ahora el motivo para hacer efectivo el alejamiento que ya venían teniendo. Aunque nos duela, nos hace bien la crítica y la exposición; con todo, esperamos que el fuerte remezón que vivimos, nos motive a la conversión, a ser más responsables en no separar fe y vida, y a saber caminar con la mirada puesta en Jesús que es el consumador de nuestra fe.
En una ocasión ante la predicación de Jesucristo, la gente comenzó a alejarse, Jesús se dolió, miró a los apóstoles y les dijo: ¿Ustedes también se irán? , a lo que Pedro respondió: a quien otro vamos a ir, Señor, si solo tú tienes palabra de vida eterna. Quiera Dios, que muchos hoy podamos responder de la misma manera.
"De la Iglesia decimos que es santa porque su cabeza, Cristo Jesús, es Santo".
Guillermo Vera,, obispo de Iquique"