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Mauricio Rojas: "La inmigración libre es un hecho completamente irreal"

Desde militar en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, vivir en el exilio en Europa tras el golpe militar y formar parte del Gobierno de Sebastián Piñera, el ex asesor presidencial habla del desafío migratorio y de los cuestionamientos históricos.
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Mauricio Torres Paredes

El exministro de Cultura, Mauricio Rojas, quien hace prácticamente un año dejó su cargo a solo cuatro días de asumir luego que se revelara que en 2015 calificó al Museo de la Memoria como un "montaje", visitó Iquique esta semana para dar una charla por la Fundación para el Progreso sobre inmigración.

Para el historiador económico, el proceso migratorio en Chile ocurrió de forma rápida y concentrada. "Estamos hablando de un millón de personas en cinco años. Eso siempre abre posibilidades para un país, pero también produce, casi sin excepción, tensiones, conflictos y reacciones", expresa.

-¿Cuáles son los principales desafíos de la migración?

-Los migrantes se concentran en barrios vulnerables y habitualmente se produce una disputa por el espacio público, la vivienda, la escuela, el consultorio. La política pública no ha sido capaz de poner todos los recursos y el apoyo para que eso no se transforme en un conflicto abierto en la población. Si hablamos de un millón de personas, la gran mayoría son relativamente jóvenes, en condiciones y con necesidad de trabajo. Absorberlos en tan poco tiempo sin duda que es complejo y para la población local puede sentirse como una amenaza directa a su seguridad laboral, a sus ingresos. Y hay que separar criminalidad de migración de forma absolutamente estricta. Si la gente ve que no hay una actitud firme respecto de la ilegalidad para llegar y vivir en Chile, se va a preguntar por qué a los chilenos se les exige cumplir la ley si los que llegan no la cumplen. Si uno quiere generar xenofobia, la forma de hacerlo es dejando que los conflictos sigan. La mano blanda termina siendo mano dura contra el inmigrante. Debemos conciliar esa voluntad de las personas de vivir en otro país con nuestra capacidad de recepción. Los países no tienen una capacidad de recepción inagotable.

-¿Se contradice el libre flujo del capital con poner orden al flujo humano?

-Las personas no son capital. Las personas llegan a convivir con otras personas y debemos poder ver los problemas complejos de convivencia. La inmigración libre, que puede ser una panacea que algunos liberales incluso la defienden, es un hecho completamente irreal, porque ignora la cuestión más esencial para el ser humano, su territorio, su pertenencia, su identidad.

-A su juicio, ¿qué ocurriría si no hay regulación?

-Podemos terminar en que de pronto hay un barrio vulnerable donde la población local se siente extremadamente amenazada y empieza a poner banderas chilenas, y se crea una situación de conflicto que explota. Pueden pasar cosas peores, un enfrentamiento en Antofagasta o en Iquique, o en barrios de Santiago con muertos por ambos lados, o un gran partido anti inmigrantes o movimientos profundamente xenófobos. Acá en Chile están todas las condiciones dadas. Hay un sentimiento, no digo mayoritario, pero de suficientes personas para que surja una alternativa dura, militante. Cuando pasa eso ya es demasiado tarde.

-Cuando habla de partidos nacionalistas, ¿ve en la figura de José Antonio Kast ese ejemplo?

-No. Cuando uno ve un conjunto de problemas e inquietudes en la población, que no están respondidas por el sistema político, uno dice, "ahí hay un espacio" y de repente surgen líderes. Uno no puede desentenderse de que hay un espacio político deshabitado. Ahora, todo lo que he escuchado de José Antonio me parecer razonable. Hay muchas cosas que no comparto, pero me parece que no se ha volcado a algo populista, no lo he visto en él y espero no verlo nunca tampoco, porque creo que su figura es una persona respetable. Muchas veces para desarrollar este tipo de movimientos se requieren personas poco respetables, como Donald Trump o Jair Bolsonaro, que pueden desarrollar una retórica prácticamente sin límites. Yo no veo que José Antonio Kast esté en eso...

-Kast ha dicho que eliminaría algunas referencias a la figura de Salvador Allende en caso de llegar a la Presidencia. Aquí en Iquique también se ha abierto el debate sobre cambiarle el nombre a la avenida Salvador Allende que muchos iquiqueños aún conocen como Pedro Prado... ¿Qué opinión tiene de ese debate?

-Más que cambios de nombres o monumentos, lo importante es hablar de eso. Si se le cambia el nombre a una calle para ponerle Salvador Allende, lo importante es que eso genere una discusión sobre qué significó ese personaje. Son muy pocos los que no entienden el daño profundo que le hizo el gobierno de Salvador Allende a nuestra democracia. Si algún día sale de esa discusión que no podemos estar haciéndole gloria a personas que fueron clave para la destrucción de la democracia, será la discusión la que lo diga. Lo importante es aprovechar la oportunidad de clarificar que la democracia en Chile fue destruida paulatinamente y mucho antes del año 73. Eso es lo que hay que estudiar y es lo que muchos no quieren, porque tienen parte de culpa.

-¿Cuál es el límite entre cuestionar figuras y procesos históricos y lo que se acusa como negacionismo?

-Hay que cuestionar a todas las figuras históricas, por supuesto. Eso es parte de una sociedad abierta y democrática. No puede existir una prohibición. Negarse a discutir es una brutalidad. Ahora, meterle a cada persona que quiere discutir esto que "está negando las violaciones a los derechos humanos" es una forma de reprimir el diálogo abierto. Yo jamás he negado las violaciones, todo lo contrario, las he criticado con las palabras más duras y he hablado de terrorismo sistemático de Estado. Pero no se quiere discutir lo otro, cómo llegamos a eso, porque ahí la historia es bastante complicada para muchos.

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