"La idea de esperar 'que pase todo esto' es un gravísimo error"
El también docente y directivo universitario analiza el rol que han jugado en la crisis social el gobierno, el Presidente, la oposición, los empresarios, manifestantes, Carabineros y violentistas.
Siempre atento a la actualidad internacional y nacional, el ex canciller y ex embajador Juan Gabriel Valdés ha puesto especial interés en el llamado "estallido social", ocurrido hace ya más de dos meses en Chile y cuyas consecuencias están aún por determinarse en los más diversos ámbitos, desde el económico al político.
Valdés, quien fue profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de Columbia en Nueva York y en la actualidad es director de Desarrollo Estratégico y Relaciones Institucionales de la Universidad de Chile, es tan directo como contundente en sus opiniones.
-¿Qué pasó, a su juicio, hace dos meses?, ¿fue un "estallido" tan imprevisible?
-Creo que todos teníamos las señales del estallido en la cabeza, pero sabíamos esconderlas en el inconsciente, es decir, normalizarlas con la idea de que quizás la vida era así, que el mundo entero iba muy mal y que no estaba claro qué podíamos hacer para cambiarlo. Yo iba a mi trabajo en la Universidad de Chile y me preguntaba cada mañana cómo podía continuar este abuso de la sociedad contra el Instituto Nacional, la criminalización de una institución fundadora de la República y su sometimiento a un control policial. Miles de niños enojados y una sociedad que prefería tratarlos como a criminales, porque durante décadas había transformado la educación pública en una antigualla a debilitar. Y luego estaban las noches a balazos en las poblaciones, los fuegos artificiales de los narcos y los niños muertos por balas locas: el horror diario en las pantallas mostrando el contraste con la vida de las clases medias, adonde apenas amenazaban los "portonazos". Y el resentimiento de la gente ante las permanentes historias de corrupción, de frescura y desorden entre políticos y empresarios; el descrédito de los coludidos y la impunidad de los más ricos. Y por si esto fuera poco, un gobierno que parecía indiferente al tema de la desigualdad y prometía un crecimiento que no llegaba. En fin… todas esas percepciones y verdades llevaron a un estallido. Muchos sentimos que era increíble que no lo hayamos visto venir, especialmente cuando habíamos hablado cien veces de "los problemas de Chile" y en alguna parte de la cabeza sabíamos que ellos no podían seguir así para siempre.
-Pero el fenómeno de movimientos ciudadanos y grupos que protestan poniendo en dificultades a los gobiernos es más bien global: desde Bolivia a Hong-Kong, desde Cataluña a Irak. ¿Piensa que hay algo así como una crisis de las democracias liberales, según ha dicho, por ejemplo, Manuel Castells?
-No cabe duda. Además del estallido social ante la desigualdad y el abuso hay una profunda crisis de las instituciones de la democracia liberal. El internet ha erosionado todas las jerarquías y por lo tanto todo sentido de autoridad y representatividad. Nadie quiere que lo representen y menos aún que le digan qué hacer, y ante eso, las instituciones de la democracia liberal hacen agua. Nuevos actores sociales, mujeres y hombres han construido sus propias sociedades grupales a través de Facebook o de otras mecánicas; desconfían profundamente de todo lo que está fuera de su círculo, y solo se sienten iguales en la masa movilizada. No es la primera vez que Chile prefigura fenómenos con significación global. Fue un laboratorio para un experimento neoliberal único en su extremismo y logró transformar esa ideología en cultura individualista, impregnándonos a todos, incluso a los encapuchados que hoy no logran respetar nada colectivo que no sea la masa. Chile puede estar prefigurando hoy la ola de rebelión y violencia que la desigualdad bestial que caracteriza al capitalismo actual, la crisis de la democracia liberal, y los fenómenos sociales que trae el cambio climático, producirá en países como Estados Unidos y muchos otros del mundo occidental.
-La oposición y el gobierno, en todo caso, parecieron tan sobrepasados como sorprendidos por la crisis…
-No hay duda que así fue. Gobierno y oposición en su propia burbuja. Pero también se debe decir claramente que las responsabilidades de unos y otros no son iguales. El gobierno es para gobernar y tiene necesariamente una responsabilidad mayor. Y este gobierno ha gestionado pésimamente esta crisis. No solo no supo pararse frente al acontecimiento, sino que no ha logrado comprender jamás, aparentemente hasta hoy, la profundidad del fenómeno social que enfrenta. El Presidente de la República en una de las fallas de comprensión más catastróficas de la historia de Chile, declaró que el país estaba en guerra. Eso no se puede olvidar, porque es el comienzo del desastre. Y es muy frustrante que el Presidente, a sesenta días de iniciado este fenómeno, mantenga un doble discurso: el de la entrevista a la Archi, donde insinúa conspiraciones externas que criminalizan la rebelión, y el de una opinión firmada en el "New York Times" donde habla del enorme camino de esperanza que la "extraordinaria movilización de los chilenos" ha abierto al país. Lo más grave de estas divagaciones confusas y contradictorias es que la palabra presidencial se debilita y al final no importa nada. Esto dificulta enormemente que podamos todos juntos hallar un modelo de desarrollo que permita equilibrar la sociedad en torno a un nuevo pacto social.
