El día sábado 25 de enero de 1986 nuestro esposo y padre salió de nuestro hogar, como de
costumbre, rumbo a su lugar de trabajo.
Solo por circunstancias que Dios sabe, no regresó más.
Había fallecido, junto a 28 colegas, en el lamentable accidente de la fábrica de explosivos Cardoen ubicada en la actual comuna de Alto Hospicio.
Instantes después del accidente, Don Carlos Cardoen y la gente que trabajaba con él, se pusieron
en contacto con nuestra familia, informándonos de lo ocurrido en el lugar, asumiendo los gastos de
defunción, formando grupos de contención para las viudas y familiares más cercanos y posteriormente, asumiendo los gastos educacionales de todos los hijos de trabajadores fallecidos en el lugar (lo que incluyó matrícula, arancel, uniforme, materiales y hasta gastos de habitación en el caso de estudios fuera de la ciudad).
Mirando en retrospectiva, luego de 33 años, los cinco hijos de Alberto Álvarez Díaz, gracias al
esfuerzo de nuestra madre y al soporte de la Fundación Cardoen por cerca de 20 años, podemos
decir que hemos logrado salir adelante.
Tuvimos la posibilidad de estudiar en uno de los mejores colegios de Iquique, el colegio Don Bosco, y luego dependiendo de las inquietudes de cada uno, cursar estudios universitarios de pre y postgrado en la Universidad de Chile, el instituto profesional
DUOC y la Pontificia Universidad Católica de Chile.
Más allá del ámbito material, durante los primeros años, esa ayuda consideró también la invitación a las fiestas navideñas que con tanto cariño recordamos.
En ellas teníamos la oportunidad de reunirnos con otras familias de la fundación y los ejecutivos de la compañía; vivimos momentos felices al recibir nuestros regalos.
Por todo esto y por la preocupación que ha tenido Don Carlos estos años, le expresamos
espontáneamente nuestra mayor gratitud y respeto; y cualquier deuda que haya existido con
nosotros la consideramos saldada como familia.
Familia Álvarez Arriagada