"Tendríamos que avergonzarnos de no ponernos de acuerdo"
Dice que no nos podemos permitir que el acuerdo constitucional fracase, que a los economistas y empresarios también hay que sacarlos al pizarrón y, en vez de "crisis", propone utilizar la palabra "angustia".
Patricio Tapia - Medios Regionales
Sobre la democracia y sobre los derechos humanos ha escrito en sus dos libros más recientes Agustín Squella, lo cual adquiere una inesperada pertinencia, porque la democracia y los derechos humanos se han invocado, se han puesto en tensión, se han vulnerado y se han defendido, desde la crisis social y la violencia que han convulsionado al país pronto hará dos meses.
Abogado, Premio Nacional de Humanidades, profesor en la Escuela de Derecho de la Universidad de Valparaíso, de la que fue rector, Squella (1944) desde hace ya un tiempo ha estado abocado a algunas "poderosas palabras" de la política. Después de terminar su trilogía sobre los grandes ideales de la Revolución Francesa, "Libertad", "Igualdad" y "Fraternidad", ha publicado "Democracia, ¿crisis, decadencia o colapso?" y "Derechos humanos" (este último hace unos pocos días), todos bajo el sello de las Ediciones de la Universidad de Valparaíso. En esa ciudad, tras el estallido, Squella ha podido apreciar también la violencia. Sin embargo, alberga la esperanza de que el país podrá salir de estas graves dificultades, porque ante el pesimismo de la razón opone el optimismo de la voluntad.
-En sus últimas publicaciones ha indagado el sentido y la carga conceptual de palabras importantes: igualdad, libertad, fraternidad, democracia. ¿Qué opina del concepto "estallido social"?
-Se trata de una manera de hablar que describe bien lo que hemos tenido recientemente en Chile. Es algo que sobrevino abrupta y ruidosamente, pero no al modo de lo que ocurre cuando se dispara un arma, sino al de algo que se rompe o desgarra, o, mejor, que ya roto o desgarrado, se deja ver como tal para sorpresa de lo que no lo habían advertido. No es que Chile cambió a partir del 18 de octubre; lo que pasa es que se mostró. Había cambiado mucho antes.
-¿Cuál cree que es la palabra que mejor define lo que vive el país desde hace casi dos meses?
-"Crisis" es ya una palabra muy sobreutilizada. La verdad es que todo está siempre en crisis, incluso cada uno de nosotros, como personas. Los países, y los individuos también, igual como aquel que juega en el circo con los platos voladores que ruedan sobre la punta de unas varillas, somos presas de la inestabilidad y de cierta angustia por lo que pasa y por lo que pueda pasar en el futuro. Una angustia flotante que de pronto se hace más patente. Me quedo entonces con la palabra "angustia", aunque dándole también el sentido positivo que ella también tiene: el de saber que estamos en un aprieto, pero con la esperanza de que podremos salir de él para alcanzar situaciones mejores que las que teníamos más o menos ocultas antes del 18 de octubre. Esperanza, digo, no confianza, porque, al revés de esta, la primera nunca es ciega.
-En su libro "Democracia" ya vislumbraba una crisis o colapso. ¿Imaginó que sería tan rotundo y violento?
-En ese libro hay un análisis de los malos vientos que soplan para la democracia a nivel planetario, no solo en Chile. Pero el subtítulo del libro, después de poner el sustantivo "democracia", pregunta lo que usted dice: "¿Crisis, decadencia o colapso?". Lo que estamos presenciando a nivel mundial es algo más que una crisis de la democracia, y lo que me temo es que se trate de su decadencia o colapso. Una alternativa más optimista diría que lo que estamos viviendo es un giro o cambio de la democracia y no su término. Así como la democracia moderna fue un giro respecto de lo que había sido la democracia de los antiguos, hoy podríamos estar frente a un nuevo cambio, pero siempre de la democracia y no del reemplazo de esta por otra forma de gobierno que cancele el compromiso que la democracia tiene con la libertad de las personas.
-Allí enfatizaba entre las causas el papel de la economía global como una forma de debilitación o menoscabo de las labores estatales. ¿Lo sigue considerando así?
-Claro que sí. La economía global no es controlada por ningún Estado ni por organismo internacional alguno, sino por agentes económicos múltiples y muy difusos que están más interesados en especular que en producir. ¿Qué pueden los estados nacionales, sobre todo los pequeños, como el nuestro, ante fuerzas económicas poderosas que trabajan silenciosamente en la oscuridad y solo para sus propios y desmedidos beneficios?
