Un grito por ti
Era el año 1995 y yo presentaba mi primera tarea de un curso de redacción de la universidad. Nos dieron un encargo con el mismo nombre para todos y, desde él, construimos distintas historias que leímos en voz alta durante la clase. Así, "Sábado por la noche", tomó forma de fiesta, de discusión de enamorados, de viaje a otra galaxia, de excursión por el cerro y de recital. Y fue este último relato, el que nunca olvidé. Mi compañero, hoy padre de dos chicas adolescentes, describía con orgullo sus andanzas en una tocata de rock estudiantil "haciendo lo típico que uno hace cuando hay concentración de gente, agarrarles el traste a las minas". Los hombres de la clase, en su mayoría, rieron; mientras las mujeres enmudecimos. Nadie dijo nada y la jornada continuó.
Hace un par de días atrás, es decir, casi tres décadas después de la vergonzosa narración de mi compañero, una amiga nos escribió a un chat grupal, buscando desahogo y consuelo. Estaba nerviosa, enrabiada, asustada, frustrada y asqueada. Temblaba, mientras nos contaba que, haciendo fila en un servicio público, a vista y paciencia de la gente y dos guardias, un tipo la empujaba constantemente, incumpliendo el distanciamiento social, invadiendo sus límites personales y provocando un repulsivo contacto físico. Mi amiga lo interpeló en reiteradas ocasiones, pidiéndole que dejara de hacerlo, pero el hombre continuaba. Solo se detuvo, cuando ella le gritó "respeta mi espacio". Las personas a su alrededor, aún cuando escucharon gritos, no prestaron atención a lo que ocurría, por lo que no preguntaron detalles a mi amiga, ni mucho menos ofrecieron ayuda.
Volvió a repetirse un "Sábado por la noche", con recital incluido. Así como vuelve a repetirse este tema en mis palabras. Bien podría escribir sobre Smart cities, el plan regulador o las próximas elecciones, pero cuando escucho estas lamentables historias, el futuro que me resulta urgente de señalar, es ese que está a punto de ocurrirle a una colegiala en uniforme, en una micro atestada de pasajeros; o a una guardia de seguridad, en un solitario cambio de turno; o a una supervisora, rodeada innecesariamente por la cintura por un gerente. Porque incluso viviendo en una ciudad tecnológica y sostenible, perfectamente planificada y bajo el gobierno de un idóneo Presidente, si debemos gritar para pelear nuestro espacio físico en una fila, las mujeres seguimos con muchas batallas pendientes. La buena noticia es que no estamos solas, ya no. Porque si tocan a una, respondemos todas.
"Si debemos gritar para pelear nuestro espacio físico en una fila, las mujeres seguimos con muchas batallas pendientes".
Gissel Godoy Riquelme,, arquitecta MBA