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tratar los temas, cómo se determinan las presidencias de estas, el número de miembros, las formas de votación o presentación de proyectos, cómo van a ser deliberados en el plenario, las comisiones de redacción, reglas procedimentales sobre el carácter público de las deliberaciones, si es que todas van a ser públicas o algunas van a estar reservadas hacia discusiones en privado. Esto también es usual, los plenarios son por regla públicos, pero no todas las discusiones lo son. De hecho, también hay variación en el tipo de votación, la mayoría son nominales, con el nombre en el voto, pero a veces, por circunstancias especiales en temas delicados, como en Colombia, que fue secreto el voto de la extradición de narcotraficantes. En Chile no creo que exista una necesidad o temas así, pero son cuestiones que tienen que ser indicadas en el reglamento.

-¿Hay algún punto del reglamento que considere usted más importante?

-El tema más serio, más espinoso, que va a tener que enfrentar al momento de sentarse en su primera reunión y debe suscitar reuniones preliminares de acercamiento, es la regla de los dos tercios. La reforma constitucional establece que cada una de las normas tiene que ser aprobada por ese quorum y el reglamento también. Pero esta norma constitucional no es directamente ejecutable y no lo es porque requiere de una interpretación complementaria. ¿Qué ocurre si un capítulo o una serie de artículos no alcanza esa mayoría? Claramente es inviable la idea de la hoja en blanco que se expresó en muchas ocasiones, que si no se alcanza el quorum ese tema tiene que quedar por legislación ordinaria. Es inviable en una gran cantidad de temas, en la mayoría que necesariamente tienen que aparecer en la Constitución y no pueden ser derivados a materia legislativa. Por ejemplo, el proceso de sanción del presupuesto no puede quedar regido por ley, no puede ser interpretado judicialmente. La otra alternativa sería que los temas que no se deciden o no alcancen el umbral se repitan para votación por parte de un referendo popular.

-¿Es el presidencialista el sistema que más se impone en las últimas constituciones aprobadas en el mundo?

-Hay un debate en Chile, la crítica al sistema fuertemente presidencialista o hiperpresidencialista. Esta crítica ha sido recurrente en todos los procesos de reformas importantes y todos los procesos constituyentes. No es un tema nuevo. La crítica al presidencialismo se dio fuerte en los 80 en la ciencia política. Permeó el debate político en América Latina. Ahora, en ningún caso se produjo un cambio de modelo. Es decir, en ningún caso ni siquiera hubo un paso de un régimen presidencialista a uno mixto. Y por razones de peso, porque la habituación a un régimen donde hay una elección presidencial que genera expectativas por parte de todos los partidos, y sobre todo de sus líderes políticos, hace muy difícil el cambio a un nuevo sistema donde aparezca un cargo en competencia, como podría ser un primer ministro. Este es un salto que ningún político da, ni en América ni en el mundo. No hay cambios constitucionales frecuentes de un modelo constitucional a otro. A mi juicio, no cambiará el régimen. Dicho esto, lo que sí puede ocurrir es la introducción de modificaciones en ciertas facultades específicas. Si bien el sistema representativo está cuestionado en Chile, podemos observar que la popularidad del Presidente va y viene, sube y baja; no así la de los legisladores, que va a la baja de manera constante. Es decir que si pensáramos que hubiese una redistribución de poderes, con apoyo popular, en todo caso sería con apoyo al Presidente y no a los legisladores. Porque si hay un cuerpo político en Chile y América Latina que necesita justificar su existencia, sus prerrogativas y sus tareas en materia de gobierno es la legislatura, no la Presidencia.

-Puede haber un rechazo en el Plebiscito de salida. ¿Qué dice al respecto la experiencia comparada?

-Existen casos de rechazo, sí. Se rechazó en Francia la primera constitución en el 45, después de la Segunda Guerra. Se rechazó otra en Kenya, posterior a la crisis política del 2007. Es algo delicado, porque es prácticamente la posibilidad de tirar por la borda todo un proceso que puede haber durado mucho tiempo, pero en todos los casos hay una responsabilidad muy alta por parte de los representantes de las fuerzas políticas en cuanto a evitar ese resultado. En Chile, particularmente se requieren dos cosas: por un lado, que se faciliten y mantengan acuerdos transversales, para lograr cambios y que esos cambios logren un balance con los aspectos que han funcionado bien del modelo constitucional preexistente. Un balance entre transformación y continuidad. Sin transformación la Constitución no va a ser aceptada, porque para eso se está activando el proceso, pero sin aspectos de continuidad va a producir rechazo en muchos sectores importantes.

Por más que el rechazo haya tenido un apoyo muy bajo, yo creo que actitudes de jugar al extremismo, a modelos radicales, a polarizar, eso también puede tener muy mala recepción. Y, en segundo lugar, es necesario incorporar a la ciudadanía, explicando los cambios, convencer, persuadir, y tiene que haber una tarea de educación cívica y constitucional importante desde la Convención, una tarea de participación social durante la elaboración del proyecto, porque sí es claro que hay un problema de legitimación social del sistema representativo muy agudo en Chile y que no cualquier Constitución o acuerdo, por el hecho de que se haya activado a través del sistema democrático, va a tener aceptación.

-¿Cómo se han comportado las fuerzas políticas durante este proceso?

-En el acuerdo del 15 de noviembre no estuvieron todas las fuerzas políticas, pero sí las más importantes. Eso fue auspicioso por los acuerdos que se lograron plasmar en una reforma constitucional importante para regular el proceso. Pero existen desafíos importantes para mantener algunos de esos acuerdos y ahora plasmarlos en temas sustantivos, que es un tema que está ausente en Chile y que suscitan muchos temores y en el transcurso de lo que va del año y en este período no hay signos claros de la actitud que están tomando las fuerzas políticas en el ámbito de la política unitaria. Ha habido confrontación, ha habido polarización, en contraste con ese acuerdo de noviembre del año pasado.

Ahora, esperaríamos no un consenso, porque la política es conflicto. De hecho, la idea de que la democracia es consenso no sólo es utópica, sino que dañina. Porque la democracia necesita diferenciación, necesita nutrirse de la polémica, pero al mismo tiempo de la posibilidad de llegar a acuerdos en aspectos comunes de convivencia y entonces sí es preocupante algunos indicadores de polarización que hemos visto. La polarización es distinta de las diferencias. La polarización es lo que lleva a encerrarse en posturas monologantes que lo único que buscan es imponerse al opositor, no convencer ni conceder, y eso sí es peligroso para un proceso porque además es muy demandante en cuanto a los acuerdos que va a requerir. Yo no podría predecir lo que va a ocurrir, pero sí debiera haber un cambio de actitud respecto de lo que debiera venir con lo que va del año.