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Evalúan suspender patentes a locales sin retiro de basura

Municipalidad aseguró que existen empresas que han sido notificadas en tres instancias.
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Jorge Muñoz Geraldo

El municipio de Iquique está evaluando la suspensión de patentes comerciales a locales nocturnos, casas comerciales y restoranes que persistan en dejar sus residuos en la vía pública, a la espera de ser retirados por el camión recolector municipal.

"Tenemos varios locales que han sido notificados por estos hechos y citados al juzgado de policía local", comentó el director de Aseo y Ornato de la Municipalidad de Iquique, Iván Nicotra.

El encargado explicó que por sobre los 60 litros de desechos, el local responsable debe contratar un servicio externo de retiro de basura.

"La empresa o el local tiene que contratar un servicio externo para retirar los desechos, sobre los 60 litros ya no es un asunto domiciliario, por lo tanto, tienen que pagar un servicio extra y no lo hacen", puntualizó Nicotra.

Patentes comerciales

Según reconoció el director de Aseo y Ornato, la gestión comunal se encuentra estudiando restringir patentes comerciales a empresas que de forma reiterada incurran en esta falta.

"No es solamente en el centro, tenemos identificados a locales de Los Molles, de calle Salvador Allende, todos son sobreproductores, por lo que ahora se está evaluando la continuidad de las patentes comerciales porque no cumplen con los requisitos", expresó.

El personero aseguró, además, que son empresas y locales que han sido notificados por inspectores municipales en más de tres instancias.

Locales comerciales

El presidente de la Asociación Gremial de Turismo y Gastronomía de la Península de Iquique, Óscar Laguarda, señaló que por un servicio externo de retiro de basura y desechos, bares y restoranes de Cavancha llegan a pagar mensualmente cerca de 280 mil pesos.

"Es un costo extra que claramente se asumió en pandemia por parte de locales que atendieron de forma delivery", comentó.

"Hace casi 10 años algunos locales de Península tenemos a una persona que recoge absolutamente todos los desechos, cajas, botellas y la gran mayoría de la basura. Excepto algunos a los que se los recoge Cosemar tres veces a la semana", sostuvo Laguarda.

Por su parte Liliam Rodríguez, empresaria gastronómica del paseo Baquedano, dijo que la Municipalidad de Iquique "exige una cantidad de litros de basura que uno puede botar, como estuvimos en pandemia, no botamos basura porque estuvimos un año y medio sin trabajar, pero en las patentes igual seguían cobrando extracción de basura".

"El retiro de basura no puede exceder los 60 litros de basura, pero un restorant bota sobre los 100 litros", dijo Rodríguez.

280 mil pesos pueden llegar a pagar locatarios para retirar de forma externa sus residuos.

Los hechos del lunes

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Mirada constitucional

¿Hay algo en común entre los acontecimientos de hace dos años y lo que ocurrió ayer?

Aparentemente sí.

En ambos casos hubo destrucción, vandalismo más o menos desatado y un desorden generalizado en el centro de las ciudades y en los barrios. Como era de esperar, este lunes, al igual que hace exactos dos años, el epicentro fue la zona cercana a la Plaza Baquedano coronada hoy por un plinto -lo único que queda en ella- desprovisto de estatua.

Sin embargo, cuando el fenómeno se mira de cerca, esa similitud desaparece.

Porque si hace dos años el fenómeno estuvo revestido, siquiera por una delgada capa de componente simbólico, la violencia y el vandalismo de anteayer careció incluso de ese mínimo barniz y, en cambio, se reveló como pura naturaleza, simple pulsión destructora de grupos pertenecientes al lumpen, a lo que la literatura llama underclass, sumados a otros grupos más ilustrados, seguramente anarquistas a sabiendas o espontáneos, que vieron en esto una ocasión carnavalesca y orgiástica, sin sentido normativo alguno. Todas las sociedades (y sería ridículo pretender que la chilena este exonerada de eso) anidan en su seno un potencial de violencia que se sublima y se contiene mediante las instituciones. Pero allí donde las instituciones desaparecen o entran en un periodo de reconstrucción (como ocurre hoy en Chile) resulta casi inevitable que este tipo de fenómenos ocurra y es totalmente predecible que vuelvan a ocurrir de nuevo.

La pregunta entonces consiste en cómo contener esa violencia o cómo evitarla.

Hay varias medidas para hacerlo y por lo pronto dos.

La primera alude a la índole del estado. En la filosofía política del siglo XVII se creyó -y la receta sigue siendo válida- en lo que pudiéramos llamar la "homeopatía de la violencia". Se trata de una receta hasta cierto punto paradójica puesto que afirma que la violencia de los particulares, de los individuos, se cura con la violencia reunida en el estado. Del mismo modo que la homeopatía cura la enfermedad con sustancias en cantidades mínimas que en porciones desequilibradas serían fatales (fármaco, en griego, significaba tanto remedio como veneno), así también el estado moderno, el estado de derecho, cura la violencia que a veces se expande en la vida social aplicando la violencia en base a reglas, la violencia que por estar regulada se la considera legítima. Hay entonces que recuperar el sentido básico del estado. El estado es un proveedor de bienes que nos alejan (como sostienen las diversas versiones del estado de bienestar) del hambre; pero sobretodo es una institución que nos aleja del miedo al otro, de la violencia cotidiana. Desgraciadamente (como se ve a propósito de lo que ocurre en la Araucanía) hay pocas personas que estén dispuestas a reconocer este básico (e incómodo) papel del estado.

La segunda es, por llamarla así, puramente intelectual. Consiste en desproveer a la violencia (como alguna vez sugirió Jorge Millas) de las máscaras tras las cuales suele ocultarse y engañar. La más popular de esas máscaras es aquella según la cual la violencia puede ser virtuosa cuando produce causalmente resultados buenos. Algo de eso parece creer la Convención constitucional (o algunos de sus miembros) cuando decide iniciar el debate constitucional el día 18, lo que constituye una manera inequívoca de atribuir su origen a lo que ese día ocurrió. Esta vinculación entre la violencia (el 18 de hace dos años) y el origen de las instituciones (la Convención) acaba reduciendo la historia a mera naturaleza, a simple fruto de procesos instintuales que no seríamos capaces de controlar.

Un estado deslegitimado en su tarea más íntima y la violencia camuflada de historia, son dos circunstancias que, de mantenerse, acabarán reproduciendo lo de ayer.

Pero desgraciadamente en Chile nadie parece dispuesto a recordar la "homeopatía de la violencia" que constituye al estado. Y muchos en cambio (desde luego la Convención) parecen dispuestos a mantener la máscara con que la violencia hasta ahora se presenta entre nosotros.

Carlos Peña