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Las mujeres carne de cañón del narcotráfico

Cientos están siendo reclutadas por el narcotráfico para transportar droga desde Bolivia al creciente mercado consumidor de Chile. Les ofrecen hasta mil dólares por convertirse en "mulas" o "tragonas". Una oferta tentadora para mujeres en su mayoría pobres, endeudadas y que son el único sustento de sus familias. Un problema binacional que crece en medio de las malas relaciones entre ambos países.
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Investigación realizada por Nelfi Reyes por el Diario El Deber (Bolivia), Cristian Ascencio por el periódico El Mercurio de Antofagasta (Chile) y Carlos Luz por el Diario La Estrella de Iquique (Chile) en alianza con CONNECTAS.

Mujeres bolivianas son capturadas a diario transportando droga en el norte de Chile. La llevan en bolsos, zapatos, enfajadas a su cuerpo o dentro de su estómago. La mitad de ellas son originarias de Cochabamba e indígenas. La gran mayoría no tiene educación secundaria completa. Casi todas son madres solteras.

Los narcos reclutan fácilmente a mujeres pobres para llevar cocaína hasta las grandes ciudades de Chile, donde abundan los consumidores y la droga multiplica su valor por 7.

Por su parte, los gobiernos de Chile y Bolivia invierten grandes sumas en la persecución del narcotráfico, pero las fiscalías de ambos países no realizan investigaciones conjuntas que permitan detener las grandes mafias; por eso, quienes caen son los eslabones más débiles de la cadena.

El viaje de las mujeres bolivianas reclutadas por el narco suele terminar en un container ubicado frente a la Unidad de Urgencia del Hospital de Iquique. Ahí pueden pasar hasta 5 días sentadas en una banca, sin posibilidad de recostarse, mientras evacúan hasta el último ovoide de sus intestinos.

Otras ni siquiera alcanzan a cruzar la frontera. Son arrestadas y encarceladas en la misma Bolivia, quedando presas en condiciones más precarias y por períodos más prolongados de tiempo.

Bolivia y Chile no tienen relaciones diplomáticas y la tensión entre sus autoridades es histórica. Después de la demanda marítima boliviana contra Chile en la Corte Internacional de Justicia de La Haya, la relación ha llegado a su peor estado en lo que va de los últimos 30 años.

Tanto es así que la reunión bilateral programada para septiembre de 2018, en la que se discutirían temas fronterizos, entre ellos la lucha contra el narcotráfico, fue suspendida por el gobierno chileno. "No está dado el clima y el ambiente para tener una reunión productiva", dijo el canciller de este país Roberto Ampuero.

Mientras tanto, las mafias siguen reclutando diariamente a personas pobres en zonas rurales, barrios vulnerables y terminales de buses. Las envían a un viaje que muchas veces termina en la cárcel.

En esta investigación colaborativa participaron los periódicos El Deber (Bolivia); El Mercurio de Antofagasta (Chile), La Estrella de Iquique (Chile) y la plataforma periodística para las Américas, Connectas.

Durante 6 meses se recopilaron los testimonios de mujeres encarceladas por narcotráfico, policías, fiscalías, defensorías y entes gubernamentales. Además, se revisaron más de 300 sentencias cursadas entre 2017 y el primer semestre de 2018 en tribunales del norte de Chile para así lograr entender el origen de este problema.

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Elena tenía 20 años cuando aceptó ser tragona, y dos hijos, uno de 3 y otra de un año. Cuando emprendió el viaje, en enero de 2018, la bebé aún era amamantada.

Dejó a sus hijos a cargo de su hermano menor, de 17 años. También le dejó a su cargo a su otro hermano, de 7 años, y quien fue la razón para tomar el 'empleo' de tragona.

"Acepté llevar ovoides por necesidad económica. Necesitaba para comprar una válvula para mi hermano que tenía desnutrición grave y no se alimentaba normal, por una malformación cerebral congénita", dice Elena.

Como la mayoría de las mujeres utilizadas como correos humanos por el narcotráfico, Elena es de Cochabamba y es madre soltera. Tenía un empleo parcial limpiando casas en el que le pagaban 600 bolivianos mensuales (87 dólares). Le prometieron mil dólares por hacer el viaje, lo que es igual a 3,3 salarios mínimos en Bolivia y multiplicaba por diez sus propios ingresos.

