Ciudades que cuidan
Caminar tranquilo por la calle, no es una condición que se dé por defecto, en la cotidianeidad de un ciudadano. La percepción de la seguridad y por, sobre todo, la efectiva garantía de esta, varían según el lugar y el horario de los desplazamientos, así como del género, la edad, la condición socioeconómica, las capacidades, la orientación sexual y hasta la raza.
La seguridad, por su parte, no es un estándar asociado exclusivamente al control de lo delictivo, sino que a aquellos factores incidentes en propiciar o coartar las oportunidades de participación en la ciudad y que deben ser identificados. Un paso determinante para este reconocimiento, es entender que las ciudades no constituyen entornos neutros. Poseen género, uno marcadamente masculino y según el cual, las decisiones de planificación y diseño, toman como base a un usuario autónomo que recorre la ciudad mayormente en transporte privado, conectando dos puntos: el hogar y el trabajo. Esto ha generado una dicotomía espacial que relega lo doméstico y reproductivo, al espacio privado; y lo productivo, al público. Consecuentemente, nuestras ciudades resultantes son lugares que ignoran la diversidad de sus habitantes, y la de sus vivencias.
Como respuesta, el urbanismo feminista, pone la vida de las personas en el centro de las decisiones urbanas. Para ello, entiende que, las distintas experiencias urbanas de personas, también distintas entre sí, van modelando nuevos usos y requerimientos que demandan repensar la jerarquía de las funciones de la ciudad. Porque no todo es moverse en una atestada avenida, desde la casa a la oficina y viceversa. Así, la esfera privada de la mujer, se incorporará naturalmente a lo público dando lugar a cambios urbanos estructurales que incluyan los cuidados. Y por cuidados me refiero a criar, educar, atender y acompañar. Y por cambios urbanos estructurales, hablo de ciudades policéntricas, resueltas a través de equipamientos emplazados, desde el principio de la proximidad peatonal. Una ciudad que cuida, promueve con sus soluciones, la autonomía, a través de la accesibilidad universal. Así también propicia la "vida en la calle" con parques, plazas y servicios distribuidos, equitativamente, en la escala barrial. Y con un transporte público que considere en sus recorridos, paraderos y vehículos, las necesidades particulares, pero extendidas, de la movilidad de los cuidados.
Caminar tranquila o tranquilo por la calle, no es solo eximirnos de la necesidad de mirar hacia atrás, atisbando la posible presencia de un delincuente. Sino también disfrutar de mirar hacia adelante, teniendo la certeza de que, aquello que salimos a hacer, lo podremos hacer, independientemente de quiénes somos o a quién acompañamos. Y eso lo permite, una ciudad que cuida.
"La esfera privada de la mujer, se incorporará naturalmente a lo público dando lugar a cambios".
Gissel Godoy Riquelme, arquitecta MBA