-Pero ese sistema económico no parece tan fácilmente separable de la democracia…
-La democracia, que es un régimen político, convive hoy en la mayoría de los países con un sistema económico que puede ser llamado, descriptiva y no peyorativamente, como capitalismo neoliberal hegemónico. No se trata solo de un sistema económico capitalista, sino de un capitalismo reforzado por una doctrina que es más que económica: el neoliberalismo. Las lógicas neoliberales, o, si se prefiere, el sentido común neoliberal, se ha impuesto y mantenido en muchos lugares del mundo, aunque con distintos énfasis. No fue igual el neoliberalismo de Reagan que el de Bill Clinton, ni tampoco el de este último que el de Obama. No fue lo mismo Margaret Thatcher que Tony Blair. Y, por supuesto, no fueron iguales las lógicas neoliberales implacables de la última década de nuestra dictadura militar que las que suavizadas por políticas sociales continuaron aplicando parcialmente los gobiernos de la Concertación. Así como lo que hay son "liberalismos", no "liberalismo", así hay también "neoliberalismos", distintos unos de otros según la intensidad y extensión con la que se aplican los planteamientos neoliberales. Algo de eso se explica también en mi libro "Democracia. ¿Crisis, decadencia o colapso?".
-¿Y cuánta responsabilidad tiene el sistema político en que se llegase a esta situación?
-Lo que pasa es que la democracia, y en el fondo la política, está dando hoy la cara por sus fallas y promesas incumplidas, pero no ocurre lo mismo con el capitalismo neoliberal o sea, con la economía. Los políticos están en el banquillo de los acusados mientras que los economistas pasan piola. ¿Fue la política o la economía la que produjo la gran crisis mundial de 2008, cuyos efectos se prolongan hasta hoy? Si sacamos al pizarrón a los políticos, saquemos también a los economistas y a los agentes económicos que fallan tal vez más que los políticos.
-¿Cree que se han tomado las medidas adecuadas por parte del gobierno?
-La mayoría de ellas están bien, pero se trata solo de paliativos, de reacciones iniciales que tendrán que ser seguidas por reformas más estructurales, esas que fueron temidas y denostadas en el caso del gobierno anterior por las fuerzas políticas que hoy están en el gobierno. Paradójico, ¿no?
-¿Es suficiente la agenda social?
-Se trata de un punto de partida, de un buen punto de partida, sin duda, pero si lo que tenemos es más una crisis de carencias que de expectativas, habrá que avanzar mucho más. Y cuando uso la palabra "carencias", me refiero a bienes básicos como la atención sanitaria, la educación, la vivienda y la previsión, bienes que, como es evidente, se relacionan con los derechos sociales que están siendo reclamados en las calles. Derechos sociales que, vaya paradoja otra vez, venían siendo negados en su existencia por el sector político que hoy tendrá que atenderlos mejor desde el gobierno.
-¿Hay algo que no se ha hecho y que podría hacerse?
-Bajar un poco el tono, por lado y lado, y aceptar que así como en tiempos normales no cabe avergonzarse de los desacuerdos en política, en momentos de convulsión, como los que estamos viviendo, tendríamos que avergonzarnos de no ponernos de acuerdo.
-¿Cómo ha visto el rol del empresariado en la crisis?
-Mejor de lo esperado, hay que reconocerlo, aunque los que han dado la cara son sólo algunas figuras aisladas que representan al sector. No sé tampoco cuán sinceras han sido sus declaraciones o si estas provienen sólo del miedo. ¿Les dio un súbito ataque de justicia social, una justicia cuya validez muchas veces ha sido negada, y se han convencido de que venían jugando con fuego al mantener bajos salarios y un sistema previsional que ha cumplido antes una función financiera que social, o las reacciones que hemos visto tienen su raíz en el temor de ver en una sola tarde en Santiago a más de un millón de personas protestando? Pero, en fin, pase lo que pase en el corazón de los grandes empresarios, lo cierto es que han reaccionado sin oponer fuerzas al movimiento social, abriendo así una puerta a la conversación, las transacciones y los acuerdos. Y lo que se espera de ellos, no es que sean generosos, sino que sean justos. La rentabilidad del capital ha sido desproporcionadamente alta en comparación con la del trabajo.
-¿Y han reaccionado bien los partidos políticos? ¿Piensa que algunos (o algunos personeros) han actuado mejor o peor que otros?
-Los partidos políticos, en Chile y en el mundo, hace rato que andan a los tumbos. Sus directivos nos recuerdan a cada instante que los partidos son sustanciales para la democracia, lo cual es cierto, pero han sido ellos y los militantes de los partidos quienes no han cuidado a estos y, al hacerlo, han descuidado también a la democracia. ¿Algunos mejores que otros en esta pasada? No le diré nada nuevo: Desbordes, Montes, Harboe, Lagos Weber, Bellolio, Larraín Matte. ¿Algunos peores que otros? El completo Partido Comunista, del cual no se sabe ya a qué corresponde su nombre. Hace poco escribí una columna titulada "¿Qué significa ser comunista?" y no la respondió ninguno de los comunistas jóvenes que están en hoy en la política. Sólo lo hizo el muy estimable Manuel Riesco, mayor que yo, y sigue siendo un enigma saber en qué creen hoy los comunistas, más allá de que a veces contesten con vaguedades acerca de que están a favor de los trabajadores, de los postergados, de los excluidos. Yo también estoy a favor de esos grupos, pero nunca he sido comunista y, de haberlo sido, me vería en serias dificultades para explicar la biografía de un partido que apoyó y apoya todavía a un sinfín de dictaduras.