"Me lo ofrecieron en un bus. Conocía a un señor que era del mismo lugar de donde yo vivía. Él me ofreció, me dijo: 'Yo trabajo con eso, si querés yo te hago conseguir' y me dio un número. Era una persona mayor que yo conocía desde que era niña. No sé (si se dedica a reclutar mujeres), pero yo creo que sí (...). Lo pensé como tres semanas, pero él me presionaba, me llamaba, me preguntaba si lo iba a aceptar, '¿lo vas a llevar?' y, al final, sí lo acepté porque era lo necesario. Necesitaba para mi hermano".

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Un kilo de cocaína pura cuesta en Bolivia unos 2.200 dólares. A las 'tragonas' (quienes tragan ovoides de cocaína) y 'mulas' (quienes llevan la droga en maletas o fajadas a su cuerpo) les pagan hasta 1.500 dólares por llevar ese kilo desde Bolivia hasta Santiago de Chile, donde se venderá a 15 dólares cada gramo. Es decir, los narcos pueden obtener 15 mil dólares por el kilo si es que la venden tal como llegó. Pero, en la gran mayoría de los casos, la cocaína es mezclada con otros productos como yeso o talco para aumentar la ganancia.

Las transportadoras en algunas ocasiones son acompañadas dentro del bus por un vigilante de la mafia. En otras les toman una fotografía en el terminal de buses en que se embarcan y se les entrega un teléfono celular viejo. Al llegar al terminal de buses de destino, alguien más las espera y las lleva a una casa de seguridad.

Las declaraciones de las mujeres, consignadas en las sentencias judiciales en Chile, dan cuenta de estos mecanismos.

"Viajé a comprar telas a Oruro, se me acercó una señora que me ofreció un trabajo de traslado de droga hasta Iquique. En el terminal me esperarían y me pagarían 300 dólares. La señora me tomó una fotografía para reconocerme. Debía entregar el paquete en el terminal de Iquique a esta misma persona" (extracto de declaración de C.P.H, de 30 años, quien estuvo un año presa en Chile antes de ser expulsada).

"En el terminal de Iquique conocí a una señora de nombre Margarita que me entregó mil dólares y '100 chilenos' por trasladar 4 paquetes de droga hasta Calama; esta señora compró los pasajes para viajar, me esperaría en el terminal de Calama y me sacó una foto con su celular", (extracto de declaración de E.R.L, 38 años, condenada a 5 años y un día de pena efectiva).

"En Pisiga dos personas me entregaron la carga y me dijeron que debía pasar la 'tranca'. Me levanté y empecé a caminar, cuando sale una patrulla, me asusté y corrí, no pude escapar. Le dije a los señores que me suelten, que no es mía, que me la entregaron unos señores en Pisiga. No me creyeron y me encerraron (...). Me iban a pagar $1.000 dólares en el terminal de Iquique, pero no me pagaron nada. Estoy encerrada 12 meses (...) Ellos fueron el día de mi cumpleaños a mi casa, les cuento los problemas de salud de mi hija y que costaba 8 mil bolivianos, ellos piden mi número y me llaman el 17 de septiembre, diciéndome que fuera a la frontera y ahí me pasaron la droga; me llamaban por teléfono. Cuando me detuvieron me encontraron dos teléfonos pequeños, el otro me lo dieron", (extracto de declaración de F.J.C, de 43 años, estuvo presa 1 año y dos meses antes de ser expulsada).

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Francisca Fernández es antropóloga y perita de la Defensoría chilena. Esa entidad le encargó un estudio sobre los perfiles de las mujeres indígenas extranjeras condenadas en cárceles del norte de Chile. Por meses recorrió las cárceles y entrevistó a condenadas, principalmente bolivianas. Para Francisca Fernández, estas mujeres son utilizadas como material desechable por las bandas y lo ejemplifica con uno de los casos que conoció: "Tres mujeres van sentadas juntas en el bus y llevan las mismas zapatillas blancas, nuevas, con una planta alta. Era evidente que si las vestían así, iban a ser revisadas".

La antropóloga presume que fueron enviadas para desviar la atención de las policías, mientras que al mismo tiempo por alguno de los cientos de pasos clandestinos se ingresó un cargamento más grande.

