OPINIÓN
Lugar muerto
Hace unos días, mientras tendía la ropa recién lavada en una fresca mañana del sur, escuché algo por primera vez. Parecía el trino de aves pequeñas, pero también un sutil golpe de gotitas de agua y, a la vez, el delicado encuentro de diminutas placas metálicas tocándose entre sí. Miré a mi alrededor buscando el origen de esa melodía desconocida para mí. Sonreí, al descubrir que se trataba de hojas secas cayendo desde las copas de los hualles, que es el nombre que reciben los robles nuevos.
Siempre he vivido en ciudades con escasos árboles que, mayormente, son ornamentales y cuyas hojas son perennes. Entonces, la imagen de un otoño con hojas cayendo, solo estaba en mis registros a través de las películas o las descripciones de los libros. Pero esta semana capturé un nuevo tesoro para mi memoria: escuché, por primera vez, el otoño entre los árboles. Con ello, los hualles que hoy me rodean, no serán nunca más parte de un territorio ajeno y distante. El lazo afectivo con que he cargado de significado este paisaje, lo han transformado, para mí, en un lugar. Uno que siempre recordaré.
El potencial de este fenómeno arquitectónico, a saber, la "construcción de lugar" es infinito, porque hay tantos lugares, como vínculos entre personas y espacios puede haber. Incluso, a veces, cuando un espacio provoca sentires profundos, ese vínculo traspasa lo individual y se vuelve colectivo, evocando contenidos similares, en una comunidad. Un teatro, una plaza, una esquina, que al dejar de existir o ser drásticamente modificados, pueden conmocionar a toda una multitud.
Fue eso lo que ocurrió con el pimiento decapitado de la esquina de Baquedano y Gorostiaga. Con el corte brutal de sus hojas y ramas, no solo arrancaron de cuajo su belleza y la sombra que proveía, sino que eliminaron el escenario de cientos de miles de recuerdos. Ese schinus molle, también conocido como "pimiento falso", aparecía ante el transeúnte como un pequeño oasis de frescura, penumbra y descanso. Un refugio donde Isabel se sentó después de caminar horas bajo el sol, buscando trabajo en un Iquique desconocido. Un rincón donde Rossana esperaba a sus amigas salir del gimnasio mientras miraba a las personas pasear y calmaba sus pensamientos.
Una pérgola improvisada de esperanza, donde Alejandro le dijo a Myriam que daba igual si lograban o no ser padres, que dejaran de buscar, que ellos ya eran una familia.
Es un crimen de arrogancia, deshacerse de un follaje enraizado en el desierto más árido del mundo. Y un atentado aún mayor de ignorancia, talar los recuerdos de una ciudad. Con el corte brutal de sus hojas y ramas, no se deshicieron simplemente de un árbol, destruyeron un lugar.
"No se deshicieron simplemente de un árbol, sino de un lugar".
Gissel Godoy Riquelme,, arquitecta-MBA