OPINIÓN
Ajiaco
Después de las grandes celebraciones que incluyen carne asada, se reponen las energías con un guiso de abundante caldo, que recoge los sabores reposados del día anterior. Algo así, como una reflexión profunda de los manjares deleitados.
En el mundo occidental, el "Día de la Madre" es una de las fiestas más trascendentales, sino la más importantes de todas. Comercialmente, después de la Navidad, es la fecha que genera más ventas y un copioso flujo de banquetes que van llegando con rostro de desayuno, almuerzo, cocktail o caja de bombones. Porque si hay un ser que, en nuestra cultura ha sido construido como un personaje puro, elevado a un altar de inalcanzable moral y generosidad donde solo mujeres excepcionales con vocación de sacrificio y sufrimiento pueden llegar, es la madre. Un personaje que, como reconocimiento a esa labor que "solo ella puede realizar", merece un día al año, ser tratado como una reina.
Cortando en trocitos lo que queda después de ese carnaval de transacciones y regalos, para preparar nuestro plato meditativo, descubriremos que esa carne asada remanente, no está del todo cocida. Sino que, aunque está perfumada con el ahumado del carbón, para distraernos, sigue tierna en su interior, e incluso sangra. Porque las madres no somos personajes, somos personas. Y la maternidad no nos faculta de poderes mitológicos para ejercer la crianza como heroínas siempre triunfantes. De ser así, no habría madres deprimidas, carreras profesionales abandonadas, sueños frustrados o un índice tan alto de rupturas de parejas, con el nacimiento de los hijos. Nuestras rutinas se van erigiendo a partir de muchas renuncias donde algunas, son decisiones; y otras, sometimientos a cómo han funcionado siempre las cosas. Por ejemplo, asumir que criar es cosa de mujeres. Vaina de madres.
He leído en numerosas declaraciones que "todos los días del año deberían ser el Día de la Madre". Y yo creo que no, sino que cada jornada debería celebrarse en torno a la familia, independientemente de cómo estén conformadas. Ensalzando que es el trabajo de ésta, y no el exclusivo de la madre, el que da la mayor parte del soporte que necesita la sociedad para funcionar. Así, lo desayunos se cambiarían por una ley de sala cuna universal que no diferencie entre madres y padres. Los almuerzos por sistemas económicos que no vean a los embarazos como un obstáculo para la producción; los cocktails por una cultura de la corresponsabilidad y los bombones, por jefaturas que no alarguen sus caras o se burlen, cuando un hombre pida permiso para asistir a un control médico o a una reunión del colegio.
No es que no nos gusten las rosas y tarjetas. Es que para maternar en plenitud y verdadera alegría, necesitamos bastante más.
"La maternidad no nos faculta de poderes mitológicos para la crianza".
Gissel Godoy Riquelme Arquitecta-MBA