La Defensoría ha notado que en varios casos la droga es llevada tan burdamente, que es como si alguien quisiera que fuera descubierta. Para la entidad, es posible que las bandas estén usando a personas pobres para concentrar los esfuerzos de las policías en un punto, mientras se ingresan grandes volúmenes de droga por otro.

Si son distractivos o no, es difícil comprobarlo. Pero una cosa es segura, son tantas las mujeres detenidas y tanta la droga decomisada que, si el narco sigue apostando por la vía de las 'mulas' y 'tragonas' para enviar droga al sur, es porque sigue siendo muy rentable.

Gabriel Carrión, jefe de estudios de la Defensoría Regional de Tarapacá, la región de Chile donde hay más bolivianos y bolivianas capturados por narcotráfico, sostiene que la política persecutoria en Chile no busca a los propietarios de la droga, sino que se centra en los flancos débiles y descartables, los transportadores al por menor. "Los fiscales optan por una opción práctica: buscan condenar a quienes llevan la droga, y si les preguntan por los dueños de la droga, explican que no les corresponde (perseguirlos) porque tendría que realizarse una investigación extraterritorial".

Aunque las policías chilena y boliviana afirman que sí se comparten entre ellas la información recopilada en las detenciones de 'tragones' y 'mulas'; la Fiscalía de la Región chilena de Tarapacá reconoce que no se han realizado investigaciones transnacionales. El fiscal regional de Tarapacá, Raúl Arancibia, dice: "Hasta la fecha en la región no hemos tenido investigaciones de tráfico de droga en la que hayamos trabajado con la Fiscalía boliviana".

Aunque el conflicto data del siglo XIX, cuando Bolivia perdió su salida al océano Pacífico en un conflicto bélico, estos países sudamericanos -vecinos por 850 kilómetros de frontera- desde hace 40 años tienen rotas sus relaciones diplomáticas. En marzo de 1978 retiraron a sus embajadores y en los últimos cuatro años el ambiente se enrareció aún más, luego de que Bolivia interpusiera una demanda ante la Corte Internacional de Justicia en La Haya para obligar a Chile a dialogar sobre una salida soberana al mar.

Esta situación llevó a que una reunión para hablar justamente sobre temas fronterizos, entre ellos la lucha contra el narco, fuera suspendida. El 3 de septiembre, dos días antes del encuentro, Chile dijo que las condiciones no estaban dadas para la cita y un mes después, el primero de octubre, La Haya falló en contra del pedido boliviano.

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Elena tragó gran parte de los ovoides en Oruro, Bolivia, y viajó hasta la frontera acompañada de un vigilante del dueño de la droga. En Pisiga tragó el resto de los ovoides en un hostal clandestino donde pagó 25 bolivianos por pasar la noche, aunque esa noche no durmió.

En la madrugada cruzó hacia Chile por un costado de la Aduana. A lado y lado de esa Aduana hay una pampa eterna que tiene varios apodos puestos por los lugareños del pueblo de Pisiga. "El hueco" y "la tranca" son los más comunes.

Caminó por la misma ruta usada por los contrabandistas de frutas y verduras, de ropa, de automóviles, de droga y los coyotes que llevan migrantes hacia 'el sueño chileno'.

Llegó al amanecer hasta un pequeño paradero de buses en el pueblo de Colchane, donde unas comerciantes con polleras ofrecen sus productos a los viajeros.

Elena tomó el primer bus a Iquique y en Iquique, otro más hacia Antofagasta. Ya llevaba más de 24 horas con los 98 ovoides en su estómago. En ese tiempo no pudo tomar más que agua y refresco. Comer algo sólido le haría expulsar la codiciada carga.

En el control aduanero El Loa, a tres horas de su destino final, la revisó un funcionario de Aduanas.

-¿Estás llevando los huevitos?

-No, no, no.

-Estás llevándolos, tienes que decirlo, estás muy nerviosa.

"Luego me dijo que lo reconozca por el bien de mis hijos, que esto no era permitido y que lo aceptara, y que me iba a ayudar en algo si lo aceptaba. Al final lo reconocí. Ya no podía más, mi conciencia ya no me dejaba y dije: 'Sí, estoy llevando'".

