La semana pasada parte importante de la agenda pública estuvo centrada en los debates presidenciales, tanto de los candidatos de Chile Vamos (Lavín, Desbordes, Briones y Sichel) como del Pacto Apruebo Dignidad (Jadue y Boric), dando sus visiones más o menos coincidentes sobre distintos aspectos de la vida nacional, desde reactivación económica, manejo de la pandemia, pensiones, educación y derechos humanos, entre otros.

Llama la atención que en ambos debates televisivos no se mencionaran las propuestas programáticas culturales, de las artes y patrimoniales de las respectivas candidaturas.

Lo anterior no quiere decir que las actuales candidaturas no tengan considerada la cultura en sus programas. De hecho, si se revisan sus propuestas, la mayoría de ellos ha desarrollado el aspecto cultural y patrimonial, desde sus respectivas visiones ideológicas y de mundo, y con distinta profundidad y espesor, sobre cómo Chile debe seguir avanzando en esta materia.

Ante esta ausencia pública, al menos en estos debates, del tema cultura y patrimonio, cabe hacer la reflexión sobre qué debería contemplar el programa cultural de un postulante.

En primer lugar, todo político debería presentar un programa que reconozca, como base mínima, las actuales políticas culturales, impulsadas bajo el último gobierno de Bachelet. Y de acuerdo, a esto, subir un peldaño más o mejorar aspectos de lo que ya está en marcha.

La tendencia es a reconocer, en específico, derechos culturales, al arte y al patrimonio, separándolos del abanico de derechos sociales, de tal manera de generar políticas mucho más profundas y estructurales en la sociedad. De acuerdo a esto, sería esperable que un candidato, al reconocer la cultura como un derecho, se abstenga de utilizar en su relato términos como industrias culturales, consumo o rentabilidad, que denotan un enfoque económico.

Reconociendo que el lenguaje co-crea realidad, al concebir la cultura como un derecho, en este programa ideal el Estado debería dejar atrás el principio de subsidiaridad, donde la cultura se financia a través de fondos concursables y recolección de donaciones, sino que apostar a la inyección directa y estable de recursos económicos.

Estas son sólo algunas pinceladas de los aspectos que debieran ser parte no solo de las propuestas presidenciables, sino también del proceso constituyente, donde personas de distintas realidades económicas y culturales, tendrán en sus manos la redacción de una nueva constitución, debiendo situar a la cultura

"Llama la atención que en ambos debates televisivos no se mencionaran las propuestas programáticas culturales".

José Albuccó,, académico de la Universidad Católica Silva Henríquez

Durante la pandemia ha sido importante escuchar diferentes voces expertas con el fin de tomar las mejores decisiones para combatir el covid-19 y los efectos económicos, psicológicos y de salud que ha dejado en la ciudadanía. No obstante, hay voces que, en vez de sumar, solo ayudan a ser un ejemplo de lo que no hay que hacer y ser.

Jeanette Vega, exdirectora de Fonasa, exsubsecretaria de Salud Pública y actual asesora del área de salud del comando de Paula Narváez, es una de ellas. El pasado jueves fue controlada de camino a Santo Domingo (V Región), sin contar con los permisos correspondientes y violando la cuarentena de la Región Metropolitana.

Lo paradójico es que Vega es una de las férreas defensoras de la propuesta "cortocircuito" del Colmed, pero sus actos están lejos de mantener la estricta cuarentena que plantea.

Si bien no es su primera polémica, sería bueno que su sector le hiciera ver que, más que criticar cada medida del Gobierno o ningunear la opinión de un experto, como lo hace en su Twitter, hay que predicar con el ejemplo.

Josefa Hernández,

funcionaria de Salud

La pandemia cambió radicalmente la forma de vivir la escuela. Lo que no ha cambiado son los problemas que aquejan a los profesores a causa de décadas de un sistema educativo basado en la universalización curricular, la rendición de cuentas y el control sobre el sentido de lo que se exige aprender.

No sorprende que cunda el agotamiento, las licencias médicas e, incluso, el abandono de la profesión: en los profesores, la pandemia ha intensificado los problemas de un sistema educativo que ha distanciado el trabajo docente de su sentido más profundo, el de encantar con el aprendizaje involucrándose en una interacción personal con sus alumnos. Los ha despojado de aquello que ha llevado a la mayoría de docentes a escoger esa profesión: les ha hecho perder la confianza de estar haciendo algo moralmente valioso.

La pérdida de este sentido moral debido a la alienación a la que están sometidos por el sistema es lo que ocurre a muchos docentes, más que, o junto con, el agotamiento.

Esta crisis y el desafío constitucional que viene nos exigen pensar la educación de un modo más humanizador y devolver a los profesores la posibilidad de educar verdaderamente, de trabajar colaborativamente con sus estudiantes y con sus compañeros de trabajo. Si no reconocemos sus capacidades y su sabiduría para conducir procesos educativos directa y personalmente, sin presiones externas y descontextualizadas, cuando salgamos de esta tendremos un sistema quebrado, muchos menos docentes que quieran seguir aportando su trabajo y, posiblemente, muchos menos postulantes que ahora para la carrera pedagógica, haciendo insostenible el ya anunciado déficit de profesores en el futuro próximo.

Es urgente permitir que los profesores se reencuentren con ese sentido profundo, que ellos saben capitalizar; no necesitan mucho más que la confianza que podamos poner en ellos y dejarles que trabajen con autonomía. Como una profesora que nos decía en una sesión de trabajo: "Cuando lo hago (lo que creo correcto) siento que al final aprenden y son felices, eso me deja tranquila; con poco hacemos mucho".

Francisco Leal y Sebastián Zenteno,

Centro de Investigación para la Educación Inclusiva, Universidad de Tarapacá