-¿Cuáles cree que han sido los mayores fracasos y logros del gobierno en este tiempo?
-El gobierno ha tenido más logros cuando no ha hecho nada que cuando ha tratado de hacer. Me refiero por ejemplo a los extraordinarios acuerdos logrados entre fuerzas parlamentarias de ambos lados en materia constitucional y ahora en la paridad de las mujeres y la participación de los pueblos indígenas y los independientes. El gobierno no se ha visto y quizás es mejor así. Pero sería injusto no mencionar que las medidas económicas adoptadas por el ministro Briones, si bien insuficientes, se orientan a corregir las situaciones de inequidad más flagrantes en la sociedad chilena y que, junto al espíritu dialogante del ministro Blumel, pueden abrir espacios para un diálogo necesario y urgente con las organizaciones sociales y los partidos de oposición. Desgraciadamente, desde otro lado, un gobierno que declara, creo que con sinceridad, que no desea violar los derechos humanos, y luego se ve condenado por todos los organismos de derechos humanos internacionales a los que convocó a observar la acción represiva de Carabineros, solo puede ser calificado como un fracaso.
-¿Le parece adecuada o tímida la agenda social del gobierno?
-Me temo que es tímida y calculada. Y créame que quisiera fervientemente que no fuera así. Quisiera que todos pudiéramos colaborar para resolver las demandas más urgentes y de manera responsable encontráramos un camino de estabilización que tiene que partir con una reforma tributaria en serio, dirigida a que los más ricos paguen más. Lo que más me preocupa es que tan pronto disminuyó la presión social y especialmente la violencia, esta apertura a una sociedad distinta de por un instante manifestaron las fuerzas de gobierno, se desinfló: los economistas volvieron a decir que no, la UDI volvió a ser la misma, Evópoli siguió el amén y solo en RN se observan conductas que parecen apreciar la dimensión de lo ocurrido. Es decir, no parecen percibir que la aparente "cura" de la tensión social que trae la Navidad y el calor veraniego no es más que un espacio de alivio en un cuadro que este otro año puede agravarse más. La idea de "esperar que pase todo esto" es un gravísimo error. Sobre todo si se califica lo ocurrido como "los incidentes", como les llama el Presidente.
-¿Y la agenda política? El acuerdo constitucional parece, si no se cae, un avance impensado hace dos meses.
-Es, en términos históricos, la conquista más importante a la que ha conducido la movilización social. Creo que se debe reconocer el esfuerzo realizado por los partidos de gobierno y de oposición en avanzar en este terreno. Le ha devuelto al Congreso la centralidad que debe tener en un sistema democrático. Y el acuerdo logrado en los últimos días sobre la paridad de género es importante no solo por lo que establece, sino porque las mujeres parlamentarias han mostrado que pueden haber acuerdos transversales. Y si se puede en esta materia debería explorarse en otras.
-En algún momento usted mostró mucha preocupación por la violencia que había en el país, sin ánimo de hacer empates aquí tampoco, habló de la violencia de Carabineros y la violencia de los vándalos. ¿Cómo se superan ambas violencias?
-Me preocupó y me preocupa que la violencia destruya la movilización social, desdibuje sus demandas y produzca la reaparición de una regresión autoritaria. No hay nunca que perder de vista lo que fueron las primaveras árabes, que levantaron tantas ilusiones de una expansión democrática en esa área y que fueron sepultadas poco después por regresiones autoritarias apoyadas en el caos y el miedo al cambio. Ahora bien, la única forma de superar la violencia es que el Estado y las instituciones recuperen su legitimidad y que la fuerza, que debe ser por definición monopolio del Estado democrático, se ejerza a partir de consensos y acuerdos capaces de combinar la mantención del orden público con la vigencia plena de los derechos humanos.
-Aparentemente ha remitido un poco la violencia. ¿Es un buen signo?
-Algo ha disminuido, pero no sé si eso refleja una reducción del enojo colectivo y el odio social, o es simplemente el resultado de una suerte de tregua. Es fundamental, sin embargo, que este período sea utilizado para avanzar decisivamente en la agenda social y esto implica que la mesa social sea escuchada por el gobierno y que este se embarque en un diálogo real, acompañado por diversas instituciones de la sociedad civil que desean un pacto social.
-¿Cuál sería un buen regalo navideño para Chile?
-El vuelo de miles de golondrinas que señalen la esperanza en un país mejor.