OPINIÓN
Gaslighting
En 1944, Ingrid Bergman nos deslumbró con su interpretación de una mujer, víctima de las manipulaciones de su esposo, para convencerla de que estaba enloqueciendo. Sus estrategias la iban envolviendo en una atmósfera de confusión construida con mentiras y negaciones. "Eso que, tú, recuerdas, nunca ocurrió", le decía él a ella, cuando la esposa preguntaba por algún objeto que, estaba segura, recordaba haberlo visto sobre el sofá. Lo cierto es que la memoria de ella no sufría problemas en su funcionamiento, sino que estaba siendo constantemente invalidada por los relatos de él. Esta es la trama de "Gaslight" la película cuyo argumento, da nombre a una de las formas de abuso emocional más sutiles, pero no por ello menos nocivas, que existen: el gaslighting.
¿En qué consiste? Básicamente en que el abusador, consciente o inconscientemente provoca que su víctima dude de su propio criterio. Generalmente lo hace negando algo que ocurrió, con plena seguridad y sembrando la duda en su interlocutor. Cuando esto ocurre frecuentemente, quien recibe este tipo de acciones abusivas, empieza a desconfiar de su propio juicio, y ya no sabe en qué o no creer.
Así, quien recibe gaslighting sostenido en el tiempo, empieza a padecer ansiedad, angustia y depresión (¿es posible ser feliz si constantemente te están diciendo que eso que te daña profundamente, no es para tanto?). Pero además, la víctima del gaslighting, caerá en la dinámica de las justificaciones, tratando de convencer al otro de lo que, realmente, está ocurriendo. De vuelta, recibirá nuevas negaciones, porque un abusador de este tipo, jamás reconoce los hechos objetivos, sino solo los que sirven para su propósito.
¿Cómo opera el gaslighting? A través de tres fases. La primera es la idealización, en la que la víctima se siente "adorada" por el abusador, pues este la hace sentir como la pareja ideal. Después de este dulce soporífero, continúa la devaluación. La víctima, ante la opinión del abusador, pasa de ser perfecta a hacerlo todo mal. Surge así la necesidad imperiosa de querer solucionarlo todo, incluso si el costo de ello es aceptar una realidad que no lo es y entregar disculpas que no se adeudan. Finalmente, el abusador arremete con el descarte, que se materializa en no querer resolver nada, salvo entregar pildoritas compensatorias con un momento grato: quizás ver una película o salir de vacaciones. Pero el término de esa pequeña luna de miel es un retorno a lo mismo de antes, la manipulación.
Hay golpes de puños que dejan heridas en la piel. Hay golpes de palabras que destrozan las ganas de sentir amor. Ambas son cobardes agresiones, porque sentir que estás enloqueciendo de tristeza, es exactamente igual a sangrar sin detención.
"Hay golpes de palabras que destrozan las ganas de sentir amor".
Gissel Godoy Riquelme,, arquitecta -MBA