Los bolivianos que reconocen culpabilidad en delitos con penas inferiores a los 5 años de prisión pueden acceder a la expulsión del territorio nacional, con la condición de no volver a Chile durante un periodo de 10 años.

El 93% de las 325 bolivianas condenadas en el norte de Chile, entre 2017 y el primer trimestre de 2018, accedió a este beneficio. Ellas tuvieron un tiempo promedio de encarcelamiento de 7,5 meses, esto según un análisis de las sentencias del Poder Judicial contra mujeres bolivianas en el norte de Chile en 2017 y primer trimestre de 2018.

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Según los datos de la Defensoría de Tarapacá, un 58% de las 180 mujeres bolivianas condenadas en 2017 declaró ser indígena. En su mayoría fueron recluidas en la cárcel de Alto Hospicio, a 230 kilómetros de la frontera con Bolivia.

Alto Hospicio es una de las comunas más pobres de Chile. Está en el puesto 76, entre 93 ciudades, en el Índice de Calidad de Vida Urbana realizado por la Universidad Católica de Chile. Creció como un conjunto de 'tomas' en el sector alto de la ciudad de Iquique y está unida a ésta por una sola vía que culebrea por la Cordillera de la Costa.

No es una comuna turística como la vecina Iquique, sino más bien industrial, pero a pesar de lo agreste del paisaje, las mujeres bolivianas que llegan hasta la cárcel de Alto Hospicio tienen algunas ventajas si se compara su situación con la de sus coterráneas que caen en otras prisiones chilenas. La primera es que en ese penal hay más bolivianas presas que de cualquier otra nacionalidad, incluida la chilena, lo que les significa sufrir menos episodios de discriminación de parte de otras internas. "Ellas conforman comunidades de connacionales", afirma Gabriel Carrión, abogado de la Defensoría chilena.

Otra ventaja es que en la región de Tarapacá, la Defensoría creó una unidad especializada en la defensa indígena, lo que permite contar con intérpretes en algunos casos en que las mujeres imputadas no hablan español.

Gabriel Carrión explica que su organismo debió contratar un defensor especializado y una facilitadora intercultural, lo que ha permitido reducir los tiempos de tramitación de las causas y, sobre todo, que las mujeres accedan a información. "Es que por regla general la mujer boliviana cumple las reglas y la disciplina. Es de bajo perfil. Tanto así que a veces ni siquiera se dan cuenta de las vulneraciones", advierte Carrión, quien también es boliviano.

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Cuando detuvieron a Elena la llevaron hasta un container, justo frente a la Unidad de Urgencia del Hospital Regional de Iquique. Ahí estuvo dos noches, mientras evacuaba los ovoides.

En el container debió estar sentada todo el tiempo en una banca. No había camillas donde recostarse. Le dieron agua y sopas. Nada sólido. De esa forma se evita que los ovoides salgan muy sucios.

"No es sólo desagradable para los detenidos estar ahí", dice un policía. "Hay que sacar los ovoides con guantes de la bacinica y lavarlos. El olor dentro, sobre todo cuando hace mucho calor, es desesperante", agrega.

Mientras estuvo en el container, Elena vio pasar a otros cuatro detenidos por ahí. Tres hombres y una mujer. Todos ellos bolivianos.

Después de que evacuó el último ovoide, le dijeron que tenía derecho a avisar al consulado boliviano de su situación para que éste, a su vez, avisara a su familia en Bolivia. Como la mayoría de las ciudadanas bolivianas que son detenidas en Chile, Elena prefirió que no. Durante los meses que estuvo en la cárcel en Chile, no habló por teléfono con ellos ni recibió visitas.

"Yo pedí al consulado que no avisaran. Ellos van a querer venir, yo sé que no tienen plata para venir acá y esa plata sirve para mis hijos o mi hermano".

Elena no tuvo noticias de su familia, excepto por una.

"Me llegó una carta de Bolivia, que una señora me la trajo. Yo le mandé una carta a su hija, su hija habló con mi hermana y mi hermana me mandó la carta y me mandó plata. Es mi hermana mayor. En la carta decía que mi hermano menor, el de la enfermedad, falleció. Ahí me enteré que mis hijos estaban con ella y mi otro hermano también. Mi hermano pequeño, que era como mi hijo, falleció el 2 de julio.