-Su libro sobre derechos humanos resulta muy oportuno, dado que parece ser un tiempo no muy bueno para ellos ahora. ¿A quiénes les recomendaría leerlo?
-El libro fue escrito en el primer semestre de este año y, por tanto, no se hace cargo de las graves violaciones a los derechos humanos de los últimos meses. Se trata de un libro dedicado y destinado a los jóvenes que valoran y hacen valer los derechos humanos y que muchas veces no saben lo suficiente acerca de ellos. Los derechos humanos son ignorados en dos hipótesis: cuando se pasa encima de ellos y cuando no se sabe lo suficiente acerca de los mismos. El libro parte de la base que sabemos poco acerca de los derechos humanos, acerca de qué son, cuáles son, donde se encuentran, cuál es su justificación, qué historia tienen, y cuáles son sus sistemas nacionales e internacionales de protección, y trata entonces de colaborar a una mejor comprensión de los derechos en todas esas diferentes perspectivas.
-Valparaíso parece una de las zonas más golpeadas. ¿Podrá remontar?
-Mire, ya me acostumbré a decir que Valparaíso no tiene remedio, aunque voy a quedarme con la corrección que siempre me hace el pintor y porteñista Gonzalo Ilabaca: tiene remedio, lo que no tiene es solución. Valparaíso ha tenido varias oportunidades de remontar antes del grave daño que le causaron algunos porteños que asaltaron locales comerciales y terminaron de pintar con feas consignas los muros de todos los edificios públicos y privados, y no sé qué es lo que pueda esperarse ahora. Bien, digamos que Valparaíso tiene remedio, pero ¿cuáles son ellos y quién está dispuesto a pagar por tales remedios? Valparaíso es hoy una ciudad pobre, porque tiene escasos recursos, y también de pobres, puesto que muchos de sus habitantes viven en condiciones de pobreza. Ocurre, además, y no me voy a cansar de repetirlo, que los varios Valparaísos que es hoy Valparaíso se pelean entre sí con inusitada frecuencia. Me refiero a Valparaíso ciudad habitada, el más importante de todos, a Valparaíso ciudad puerto, a Valparaíso ciudad turística, a Valparaíso ciudad patrimonial, y a Valparaíso ciudad universitaria. Esos varios Valparaíso se miran con hostilidad, se muestran constantemente los dientes apretados, y no se dan cuenta de que ninguno de ellos por separado es capaz de sacar la ciudad adelante.
-Qué pasa si el acuerdo constitucional fracasa por las tensiones que se han abierto (cuotas y otras)?
-Es que no podemos permitir que fracase. Continuar resolviendo las diferencias mediante acuerdos es hoy perentorio. Es tan mala la lógica del acuerdo a como dé lugar como la lógica del conflicto a cualquier precio, y de lo que se trata hoy es de perseverar en la búsqueda de acuerdos. En tiempos de normalidad no es del caso avergonzarnos de nuestros desacuerdos al interior del país, porque siempre podremos resolverlos mediante la conversación y, llegado el caso, en aplicación de la regla de la mayoría. Pero en tiempos como lo que vivimos en este momento los acuerdos se imponen, sin que pueda descartarse que si hubiera desacuerdos muy importantes fueran ellos resueltos directamente por la ciudadanía. ¿No nos gusta repetir, desde el colegio, que la soberanía reside esencialmente en la nación? Pues bien: si nuestros representantes no se ponen de acuerdo, tendrán que ser los representados quienes resuelvan.
-¿Tiene esperanza en el plebiscito de abril?
-De talante más bien pesimista, en esta pasada me he propuesto ser optimista. Como se ha dicho tantas veces, uno puede ser pesimista en cuanto a la razón y creer que las cosas irán mal o no todo lo bien que quisiéramos, pero a lo que no tiene derecho es a ser también pesimista de la voluntad y sentarse a esperar que ocurra la tragedia. El pesimismo de la razón puede y debe ser combinado con un optimismo de la voluntad, que es aquel que surge cuando cada uno de nosotros se pregunta qué está en su mano hacer para que las cosas vayan lo mejor posible.
-Supongo que en los anteriores plebiscitos (1980 y 1988) votó que no. ¿Estará ahora por el "sí"?
-Supone usted bien: a un dictador nunca se le puede decir "sí". Nunca, ni aquí en tiempos de Pinochet, ni en Cuba, ni en Corea del Norte, ni en Venezuela, ni en aquellos socialismos reales que no fueron otra cosa que dictaduras comunistas. Y, claro, en abril estaré por el "sí", por el "sí" a una nueva Constitución, una tarea pendiente que habíamos barrido bajo la alfombra, como tantas otras cosas, hasta que nos pasó que tropezamos con la alfombra. Así de abultada estaba la alfombra y hemos perdido equilibrio, con el riesgo de irnos de bruces, aunque sin caernos. Pero, claro, tenemos que recuperar el equilibrio perdido.
"Los políticos están en el banquillo de los acusados"