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Panadería Libanesa cierra sus puertas luego de 94 años de vida

Este tradicional lugar vio pasar a cinco generaciones de la familia Guerra Buhadla.
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Francisca Cabello Iriarte

Uno de los lugares que guarda relatos, que sigue teniendo los vestigios de una infraestructura oxidada, característica de los locales del siglo XX que yacen en el casco histórico de Iquique, es la Panadería Libanesa que desde hoy ingresa a la lista de los locales que se han visto afectados por la modernidad.

Esta edificación, ubicada en calle Amunátegui frente al Mercado Centenario, data de 1924 de cuando llegó el libanés Félix Buhadla junto a su esposa a concretar el sueño del negocio propio. Este lugar aún conserva el horno que calentaba chocosos, cachos, colisas, lulos, marraquetas y condesas; su chimenea permanece pero deteriorada por el tiempo, y allí están tres mujeres contando cuando un hombre de estatura baja y delgado se introducía mojado para limpiar la chimenea.

Se trata de las hermanas Guerra Buhadla, Emilia (36), María Carlos (35) y María Victoria (28): son diseñadoras de profesión y su abuelo fue Alberto Buhadla, hijo de Félix quien tras los años tomó el mando de la Panadería Libanesa.

La administración del recinto poco a poco fue surgiendo, se importaba harina y en su época de mayor auge llegó a tener diez panaderos amasando noche tras noche. Transcurrieron los años al igual que el mando que pasó a uno de sus hijos y luego a su hija Emilia, madre de estas tres mujeres.

Cada una de ellas palpó lo que fue la vorágine de este local, su madre debía estar a las seis de la mañana para despachar los pedidos a los locales del Mercado y la Feria Persa, "luego esperaba a quien hacía la caldera para preparar fuego. Atendía hasta máximo la una de la tarde y a esa hora el caldeador venía y se quedaba hasta como las cuatro de la tarde (...) y esperaba al panadero que estaba hasta como la medianoche hasta que llegaba mi mamá. Ella partió con tres panaderos y terminó con uno. Cada vez era menos pan", contó María Carlos.

Pero la labor no paraba ahí porque luego del almuerzo había que ir a buscar leña a los más recónditos lugares para encontrar pallet y todo esto era una experiencia para sus cinco hijos. "La ayudamos por períodos porque como estábamos estudiando, pero somos tantos que siempre a alguno le tocó trabajar. Una fue a buscar los pallet, a otra le tocó limpiar el 'poto' del pan por las piedritas que quedaban del horno o acompañar temprano a mi mamá", explicó la diseñadora.

Fue hasta 2016 que en la Libanesa se amasó el pan y para la joven de 35 años, quien recién llegaba de Santiago, este árbol genealógico no debía resignarse a morir, por lo que junto a sus hermanas comenzaron a realizar fiestas culturales que reunió a la escena local. Sin embargo, ellas sabían que en algún momento llegaría su comprador, del cual solo saben que "son extranjeros y lo más seguro es que hagan algún supermercado o mall".

Por esa razón, el colectivo de estas hermanas llamado "Buena Mano", realizará este sábado 27, a partir de las 16 horas, el último adiós porque "todos han tenido algún recuerdo de esta panadería, entonces si se va a derrumbar, que es lo más seguro, que la vean por última vez, que se saquen la última foto y que nos cuenten sus historias".

"Una fue a buscar los pallet, a otra le tocó limpiar el 'poto' del pan por las piedritas que quedaban del horno".

María Carlos Guerra Buhadla, Diseñadora e integrante de "Buena Mano"."