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Según el Ministerio del Interior de Chile, entre 2013 y 2017 fueron expulsados 6.185 extranjeros. Esta lista la encabeza Bolivia con 3.070 deportados. Le sigue Perú, con 1.214, y Colombia, con 1.174.

Más del 90% de los casos, las condenadas bolivianas por narcotráfico son expulsadas de Chile, y así el país se ahorra los más de mil dólares mensuales que cuesta al Estado mantener un preso.

Durante esta investigación se revisaron 325 sentencias de mujeres bolivianas condenadas por narcotráfico en cárceles del norte chileno. En el 98% de los casos ellas nunca antes habían cometido un delito, ni en Chile, ni en Bolivia, ni en ningún otro país, tal como Elena.

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Es el mediodía de un caluroso día de octubre y Elena está parada a los pies de una tumba en un cementerio del Chapare, Bolivia. Se abanica con las manos. El viento ha dejado de soplar y el bochorno hace que una gota de sudor le surque la frente, luego otra y otra.

Un 13 de septiembre Elena fue dejada en la frontera con el compromiso de que no vuelva a poner un pie en Chile en 10 años. Después de someterse al control en Migración en Bolivia, de que revisaran si tenía o no antecedentes en su país, quedó en libertad. Lo primero que quería era volver a casa, abrazar a sus hijos, recuperar el tiempo perdido, pero no sabía cómo. No tenía un peso en el bolsillo.

Telefoneó a un familiar para que le prestara dinero para el pasaje y así tomó el primer bus a Cochabamba. Llegó de noche. Hacía frío y tenía hambre, pero no tenía dinero. Se quedó en el terminal. Al día siguiente su hermana, la que había cuidado a sus hijos, llegó a su rescate.

La última entrevista para esta investigación la da junto a la tumba de su hermano, Lázaro, quien falleció cuando ella estaba en la cárcel de Alto Hospicio y por quien hizo ese viaje a Chile cargando droga.

El panteón está alejado del pueblo. Mejor así, Elena quiere pasar inadvertida, que los vecinos no se enteren de que está hablando con periodistas.

Los siete meses y 15 días de reclusión en Chile le han marcado un profundo abismo. Sus hijos, pese a su corta edad, la ven como a una extraña. Le llaman mamá a su hermana.

"Cuando llega mi hermana corren a su encuentro, la abrazan. Eso me duele. Tengo que recuperarlos. Estoy buscando trabajando".

Sabe que 'aquel viaje' no sirvió para nada. No pudo despedir a Lázaro, sus hijos están distantes y quedó con recuerdos que quisiera olvidar, pero no puede.

Tiene muy presentes dos escenas: la primera, cuando la detuvieron. "Ya llegó otra narcoburra", le dijo una agente de Carabineros.

Esa sería la primera vez, pero no la última en la que se referirían a ella con ese término.

"'¿Ustedes creen que Chile es como su país? ¿corrupto? Aquí no somos así, de aquí no saldrás libre'", me dijeron. Me sentía mal. Estaba sola, sin ninguna visita, mi familia no podía, no tenía dinero.

Elena ahora traslada sus pensamientos a la cárcel de Iquique.

"¡Uhhhh! Está llena de bolivianas. Hay de todas las edades, pero en su mayoría son jóvenes. Hay quienes no hablan español, solo quechua. Hay también mujeres de pollera. Es duro".

La segunda escena que recuerda está relacionada con los primeros días su detención. Estaba en el container afuera del Hospital de Iquique, donde Chile recibe a las 'tragonas' para que expulsen la droga.

"La policía nos llevó a los que estábamos allí a una sala del hospital para que veamos a un hombre que se estaba muriendo porque se le habían reventado (las cápsulas) en su estómago. Quería que veamos las consecuencias de lo que habíamos hecho. Nos decía que si a nosotros no nos importaba nuestra vida, a ellos sí".

A su vuelta al Chapare, Elena hizo algo que no sabe explicar bien por qué. Fue a buscar al hombre que la metió en el lío. Quería que le reconociera, en dinero, el tiempo que estuvo encarcelada, pero no encontró nada más que la noticia de su desaparición desde ya hace tres meses.

"Acepté porque era lo necesario. Necesitaba para mi hermano"

Elena, boliviana"

"(La cárcel) está llena de bolivianas. Hay de todas las edades"

Elena, boliviana"